Arrieros somos: LOS INSULTOS

+ Columna del C.P. Renato P. Vázquez Chagoya, director de Sotavento Diario.

Zona Sur

Renato P. Vázquez Chagoya - 2014-06-23

Tremendo escándalo se ha originado en el mundial de fútbol que se celebra en Brasil.
Todo porque los aficionados mexicanos utilizan la expresión “puto” cuando el portero del equipo contrario al de los connacionales, se repliega para proteger el balón en el juego.
Desde luego, que cualquier calificativo que evidencie públicamente la condición de cualquier ser humano, sea de preferencia sexual, condición física o mental, transgrede las más elementales normas de convivencia, de respeto y de moral.
Uno puede ser lo que sea, pero si se exterioriza por un tercero, ya es una agresión a la privacidad del ser humano.
Caso distinto, si el ser humano hace gala de su condición diferente al de la mayoría.
En el caso que estamos tratando, es lamentable que los aficionados mexicanos sean señalados de groseros en una justa deportiva, cuyo propósito tiene, precisamente, la de acercar a todas las razas, a todos los credos, a todos los países de este mundo.
Y esto sucede porque ya no tenemos límites de expresión cuando estamos con otras gentes.
Se nos hace fácil soltar adjetivos calificativos para señalar “las cualidades” de una persona, aunque no sean ciertas. Esté quien esté.
Ejemplo clásico, es decir que alguien “es un cabrón”, cuando tiene decisiones firmes y determinantes. Pero, si a nuestro juicio, esas decisiones perjudican a alguien, decimos que “es un hijo de la chin …”, o que “no tiene p… madre”.
Si una persona es lenta de entendimiento en cuanto a lo que estamos platicando o expresamos, decimos que “es un pen…”. También se emplea cuando por naturaleza una persona es de buena fe o sin malicia, o ingenuo, como dice mi compadre.
Calificativos hay y sobran.
¿Cuántos sabe usted?

La fuerza de la costumbre

Era presidente municipal de Cosoleacaque don Heliodoro Merlín Alor, en el primer periodo que lo fue.
Una noche, detuvieron a una de las personas que trabajaba conmigo.
Y como es costumbre, esa noche el trabajador traía entre pecho y espalda unas cuantas cervezas, porque es sabido que no alcanza para licor. Y como estaba buscando un taxi para ir a su domicilio, estando “al paso” de los cumplidos guardianes del orden, lo vieron “sospechoso” y se lo llevaron a la cárcel municipal.
Desde luego, la familia del detenido al primero que recurre es al jefe, porque si el trabajador llevara dinero paga la multa y sale.
Voy a ver al presidente Merlín Alor, quien siempre me ha dado muestras de simpatía y afecto. Ya estando en su privado me pregunta qué se me ofrece.
Le explico lo sucedido y él ve el reporte del día.
Me dice que el trabajador está detenido por haberle “mentado la madre” a los policías.
Le explico que ante el número de elementos policíacos, el trabajador no se hubiera atrevido a proferir ese insulto, pero que en Veracruz, desde Alvarado hasta Las Choapas, si en el transcurso del día “no nos refrescan” a nuestra progenitora por lo menos una vez por hora, no nos dormimos contentos.
Aunque mi compadre dice que recibimos una “mentada“ cada vez que respiramos. Y como él es médico, debe tener razón. Es más, me atrevo a decir que es por prescripción médica.
Soltando la carcajada don Heliodoro, ordenó la liberación del detenido.

Otros lugares, otras costumbres

Tuve un compadre, originario de Guanajuato.
Contaba que de joven recorrió toda la república, trabajando en camiones de carga. Pudo estudiar la Contaduría Pública y empezó a trabajar en la capital de la república en un despacho.
Ocasionalmente acostumbraba a convivir con sus compañeros de trabajo y aprovechaban la hora de la comida para ir a la “botana”, donde, desde luego, condición obligada, es tener a la mano una que otra cerveza.
Toda convivencia había sido siempre armónica, sin problema, hasta que llegó al trabajo y al grupo “un jarocho”, según platicaba.
Al principio, por la poca confianza que le tenían, las bromas y las chanzas eran hasta cierto punto inocentes, respetuosas.
La frecuencia de trato los llevó “a cargarse la mano” en las bromas.
Tendrían que llegar a la descalificación de algún comentario, para que el jarocho le sorrajara el “chin… a tu madre”.
Eso encendió el carácter de mi compadre, que se enfrentó a golpes al atrevido “jarocho”. En el Bajío, la madre de uno no debe tocarse “ni con el pétalo de una rosa”, como diría el poeta.
Ya apartados, ya medio tranquilos, enfriando el ánimo con otras cervezas, empezaron las aclaraciones.
El “jarocho” le explicó a mi compadre que esa expresión, en el tono en que se lo había dicho, era un “estás pen…”, o “no estés jodi…”, o algo similar.
Mi compadre vino a vivir a Minatitlán y aquí con su familia hizo la mayor parte de su vida.
Y a pesar del tiempo que vivió en la región, le costaba trabajo aceptar el grito de guerra de los veracruzanos, para descalificar algo o para decir, que uno debe abandonar el tema.
Se le recuerda con cariño a mi compadre Uriel Rafael Contreras Zaragoza., que debe estar con San Pedro, ángeles y arcángeles, disfrutando una buena botana y una sana convivencia… sin jarochos.

La grosería como irreverencia

Clásicas fueron las historias que don Roberto Blanco Moheno, novelista, historiador y periodista, a quien conocí en mis tiempos de estudiante en la ciudad de México, en un camión de segunda, que incluyó en sus comentarios, que fueron recopilados en un libro, que lamento no recordar el título.
Contaba la rivalidad que por siempre han tenido las gentes de Tlacotalpan con las de Alvarado, en todo y hasta en el béisbol.
Existía, según su relatos, ingenio especial en los encuentros deportivos y como siempre, la rivalidad engendraba agrias discusiones y en ocasiones hasta violencia.
No faltaban las puyas, los insultos y siempre terminaban con el clásico “Chin… a tu madre”, hasta que se enfrentaban en el siguiente partido de béisbol. Llegaban en ocasiones a enfrentarse a pedradas sin mayores consecuencias.
Como siempre, hay alguien que se preocupó por la situación y trató de armonizar y borrar las diferencias, para ya no presenciar más agresiones que distanciara a los “buenos” vecinos.
Cuenta, no recuerdo si fue el sacerdote de uno de los dos pueblos, que propuso que para terminar de una vez con todos los pleitos “se casara” a la Virgen de la Candelaria de Tlacotalpan con San Cristóbal de Alvarado.
No faltó el tlacotalpeño que calificara con el adjetivo que se está usando por los mexicanos en el mundial, atribuyéndoselo a San Cristóbal.
Como tampoco faltó el alvaradeño que usara el mismo adjetivo, pero en femenino, para insultar a la Virgen de la Candelaria.
Ahí terminó todo intento de conciliación.

La condición humana manda

Esta historia les ha ocurrido a familiares y amigos.
Nadie está exento de ir a parar a la “rejilla de prácticas”, como se le llamaba a la cárcel municipal, por equis o ye problema.
Los hay que se dejan conducir de manera cordial, sin alterarse y confiados en la justa actuación de las autoridades para escuchar, analizar y decidir si lo que está sufriendo el ciudadano es justo o no.
Casi todos los humanos somos dados a reconocer, cuando tenemos a una autoridad superior enfrente, si nos excedimos o abusamos de alguna situación y aceptamos nuestra responsabilidad.
Se altera el carácter, cuando los ejecutores de la ley desinforman o inventan cargos contra el detenido y el juzgador impone sanciones excesivas o que no corresponden a la falta o a la inexistencia de la misma.
Se cuenta, que el cargo que se le imputaba –perdone la palabra, pero el uso es involuntario y así se dice– al detenido era precisamente el de “faltas a la autoridad”.
El “juez calificador” siempre tiene que creerle a los subalternos y raudo y veloz aplica multas.
El relato siempre implica que el detenido trae un billete, de cuya denominación le fijan la décima parte de su valor.
Si trae un billete de cien pesos, el juez le fija una multa de diez pesos.
Así, que si el detenido está “enchilado” por la injusticia del juez, le reclama. A lo que el juez le impone otra multa de diez pesos.
Ya para entonces, el agraviado, porque ya el detenido pasó a la condición de agraviado, pregunta:
-¿Cuánto es la multa por mentarle la madre”.
El juez responde:
-Diez pesos.
-Entonces, dice el detenido, cóbrese estos cien pesos y vaya y chin… su ma..”, otras ocho veces.
-¡Y estamos a mano!, con permiso.

Tarjeta roja

Como el tema es el que está causando tanto revuelo en el mundial de Brasil, en México y el mundo, y no vaya a ser que la FIFA, la CONAPRED y la Vela Perpetua de la Boca Lavada con Jabón saquen la tarjeta roja, mejor abandono el juego, perdón, el tema.

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