En Fortín de Las Flores, el primer museo del bonsái en América Latina

+ Dentro del jardín se puede ver águila azteca, un pino punta azul con más de 500 años de edad.

Zona Centro

RAÚL CAMPOS/MILENIO.COM.- - 2016-09-05

El arte milenario del bonsái, que consiste en cultivar una planta y controlar su crecimiento natural para mantenerla pequeña, llegó a México durante el Porfiriato. Fue Tatsugoro Matsumoto, un maestro jardinero imperial tokiota, quien lo trajo: se instaló en la capital, puso una florería y jardinería, y cautivó a las altas esferas de la sociedad con su trabajo. Además, es uno de los principales responsables de que muchas de las avenidas de la Ciudad de México, como Paseo de la Reforma, estén repletas de jacarandas —fue él quien trajo este árbol desde Brasil.

El legado del japonés impresionó al empresario y entusiasta de la naturaleza Miguel Ros Sánchez, quien en 2008 decidió fundar el Museo Tatsugoro en Fortín de las Flores, Veracruz, el primer recinto dedicado al bonsái en México y Latinoamérica, que cuenta con una colección de más de 700 plantas intervenidas provenientes de 100 especies diferentes, muchas de ellas trabajadas por el mismo Ros.

“La misión del museo es dar a conocer el arte del bonsái, que la gente sepa que este es un arte vivo que requiere constancia, pues para poder dominarlo uno tiene que dedicarle tiempo y paciencia a una planta. Para que una de ellas esté bien formada tarda aproximadamente 10 años; hay que regarla todos los días, fertilizarla, arreglarla y nunca olvidar que es también un ser vivo capaz de sentir el mínimo de los cortes. Queremos también interesar al público en el cuidado de las plantas y el medio ambiente”, detalla a MILENIO Zomayra Carballo, encargada del museo.

Entre los bonsáis que se pueden apreciar en los aproximadamente mil 500 metros cuadrados del museo se encuentran olmos, ahuehuetes, gardenias, camelias, jacarandas y el águila azteca, un pino punta azul con más de 500 años de edad que fue rescatado de una hacienda en Toluca y que es ahora emblema del Tatsugoro.

Carballo explica que existen tres concepciones erróneas que la mayoría de las personas posee acerca de los bonsáis: “Primera, que son solamente árboles muy chiquititos; segunda, que son puros juníperos, como coníferas y enebros”. Asegura que casi cualquier tipo de árbol puede trabajarse para convertirse en bonsái, inclusivamente los frutales —el museo cuenta con ejemplares como higo, manzano, limón, mango, durazno, guayabo y tamarindo, los cuales aún dan frutos.

Y detalla que existen diferentes tipos de bonsái, los cuales varían dependiendo del tamaño. Algunos son el shito, que mide no más de cinco centímetros; el mame, cuyo máximo tamaño son los 15 cm; los chumono, que van de 30 a 60 cm; los omono, que alcanzan los 120 cm, y los hachi-uye, que sobrepasan los 130 cm.

La otra idea equívoca, continúa, es que se trata de un arte proveniente de Japón, cuando realmente es una técnica originaria de la antigua China: “Su origen se remonta a una práctica china con aproximadamente dos mil años de antigüedad: fue en el periodo Kamakura, hace aproximadamente unos 700 años, que los japoneses copiaron la práctica y la desarrollaron hasta la forma en que hoy es conocida. Hasta se dice que para los samuráis el tener uno y mantenerlo hasta el día en que ellos mueran es alcanzar la vida eterna”.

El museo cuenta con una zona adicional de aproximadamente mil 200 metros, donde se encuentra el vivero y depósito donde los árboles son curados, podados y transformados por los curadores. Cuenta con reconocimientos internacionales como el otorgado por la Unione Bonsaisti Italiani y el Club Argentino de Bonsái 5/5. Abre todos los días de la semana y los domingos ofrece talleres sobre realización, cuidado y mantenimiento del bonsái.

“Todos son como mis hijos”: Miguel Ros

Fue en la década de los ochenta cuando Miguel Ros se interesó en la práctica del bonsái: inició sembrando una semilla de jacaranda al nacer su primer nieto. A esto se le sumó la invitación que recibió para dar charlas a los floricultores locales sobre este arte, cuestión que lo llevó a estudiar y compenetrarse en el tema hasta que poco tiempo después desarrolló su primer planta. Su colección, que está expuesta en el museo, la comenzó a amasar en 1999.

Por cuestiones de salud, Ros no pudo platicar con MILENIO durante la visita al recinto; sin embargo, Carballo aseguró que su pasión por sus plantas hace que las “cuide como a sus hijos”. Ello es reforzado por un discreto letrero colocado en la entrada y muy cerca del jardín japonés, en el que se lee: “ATENTO AVISO: a los que se dicen maestros bonsallistas: está terminantemente prohibido hacer modificaciones a los árboles. Algunos los adquirí porque me gustaron, otros fueron regalados y la mayoría diseñados por verdaderos maestros, los feos o mal hechos seguramente los hice yo y merecen el mismo respeto, todos son como mis hijos. Atte.: Miguel Ros”.

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