Lo que se pierde quitando el panteón de #Minatitlán
+ ARRIEROS SOMOS, por Renato P. Vázquez Chagoya
Zona Sur
Renato P. Vázquez Chagoya - 2014-03-26
En recuerdo de Severiano Sánchez López
Como me recordó la regidora Karla González, al nunca olvidado Severiano Sánchez López (+).
Con eso de que la regidora minatitleca externó que había un proyecto para aprovechar el área del panteón de Santa Clara, se hizo una polvareda de pronósticos reservados entre los familiares de los que están enterrados ahí.
Hubo convocatoria para que se defiendan los derechos de perpetuidad y la falta de derecho de la autoridad municipal de esos terrenos, ya que al haber vendido las administraciones anteriores las superficies que ocupan los restos humanos ahí enterrados, ya nada de eso es del ayuntamiento.
Y lo recordé, porque entre las cosas que Severiano afirmaba es que él era amigo de los políticos más encumbrados del país y del extranjero, porque en muchas ocasiones estando en eventos públicos, esas personalidades en algún momento de sus discursos habían calificado como “amigos” a los presentes. Y puesto que él estaba ahí, por lógica él era amigo de esos oradores.
Y también, cada año, Severiano expresaba que “otra vez tenía ganas de ir a París”. No faltaba quién preguntara que cuántas veces había ido a París. A lo que Severiano, con esa simpatía natural, respondía: “Ninguna. Pero este año, “otra vez TENGO GANAS de ir a París”. O sea, que por ganas no paraba.
Así salió la regidora Karla González, porque al reunirse con interesados en que se mantenga en las condiciones en que está el panteón Santa Clara, la regidora expresó muy oronda: “Bueno. Sólo es una idea. No es un proyecto”.
Fácil. Y como dijo el merolico: “Nada por aquí… nada por allá”.
Sin embargo, algo se aprende
De ese acontecimiento, de las expresiones de la regidora Karla González, tenemos que aprender algo.
A lo mejor, si se hubiera hablado con un proyecto en la mano, que ofreciera alternativas atractivas para la población, los vecinos hubieran reaccionado de otra manera.
Y si existe una idea como el de la regidora, deben existir muchas otras ideas al respecto, que bien planteadas y bien orientadas, al gusto y aceptación de todos, pudieran servir para utilizar esa área aparentemente sub ocupada y sub utilizada y a juicio de muchos, nada productiva.
Lo más seguro es que hubiera persistido la negativa, pero no llegando a los niveles de reclamación que se dieron.
Sólo hubo una reacción: la del rechazo.
Y es que esto es natural.
Muchas familias de la población y de la región, tienen ahí un referente familiar, que en algún tiempo rindieron tributo a la naturaleza. Como dicen: “Ahí está mi ombligo”.
Y contra los sentimientos y las emociones no hay poder superior, más que el de la fe.
También existe un sentido de pertenencia.
¿Dónde más que en el panteón estaremos permanente y eternamente?
Ahí, en ese espacio de tres metros cuadrados de superficie, permanecerán nuestros restos o lo que resulte de ellos, de manera definitiva.
Y si le agrega, que un familiar fue alguien destacado o alguien notable para la ciudad, para el Estado o para el País, entonces el aspecto adquiere un tinte de histórico.
Y ahí sí, la indignación crecerá porque no sabemos preservar nuestros valores y no sabemos honrar a nuestras familias.
Y suponiendo que los ahí inhumados no tuvieran ese calificativo de notables o destacados, tocar su entorno, significa atentar contra los sentimientos de nuestro núcleo familiar.
Y si un panteón desaparece, desaparecerán cientos o miles de historias individuales o familiares y eso, es perder la memoria colectiva del pueblo.
Lo que se ha perdido
Cuando desapareció el panteón que existió en el área que ocupa hoy el Instituto Mexicano del Seguro Social y otras construcciones aledañas, se perdieron muchos indicios que hoy son historia, pero que ya no podemos constatar objetivamente.
Ahí, en ese panteón, desde 1771, estuvieron los restos de los que repoblaron el antiguo pueblo de Tacoteno y al que los españoles nombraron como La Fábrica, contemporáneo de los antiguos pueblos de Jáltipan, Acayucan, Oluta, Soconusco, Texistepec, Cosoleacaque, Chinameca, y otros más.
También ahí reposaron los restos de cientos de colonizadores franceses, que en 1829 a 1831, fueron incitados a poblar la región del Coatzacoalcos, que habiendo fracasado por las condiciones extremas de clima y de insalubridad, obligaron a los migrantes a exclamar, arrepentidos y reclamando: “Adiós, entonces, Minatitlán, donde han muerto y deben morir tantos infortunados colonos. Adiós, Montalvo, adiós María, ¡adiós para siempre!...”.
Y oigamos otro lamento de un colono francés: “Venga a Coatzacoalcos, señor Leisné y posiblemente escuchará el tañer lúgubre de la campana de Minatitlán, que llamando a duelo, le gritará las penas, desolaciones y disgustos, y le dirá: ¡Es aquí donde están los muertos!”. Se dice que debido al fracaso de la colonización francesa de 1829 a 1831, en el panteón había más tumbas que gente en el pueblo de Minatitlán.
En ese panteón, al desaparecer, se perdieron los ejemplos de valor, honor y amor a la patria de los defensores de nuestro suelo durante la Intervención Francesa, ocurrida en nuestra región de julio de 1863 a marzo de 1864.
Posteriormente, el 12 de febrero de 1913, al iniciar la organización sindical en la industria petrolera, el movimiento obrero cobra a sus primeras víctimas: al carpintero Juan B. Platas; al obrero Francisco Hipólito y al profesor, originario de Hidalgotitlán, Agapito Azcona, miembros de la Unión de Artesanos Latinos Profesionales, que fueron asesinados y sus cadáveres fueron arrastrados por todo el panteón, como escarmiento.
Se perdieron también, todas las evidencias de los que participaron en las escaramuzas de la Revolución Mexicana; de los iniciadores y fundadores como trabajadores de la industria petrolera. Se perdieron los rastros de los propietarios de las grandes haciendas ubicadas río arriba, que aquí residían con sus familias, por ser asiento principal de sus actividades comerciales..
En resumen: Se perdió un girón grande de nuestra historia.
¿Cuál sería el remedio?
Ahora, emplee usted su imaginación y visualice cuánto se perdería si desapareciera el panteón de Santa Clara.
Ahí están, por decir algo, mis abuelos de las dos ramas. Está mi bisabuela, todas sus hijas. Los nietos de mi bisabuela.
Y esta sería, de manera simple la historia de cada familia y… ahí sí, ¿Dónde encontrarían mis descendientes una referencia a su ascendencia? ¿En el Registro Civil? El panteón tiene un registro más fiel porque las tumbas son inamovibles.
Representa el panteón, el árbol genealógico de todas nuestras familias.
Pero, la emoción y el sentimiento no resuelven el resentimiento ni la indignación.
Hagamos, pues, algo práctico.
Todos los interesados, vayamos al panteón de Santa Clara.
Pongamos manos a la obra y restauremos, para empezar, las tumbas familiares.
Después, cuando veamos que las tumbas vecinas no han recibido la visita de deudos, indagar si aún existen familiares interesados para invitarlos a hacer lo mismo. Y, cuando sea ya imposible de encontrar interesados, convocar a la autoridad a restaurar los monumentos o lápidas, para dar un aspecto digno y seguro al lugar.
O sea, empecemos por rescatar nuestro “derecho de perpetuidad”, donde reposan los restos humanos de quienes nos quisieron y a quienes quisimos.
Es lo menos que podemos hacer.
Lo más, conservar como referente y memoria histórica ese “árbol genealógico” de nuestras familias y del pueblo de Minatitlán.
Olvidemos las razones de por qué no se pueden hacer las cosas.
Hagamos valer las razones del por qué si se pueden hacer las cosas.
Empecemos ya…
Pie de foto
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La entrada al panteón de Santa Clara