Laguna Verde, sin beneficios; vecinos se quejan

+Afirman que pocos habitantes de la región trabajan en la nucleoeléctrica, persiste la migración por la falta de oportunidades y advierten sobre posibles riesgos a la salud

Zona Centro

Excelsior - 2016-10-03

Han pasado 40 años desde que la Central Nucleoeléctrica Laguna Verde inició su construcción en Veracruz y los pobladores que viven en comunidades aledañas no se han acostumbrado totalmente a su presencia.

Hay quienes expresan temores sobre posibles enfermedades a causa de la cercanía, las malas condiciones de las rutas de evacuación y la nula mejoría económica que trajo a la población, puesto que casi ninguno de los habitantes de esa zona labora para la CFE.

Encima, no hay ningún beneficio económico porque a pesar de ser una región cercana a la nucleoeléctrica, las comunidades de Actopan y Alto Lucero deben pagar una alta tarifa por el consumo de energía eléctrica y aunque han pedido ser tomados en cuenta para una rezonificación, los recibos llegan a un precio que la gran mayoría no puede desembolsar.

LA CONSTRUCCIÓN

En agosto de 1966, la Comisión Federal de Electricidad inició la investigación sobre la localización de sitios posibles donde podría ubicarse la Nucleoeléctrica. En 1969, la CFE condujo un estudio intensivo de los sitios preseleccionados hasta que la entonces Comisión Nacional de Energía Nuclear, con un grupo interdisciplinario, solicitó la asesoría técnica del Organismo Internacional de Energía Atómica, para verificar la idoneidad del sitio propuesto por la CFE.

Fue así que la región de Laguna Verde, en el municipio de Alto Lucero, fue elegido como el sitio óptimo para la edificación, que inició en octubre de 1976.

Ese año inició la construcción del reactor de la Unidad Uno, en medio de un desconocimiento en esa región de lo que era una planta de generación de energía a partir de uranio enriquecido. Lo que llevaría después a iniciar una serie de movimientos provenientes de otras ciudades y que despertaron el interés de los pobladores de la zona aledaña.

“Nosotros éramos unos chamacos, corríamos porque era como bonito ver que llegaban los helicópteros. Llegaba la gente, se movía mucha gente. Luego íbamos a vender nuestras reliquias, adornos con conchas de mar y esas cosas, pero luego nos ahuyentaban”, recordó Rosalino Sánchez.

Aun así, hay quienes recuerdan la época de la construcción de la Nucleoeléctrica con singular alegría y nostalgia porque cuando las obras avanzaban, había bonanza: florecieron los establecimientos de venta de comida y servicios que crecían al ritmo marcado por los obreros que llegaban desde diferentes puntos de la geografía veracruzana y de otras partes del país y el extranjero.

“Mi mamá me llevaba a su trabajo, la ayudaba a pelar las verduras y a limpiar pescado. Era para darle de comer a la gente que llegaba a comer. A veces no salía a jugar porque tenía que ayudarla a lavar los trastos. Pero con eso mi mamá pagó la escuela de mis hermanos”, contó Manuela Viveros.

En esa época de total desconocimiento, en la capital del estado, académicos y grupos defensores de la ecología, comenzaron a gestar movimientos para impedir que siguiera adelante la construcción.

Las organizaciones de resistencia que peleaban el que no siguiera adelante lo que consideraban era el uso de energía obsoleta y contaminante. En enero de 1986 llegaron a realizar una magna concentración afuera de la nucleoeléctrica en la que los activistas y pobladores de las comunidades aledañas, inconformes se amarraron a los alrededores.

“Llegaron de Xalapa. Sí, hasta los niños fueron amarrados a las rejas de la entrada. Fue una marcha a la que llegaron hasta del DF”, reconoció Ruth Rivera, una maestra jubilada que en esa época fue a protestar.

Recordó que en aquellos años se fundó el movimiento Madres Veracruzanas, que alentó acciones de protesta apoyadas incluso por medios de comunicación locales con la impresión de un moño rojo que invitaban a colocar afuera de las viviendas.

Lo único que hizo que la obra no concluyera en pocos años fue la falta de fondos para terminar la Unidad Uno, que hasta 14 años después entró en operaciones.

Con el arranque de la Unidad Uno, el 14 de agosto de 1990, la situación de los pobladores cambió. Atemorizados ante lo que ya tenían más que aprendido sobre los riesgos ante un posible accidente nuclear, que les quedó muy claro con lo sucedido en abril de 1986 en Chernobyl, Ucrania, las inquietudes no cesaban y exigían a los gobiernos locales, al estatal y al federal, mayor claridad sobre la planta.

Braulio Silva, un ganadero de la región, contó que, al paso de los días, sintió que podía estar en riesgo y cerró su rancho. Se dedicó a la fabricación de queso, pero en Xalapa. “Es que nos decían que podía explotar, que nos podía pasar algo, pero teníamos que salir a trabajar, hacer nuestras cositas. La siembra y los animales ¿Pues cómo?”.

En 1995, inició trabajos el segundo reactor y con ello aumentaron los temores de los habitantes, que poco a poco se acostumbraron a vivir conscientes de un posible accidente, aunque con la confianza de los estándares de seguridad que les han dicho las autoridades que tiene la planta, a partir de las auditorías que realiza la Asociación Mundial de Operadores Nucleares.

Los vecinos de las comunidades más cercanas, viven con la duda ante lo que ellos consideran es producto de vivir cerca de la planta: han visto morir a un buen número de vecinos a causa del cáncer.

Genaro Lagunes, quien trabaja como taxista, aseguró que en su comunidad La Reforma, municipio de Actopan, ha visto morir “como a diez” vecinos en los últimos dos años. Tiempo atrás, no lo asociaba, pero ahora lo ve como un fenómeno.

Alto Lucero y Actopan son municipios que se rigen por la actividad ganadera; si bien hubo una época en la que hubo trabajo para los vecinos de la zona aledaña a Laguna Verde, al arrancar su funcionamiento los contratados no fueron precisamente los pobladores de la región, el detonante económico no fue tal.

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