Karime, abanderada de una tragedia indescriptible: la soledad a que nos hemos condenado

+ CLAROSCUROS, por José Luis Ortega Vidal

2014-09-07

(1)
Llega al club de salud para saludar a su amiga.
La joven visitada recién se hizo cargo del negocio, despacha malteadas y bebidas de té -al tiempo de charlar y socializar con los clientes- en un ambiente de relajamiento.
Los temas de conversación suelen ser triviales: el trabajo, los problemas escolares, los chismes artísticos o el sobrepeso; alguna decepción amorosa; la esperanza de reencontrarse con el mito de la felicidad, etcétera…
¿A quién le interesa hablar de política o de literatura, de la falta de dinero o de tanta muerte y agresiones cotidianas en un Club Social creado para impulsar la salud a través de una mejor alimentación?

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Y sin embargo, la noticia llega.
El dato se cuela; el tema puntilloso, lleno de filo y de alarma se filtra como los hongos en la piel, como los virus en la sangre.
La quejumbre es inevitable y las conversaciones frívolas se someten a un segundo plano o se convierten en estatuas de sal.
¿Qué clase de sociedad es capaz de guardar silencio y permanecer quieta ante el asesinato de una niña de 5 años?

(3)
El rostro de Karime Cruz Reyes es el sabor del té.
La sonrisa de esa niña, Angel de Coatzacoalcos –la fe es un motor que mueve incluso a los ateos- aparece en la espuma de las malteadas.
El uniforme escolar que porta la menor en una fotografía relativa a su escuela constituye un estandarte, una bandera, una suerte de símbolo que nos obliga a respirar en derredor suyo.
Resulta difícil explicarlo pero es una especie de sensación vital: un antes de y un después de Karime.
Se trata de una niña y tal circunstancia resulta profundamente lacerante.
Sin embargo, hay más: vivimos el final aciago de esta niña.
De pronto, nos descubrimos de pie frente a la pureza de su humanidad y una lluvia helada nos recorre las venas y las arterias.
Reparamos en algo que olvidamos en el día a día: el otro -en este caso ella- el semejante, el compañero de especie cuya vida da sentido a nuestra existencia.
¿Para qué vivimos si no es para el otro?
¿Por qué estamos aquí si no es por el otro?

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Por todo lo anterior -movidos por hilos invisibles- los asistentes al Club comparten la noticia que los medios publicarán al día siguiente pero circula ya en redes sociales y de boca en boca: Karime ha aparecido muerta –tras 56 días de búsqueda- y a su lado se encontró el cuerpo –inerme también- de su tía Mónica.
Junto a la noticia sobre el final tráfico de ambas vidas se retoma la versión que ha corrido con los días y se tornó río de rumores, siempre rumores: la tía Mónica fue cómplice en el secuestro de Karime.
Apenas se hace referencia a tal afirmación y brotan –en el club de referencia- la polémica.
¿La tía es cómplice? ¿Y cómo lo saben?
Hay quienes plantean y comparten la hipótesis de que Mónica Cruz sí fue cómplice en el caso de Karime.
Noticia infausta, de confirmarse en el curso de la investigación que habrá de parar en manos de un juez.

(5)
Stephanie y Mónica, hijas de Mónica Reyes Baruch, han manifestado en medio del solitario velorio de su madre el cuestionamiento razonable al papel que se le endilga: el de villana entre las villanas.
La tía de Karime está muerta como para defenderse y finalmente quedamos atrapados en medio de la duda natural de su familia y los datos oficiales que ubican a la señora Reyes Baruch en los múltiples escenarios del secuestro y el crimen.

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Fallecemos mientras nuestros ojos se topan con un antes sin antes y un después sin después.

(7)
Mónica no puede defenderse porque está muerta.
Las afirmaciones sobre su culpabilidad se dividen entre el sentimiento que reclama su inocencia y los datos que apuntan hacia su culpabilidad.
Karime secuestrada y luego asesinada aparece en cada gota de rocío, en cada soplo de viento que emerge del mar de Coatzacoalcos…
Karime es abanderada de una tragedia indescriptible: la soledad a que nos hemos condenado.
Ya nada es igual porque ya nada lo era.
Ni el poder, ese infame cómplice y suicida, devorador de hombres y de esperanzas…
Ni el club…
Ni la comunicación…
Ni el rumor…
Ni el hedor…
Ni el amor…
Ni nada.

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