Una buena dosis de masoquismo se requiere para andar metido en los asuntos de Cultura. Es tan grande, abarca tantos géneros que su oferta maravillosa, cuando está lo mejor posible hecha, magnifica, aturde para bien; es el espíritu milenario del ser universal que manifiesta ya en danza, música, pintura, lo escultural, regio de su porte y, se supone, que siempre llama a respeto. Y si hablamos de un “lo mejor posible hecha” (la Cultura) debemos aceptar que, para llegar a tal grado de quehacer, mucho se estudió y, esos estudios costaron, entre otras cosas: sacrificios, hambre, desvelos y, sobre todo dinero, es decir, se le tuvo que pagar a los maestros que enseñaron ya cine, teatro, literatura, etcétera por una razón muy simple: esos maestros tenían la costumbre de, cuando menos, comer dos veces al día, por eso cobraban, por eso había qué pagarles. Así ha sido siempre y, así será.
Pero en provincia, este supuesto aparentemente fácil de entender porque conlleva una lógica, una obviedad, no es así. En provincia muchos creen que, el culturero, debe trabajar de gratis, dar gratis sus conocimientos, esos que tanto le costaron haciendo acopio bajo climas y soledades de rigor, de temple y paciencia. No, ahora, debe de obsequiarlo, ¿por qué?, pues porque sí.
En provincia muchos creen todavía que al invitar a una persona que trabaja en Cultura para que funja como jurado de X certamen, esa persona-jurado, debe asistir gratis. Mala cosa, pésimo entendimiento (¿o sí lo entienden y se hacen bobos?, lo que sería doble crimen).
No tiene mucho me invitaron a la capital tabasqueña para ser jurado de un concurso de cuentos, asistí, me hospedaron, me dieron un sinnúmero de trabajos concursantes y me pasé horas y horas en el cuarto de hotel revisando, leyendo, de nuevo a revisar y seleccionar los que a mi parecer eran primero, segundo y tercer lugar. A los dos días nos vimos, con los otros dos jurados, para dar nuestro veredicto. Coincidí con un jurado en el primer lugar y, pronto, concluimos los demás sitios. Al final, grande fue mi sorpresa cuando al despedirnos, se nos entregó un sobre blanco con la cantidad de 2,500 pesos para cada uno. No lo podía creer, ¿me pagaron?, ¡pero si ya me tienen acostumbrado que, lo que tanto me costó, lo dé de gratis!, y el trauma, a fecha de hoy, no se me borra. Increíble.
En la localidad se acaba de ofender muchísimo una persona que, al ver nuestra dinámica de trabajos constantes, quiso participar, pero, imagino que imaginó, que era gratis y, a la hora de decirle que “se reportara” …no le gustó. Otras hay o mejor dicho habían, a las que tenía yo que andar como el abonero atrás de ellas para que me adelantaran la fabulosa cantidad de 750 pesos, “en paguitos” (opté por ya no incluirlas en futuros trabajos). Así va la parchada Cultura en provincia, a tropezones, ¿qué se le hace?