Para mí que no fue el Estado

“Pórtense bien. Háganlo por ustedes pero también por mí, porque si algo les pasa a ustedes al que crucifican es a mí”

2015-08-04

Casi siempre lo encontraba a la hora de la comida, después de las dos de la tarde. No éramos precisamente amigos, pero sí “vecinos”, pues vivía cerca de donde trabajo; muy cerca, diría yo. Nuestro saludo era siempre cordial. Sabíamos quiénes éramos. “Kiovo carnal”, le dije la última vez; “¿qué onda, Miguel?”, me respondió y nos despedimos en ese mismo instante.
Era de esas personas por las que sientes admiración profesional, sobre todo por su valentía, y esto hacía que existiese una relación con él. Además, su trato hablaba de la calidad de persona que era: siempre atento, siempre amable.
Yo había dejado de ejercer el periodismo. El miedo me absorbió y después de un par de acontecimientos en los que me sentí censurado, decidí parar. Me dediqué a otras cosas menos “comprometidas”, pues ya eran varios los “enemigos” que me había hecho en el sistema. Tenía y tengo miedo.
Pero él siguió; me dio cátedra de templanza, arrojo y profesionalismo; a mí y a otros colegas más, que habían tomado la misma determinación que yo, de dejar lo que más nos apasionaba, por seguridad.
Pero en Rubén, el peligro escaló. No eran pocas las personas que hablaban del riesgo que corría y él lo sabía, sin que contará con garantías de protección, por lo que decidió huir, resguardarse en su lugar de nacimiento, el Distrito Federal.
Pero ¿lo que le sucedió a Rubén, fue obra del Estado, como se acostumbra decir? Yo no lo creo. Verá usted por qué:
De acuerdo con nuestra Carta Magna del país (Artículo 1ero), “todas las personas gozaran de los derechos humanos reconocidos en esta Constitución y en los tratados internacionales de los que el Estado mexicano sea parte, así como de las garantías para su protección, cuyo ejercicio no podrá restringirse ni suspenderse”.
En este sentido, me pregunto: de los 28 tratados internacionales en materia de derechos humanos que han sido signados por México ¿mediante cuál se supone que la autoridad mexicana “protegió” al fotoperiodista, tal cual lo marca la Constitución?
Y es que en este extenso “menú” de supuestas garantías, están, por ejemplo, declaraciones que abarcan los tópicos de protección en casos de tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes; protección contra las desapariciones forzadas, así como sobre los principios fundamentales sobre la contribución de los medios de comunicación de masas para fortalecimiento de la paz y la comprensión internacional.
Pero ninguno, al parecer, fue respetado y/u honrado no sólo en el caso de Rubén, sino en el de otros 103 periodistas asesinados desde el año 2000 en México, 22 desaparecidos y los 42 ataques a instalaciones de medios de comunicación contabilizados de 2006 a la fecha.
¿Ya notaron por qué no fue el Estado? Si todavía no, ahí le van más pruebas: existen dos tratados firmados por México, que particularmente llaman la atención: el Código de conducta para Funcionarios encargados de hacer cumplir la Ley (Diciembre 1979) y la Declaración sobre los principios fundamentales de Justicia para las Víctimas de delitos y del abuso de poder (Noviembre 1985).
Y agárrese: en el primer documento, el Artículo 2 versa lo siguiente: “En el desempeño de sus tareas, los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley respetarán y protegerán la dignidad humana y mantendrán y defenderán los derechos humanos de todas las personas”.
Asimismo, el inciso “B” del segundo texto, comienza recitando: “Se entenderá como ‘víctima’ a la persona que, individual o colectivamente, haya sufrido daños, inclusive lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales, como consecuencia de acciones y omisiones que no lleguen a constituir violaciones del derecho penal nacional pero violen la norma internacionalmente reconocida relativa a los Derechos Humanos”.
¿Y todavía cree usted que fue el Estado? Yo digo que no, porque como ya lo expliqué, constitucionalmente el Estado tiene la obligación de garantizar la seguridad y el bienestar ciudadano de todas y todos los mexicanos; evitar el abuso de poder, proteger y brindar ayuda a quien la requiera, ahí sí, periodista o no. Y con Rubén y Nadia, principalmente y no obstante los antecedentes que tenían, no lo hizo.
Y es que ¿cómo va a ser el Estado, si ni a sí mismo se puede cuidar? Es más: ¡hasta pide a los propios periodistas que "le echen la mano"!

No, estimada y estimado lector. El Estado no fue, pues si hubiera sido, habría hecho su trabajo: proteger… y no lo hizo.

POST-IT: De pésimo gusto y completamente carente de respeto los "posicionamientos" de varios partidos de oposición, respecto a la muerte de Rubén Espinosa. Por favor, instituciones políticas: dejen de utilizar el hecho como bandera de ataque electoral y demuestren tantito corazón, siquiera por humanismo.