Unos 100 mil niños en todo Japón habrían sido desplazados de sus hogares por el sismo y el maremoto del viernes pasado, según la organización inglesa Save de Children.
Internacionales
- 2011-03-15
Los damnificados de Sendai perdieron en su mayoría sus hogares y muchos a sus familiares, pero mantienen un sentido de la disciplina y del civismo ejemplares en espera de víveres y agua, que escasean terriblemente desde el terremoto que arrasó la región el viernes.
Con una garrafa en las manos, una decena de personas espera haciendo cola pacientemente para obtener unos litros de combustible. No hay una palabra más alta que otra. La atmósfera es extrañamente calma y ordenada en este barrio de Sendai, la gran ciudad del nordeste de Japón devastada por el tsunami que siguió al terremoto.
La oleada gigante destrozó la zona cercana al mar. El techo de una casa puede verse tirado en medio del lodo. Un poco más allá, cinco automóviles están encastrados unos con otros. Imagen incongruente, una heladera y un diván aparecen instalados en medio de una montaña de escombros.
En este barrio “algunas personas perdieron a toda su familia, no tienen más nada”, atestigua Miki Otomo, profesora de inglés de Sendai.
Su casa fue destruida y Miki vive desde hace tres días, junto con unos mil supervivientes, en su escuela, que antes de la catástrofe había sido designada por la municipalidad como centro de albergue.
La primera noche sólo tenían unas galletas para compartir entre todos, relató.
Después, el sentido de la organización y la solidaridad que caracteriza a la sociedad japonesa permitió mejorar las condiciones de vida de los supervivientes, pese al corte de los servicios de agua y de electricidad. Una bomba de agua y sanitarios portátiles fueron instalados por voluntarios en el estacionamiento de la escuela.
En el gimnasio, un centenar de personas duermen en futones con mantas donadas por particulares.
“La situación sigue siendo difícil, pero hacemos lo máximo posible para ayudar a las víctimas”, declara el alcalde de Sendai, Emiko Okuyama.
La ayuda a los supervivientes es ahora la prioridad, porque “casi se ha desvanecido la esperanza de encontrar otras personas vivas”, dice.
En uniforme naranja, equipos de socorristas registran el barrio devastado, donde soldados empezaron a despejar los escombros.
El primer ministro Naoto Kan movilizó a 100 mil militares, es decir aproximadamente 40 por ciento el ejército japonés, para participar en las operaciones de socorro. Muchos países extranjeros enviaron también equipos de socorristas.
Uno de los supervivientes de Sendai, Yoichi Aizawa, de 84 años, volvió brevemente a su casa para tratar de recuperar algunos bienes, sin saber el estado en que estaba. “Cuando la tierra tembló la casa no sufrió daños, pero después llegó la oleada... Fue espantoso”, dice.
En un albergue de la ciudad vecina de Natori están alojadas siete jóvenes extranjeras que fueron sorprendidas por la catástrofe cuando viajaban en tren. “Tenemos pocos contactos con el mundo exterior, pero nos dan de comer y hemos podidos lavarnos”, cuenta Alice Caffyn, británica de 21 años, que agrega que no sabe cuándo el grupo podrá volver a Tokio.
La organización civil británica Save the Children, con sede en Londres, instaló en Sendai una base de operaciones para ayudar a los niños más vulnerables y sus familias a recuperarse del desastre.
Ayer, Stephen McDonald, encargado de la coordinación de las operaciones en Japón dijo que miles de casas en el norte y este de la isla fueron destruidas “y muchos niños deberán encontrar refugio en centros de evacuación abarrotados. Sólo podemos imaginar cuán aterradora debe haber sido para ellos la experiencia de los últimos días”, explicó.
McDonald estimó en cerca de 100 mil los niños desplazados por el terremoto de intensidad 9 grados Richter y el posterior tsunami que azotaron Japón el pasado viernes.
“También existe el riesgo de que muchos de ellos hayan sido separados de sus padres y familiares debido a la tragedia”, agregó McDonald y anunció el lanzamiento de una campaña para recaudar un millón de libras (1.6 millones de dólares) para ayudar a los niños en Japón.