El Papa amigo y viajero arranca llantos, júbilo y aplausos de feligreses
Internacionales
- 2011-05-02
“Acogiéndonos al deseo del vicario para la diócesis Agostino Vallini y de muchos otros hermanos, concedemos al papa Juan Pablo II la beatificación. De ahora en adelante deberá ser llamado beato”. Con estas palabras, el pontífice Benedicto XVI anunciaba ayer ante más de un millón de personas la beatificación de Karol Wojtyla, el papa más viajero, más carismático y, seguramente, el más querido de la historia.
Tras sus palabras, un enorme tapiz con una fotografía tomada en 1995 de un sonriente y joven pontífice fue desplegado en el balcón central de la basílica ante los gritos, los aplausos y el llanto de miles de personas llegadas de todo el mundo. “Viva el Papa”, gritaban en español, mientras las cámaras de la plaza de San Pedro del Vaticano enfocaban el féretro con los restos del fallecido pontífice en el interior de la Basílica de San Pedro. Eran las 10:38 (local) de la mañana y, tras un día lluvioso, un espléndido sol lucía en el cielo de Roma.
La ceremonia de beatificación comenzó con una semblanza de Juan Pablo II (Polonia 1920-Roma 2005) leída por el cardenal Vallini. En ella se recordó su “testimonio de fe” y su “entrega por completo a Dios para servir a la Iglesia”.
“Siendo testigo de la época trágica de las grandes ideologías, de los regímenes totalitarios y de su ocaso, Juan Pablo II intuyó el trabajoso pasaje de la época moderna hacia una nueva fase de la historia, mostrando una atención constante para que su protagonista fuese la persona humana”, dijo el cardenal.
Sor Tobiana, la monja polaca que cuidó a Karol Wojtyla durante 27 años, hasta su muerte, y sor Marie Simon Pierre, la monja francesa cuya curación de parkinson llevó a Juan Pablo a la beatificación, llevaron hasta el altar mayor un relicario con forma de ramas de olivo. Su contenido: una pequeña ampolla con sangre del fallecido papa, que le fue extraída pocos meses antes de morir por si era necesario hacerle una transfusión de sangre.
La orquesta de Roma comenzó a interpretar el Gloria mientras miles de personas, sujetando paraguas de colores con los que el sábado por la noche se protegieron de la lluvia y ayer del sol, portando fotografías del pontífice, banderas italianas, españolas, mexicanas, canadienses y polacas (asistieron más de 100 mil polacos, tierra natal de Wojtyla), aplaudían, lloraban y se abrazaban.
“Perfume de santidad”
Con el cáliz que utilizó en los últimos años Juan Pablo II y vistiendo una casulla y una mitra suya, Benedicto XVI comenzaba la liturgia. Lo hizo pese a las críticas por la rápida beatificación (realizada a seis años y un mes de su muerte, sin esperar a que pasaran cinco años para iniciarla, como marca la ley vaticana). Recordó que en su funeral, celebrado el 8 de abril de 2005, “ya percibíamos el perfume de la santidad” de Juan Pablo II.
“¡No temáis, abrid de par en par las puertas a Cristo!”, citó Benedicto XVI la famosa frase de Juan Pablo II ante los aplausos.
“Y el Papa abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible (...) Con su testimonio de fe, de amor, de valor y de gran humanidad, este hijo ejemplar de la nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra, ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad, y devolvió a los hombres la fuerza de creer en Cristo”, dijo el papa Benedicto XVI.
El Pontífice reconoció que durante los 23 años que trabajó para Juan Pablo II, el ejemplo de oración de éste siempre le impresionó: “Se sumía en el rezo a Dios en medio de sus múltiples compromisos. Y pese a que el Señor lo fue despojando lentamente de todo, él permaneció siempre como una roca, como Cristo quería, y con una profunda humildad guiando a la Iglesia.
“Santo padre, nos han bendecido tantas veces que es como si estuvieras vivo. Sigue bendiciéndome”, pidió Benedicto XVI mirando la imagen de Juan Pablo, mientras la plaza entera permanecía en un respetuoso silencio. Unas palabras que no estaban escritas en el guión.
Al término de la misa, el Papa saludó afectuosamente en todas lenguas, incluido el español, idioma que se olvidó hablar hace seis años cuando fue elegido pontífice.
“Gracias a los peregrinos de lengua española, y en especial a los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, seminaristas y numerosos fieles, así como a las delegaciones oficiales y autoridades civiles de España y Latinoamérica. El nuevo beato recorrió incansable sus tierras, caracterizadas por la confianza en Dios, el amor a María y el afecto al Sucesor de Pedro, sintiendo en cada uno de sus viajes el calor de vuestra estima sincera y entrañable”, aseguró Benedicto XVI.
El coro de la Diócesis de Roma comenzó luego a interpretar el Tous Tuus, himno que Juan Pablo II eligió para su pontificado, mientras Benedicto XVI entraba en la Basílica para venerar los restos del nuevo beato, que se encontraban en un féretro colocado ante el Altar de la Confesión.
Durante unos breves minutos y ante la presencia de cuatro guardias suizos y dos fotógrafos de la Santa Sede, el Papa rezó arrodillado ante el ataúd en un silencio tan sólo roto por los flashes de los fotógrafos de todo el mundo.
Después lo hicieron el centenar de cardenales que concelebraron con él, quienes también besaron el féretro, y por último las 83 delegaciones oficiales de los países asistentes.
Todos dieron su último adiós a Juan Pablo II, que regresó ayer a la Plaza de San Pedro, un lugar del que parecía que nunca se había ido