El jugador, de gran talento, fue parte fundamental de aquel conjunto cementero que dominó a placer la década de los setenta del siglo pasado
Deportes
- 2011-08-13
Y durante casi 20 años, el “2” de La Máquina le perteneció; el gafete de capitán lo portó con gallardía y llevó a Cruz Azul en el pecho, como símbolo de orgullo, como devoción a un club que lo hizo grande y en donde él contribuyó para encumbrarlo a lo más alto.
Ignacio Flores Ocaranza vivió para el futbol y esa vida estaba marcada por el camino en tono celeste, pues fue en Cruz Azul donde jugó durante toda su carrera. Ahí debutó en la temporada 1972-73, bajo las órdenes de Raúl Cárdenas, después de llamar la atención de los cazadores de talento del América y del Pachuca, que quisieron reclutarlo.
Pero él prefirió a Cruz Azul.
Tardó en ganarse la titularidad. No era fácil derribar a aquellos “monstruos” que comenzaron a reseñar la leyenda cementera, pero poco a poco se hizo de un espacio, encabezó la renovación de los 70 a los 80 y fue pieza importante en cuatro de los ochos campeonatos de Liga que hoy ostenta el equipo de La Máquina.
Conformó el tricampeonato, de la época que Cruz Azul dominó el futbol mexicano, de 1971 a 1974, y del conjunto que logró el bicampeonato en las temporadas 1978-79 y 1979-80.
Cuando Héctor Pulido decidió colgar los botines, no había nadie mejor para heredar el gafete que Nacho, quien desde joven mostró además de calidad futbolística, un temple de acero para liderar al equipo y sobre todo, gran amor por su profesión y por su club.
Sus logros lo hicieron llegar a la Selección Nacional; fue el Mundial de Argentina 1978, aunque sólo fue titular en el juego contra Polonia.
A inicios de los 80, cuando los campeonatos comenzaron a hacer falta en Cruz Azul, Nacho Flores se mantuvo fiel a su equipo y a sus convicciones. A pesar de que tuvo fuertes ofertas en México y también en el extranjero quiso seguir de azul y así decidió retirarse profesionalmente.
En la temporada 1989-90, cuando el tiempo alcanzó a la calidad, Nacho Flores decidió poner punto final a su carrera. Ya con el título de Maestro, con el gran respeto ganado, no sólo por su club, sino por todo el futbol nacional, Nacho colgó los botines. Feliz, porque en el equipo cementero estaba su hermano, el artillero Luis Flores, vio el final del túnel en el futbol.
En la jornada 6 de la temporada 1989-90, un pletórico Estadio Azteca le dio el adiós. Jugó como contención, un duelo ante el Guadalajara que terminó con empate a cero goles. Pedro Duana, quien encabezaba la siguiente generación cementera, lo relevó y de la mano de su hijo del mismo nombre, quien aunque lo intentó, no pudo seguir los pasos de su padre, se despidió del club de sus amores.
Con Cruz Azul, Nacho Flores jugó más de 400 juegos y anotó 12 goles. Ganó cinco títulos, pero se ganó también el corazón de toda la gran afición cementera.
A su retiro se dedicó a negocios particulares y a realizar visorías para el plantel cementero