La migración desde los principales estados cafetaleros del país –Chiapas, Veracruz, Puebla y Oaxaca– aumentó 18.9 por ciento en la última década y 40 por ciento respecto al inicio de siglo; los cuatro estados mantienen un saldo negativo en flujos de residentes, de acuerdo con los conteos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
Ese promedio queda rebasado cuando se enfoca la situación en Chiapas, el mayor productor de café en el país, donde los flujos de emigración se han duplicado en dos décadas, con un repunte de 101.8 por ciento; sigue Veracruz, con 47.4 por ciento. Son los estados, junto con Oaxaca, que en ese orden encabezan la migración de sus habitantes en busca de trabajo, evidencian los censos de población.
El abandono del campo por un relevo generacional es palmario entre sus habitantes. “Yo de mi edad casi no veo gente aquí en el rancho. Somos pocos. Con la baja de precio (del café), mucha gente lo que hizo fue emigrar”, explica Valente García, productor en Limones, en Cosautlán, Veracruz.
El trajín de algunos campesinos respalda sus palabras, la mayoría de quienes pasan –su casa se encuentra en el borde del trazado de calle y en adelante están las fincas– tienen rostros de piel delgada y curvaturas en las espaldas. Entre ellos se asoma uno que, como Valente, desentona. Va jalando su mula cargada con costales, prefiere no conversar.
“La mano de obra joven se ha perdido por la mala enseñanza desde niño en las escuelas”, considera el productor de 32 años. “Yo escuchaba a un compañero de Ixhuatlán del café: ‘cuando iba a la escuela me decían: ¡aprende niño, aprende, aprende!, ¿o quieres ser igual de burro que tu padre?’”, relata García.
Independientemente del denuedo/condescendencia hacia campesinos promovido a través de los modelos educativos, García considera que el campo se repoblará por las crisis alimentarias. “Del campo vivimos todos. Los del campo y de la ciudad, ¿qué comeríamos?”, se pregunta.
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Sobre un relevo en el cuidado de sus tierras, Javier Ramos, de Acatepec, en Guerrero, sale al paso: “¿qué se van a andar regresando mis hijos acá? Ya nos dejaron solos a mi vieja y a mí”. Cuenta que, con excepción de su hija la menor, todos migraron, si no a un pueblo cercano, a Toluca, a Monterrey o Estados Unidos, pero nadie parece querer regresar.
“Ellos saben lo que es el campo, de pronto nos echan una vueltecita los que siguen acá. Allá en los United están cuatro, no tres, tengo tres, y me dicen que les va bien. ¿Qué se van a andar regresando acá para chaponear”, agrega entre risas. “Pero nosotros, mi vieja y yo, ¿a dónde vamos? Ni queremos, pues, ¿para qué?”
Entre las razones que refieren algunos productores para quedarse en el campo cultivando café bajo sombra biodiversa, pese a los menores –a veces nulos– incentivos económicos, está “echar raíces”, “mantenerse firmes” en los terrenos que recibieron como herencia y en ella incluida la costumbre de cultivar el aromático.
Las casas de muchos pequeños productores están codo a codo con la de sus padres, hermanas, hermanos, que también se dedican al café o a la venta de frutas u otra vegetación, como las plantas de ornato, en particular las orquídeas.
“La mayor parte de mi terreno fue herencia de mi papá”, comenta Marcos Palestina, de San Miguel Tlapéxcatl, quien refiere que cuando vino la roya y su finca se vino abajo, la necesidad de levantarla también se volvió un reto para dejar tierras cultivables a sus nietos.
Sobre el incentivo para seguir en un cultivo con precios tan inciertos, Darío Cadena Alarcón, productor de Naolinco, considera que “es el arraigo. Esto viene por herencia ya de varias generaciones. Nuestros abuelos o bisabuelos, padres”.
Y continúa: “con el café hemos tenido años en que estamos en unas crisis que de plano por los suelos, pero ha habido veces que se levanta”.
El investigador Jan Ros, de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, documentó que a mediados de la década de los 20 del siglo pasado, alrededor de veinte mil indígenas de Los Altos de Chiapas se dirigían al Soconusco y otras regiones a la pizca de café. Años más tarde esa mano de obra fue sustituida por trabajadores que llegaban de Guatemala. La migración ahora tiene nuevas características: desde Centroamérica y varias regiones productoras de café en México, los campesinos salen para buscar empleo en otras regiones o en Estados Unidos.
Como escribió Luis Hernández, en “Migración y café en México y Centroamérica”:
“Irónicamente el café es un producto en el que los campesinos mexicanos deberían ser rentables de acuerdo con la teoría de las ventajas comparativas. Pero en lugar de bonanza y bienestar, su siembra en las actuales condiciones los ha condenado a la pobreza, al exilio, a la muerte o a la mendicidad. Otros en cambio, las grandes empresas y los fondos de inversión, acumulan mientras tanto más y más riqueza”