+ Este viernes se cumplen 40 años de la Revolución de los Claveles que derrocó al régimen del "Estado Novo", cuya cabeza más visible fue el primer ministro Antonio de Oliveira Salazar.
Internacionales
MILENIO - 2014-04-21
La foto amarillenta de la estatua del dictador preside encima de la barra del restaurante Cova Funda de Santa Comba Dao. La nostalgia de su régimen, el Estado Novo, es palpable. El culto a Antonio de Oliveira Salazar, que dirigió Portugal con puño de hierro, sigue intacto.
Instalados en la barra, los parroquianos no disimulan su admiración por quien consideran “el político más honrado que ha tenido Portugal”. Oliveira Salazar, fallecido cuatro años antes de la revolución del 25 de abril de 1974, sigue vivo entre los espíritus de su ciudad natal.
“Era un gran hombre, nada que ver con los corruptos que nos gobiernan hoy. Unos ladrones todos”, se enfada José Manuel Gomes, de 47 años. “Entonces vivíamos mejor, todo el mundo tenía trabajo”, afirma este funcionario que, sin embargo, no conoció aquellos años sombríos.
“Necesitaríamos cien Salazares para levantar al país”, agrega Manuel Campos, de 59 años, restaurador de muebles antiguos. “Era un dictador, pero no como Hitler o Mussolini”.
Las decenas de miles de presos políticos, incluyendo medio centenar torturados a muerte, parecen borradas de sus memorias. Para los adeptos a Salazar, eran “atrocidades de la PIDE”, la policía política, que escapaban al control del hombre fuerte.
Al fondo de la sala se apilan un busto de Salazar, fotos de su estatua, decapitada después de la Revolución de los Claveles, revistas y libros viejos sobre su obra, que los clientes han ido trayendo. Un museo en miniatura a la gloria del dictador.
Helena Soares, de 39 años, la hija del dueño del restaurante, muestra una amplia sonrisa: “A la gente le fascina sobre todo su personalidad. Eso no les impide votar a socialistas o conservadores.
“Salazar es un tema que divide a la población entre pros y antis. Forma parte de nuestra historia”, comenta el socialista Leonel Gouveia, elegido alcalde en 2013.
Uno de cada cinco portugueses (19%) estima aún hoy que la dictadura tenía más cosas buenas que malas, contra un 17% hace diez años, según un estudio de la Universidad de Lisboa.
“Con la crisis, el número de nostálgicos ha aumentado en Santa Comba D ão y en Portugal”, lamenta Alberto Andrade, de 57 años. Este militante antifascista oriundo de esta localidad ha jurado no volver a pisar el restaurante Cova Funda, una de cuyas especialidades es “el bacalao a la Salazar”.
El sobrino nieto de Salazar, de 65 años, es un cliente habitual, almuerza allí los domingos. Frente despejada, gafas finas cuadradas, Rui Salazar evoca un “patriota humanitario” que “hizo más por el país que la democracia en 40 años”.
Su modesta casa, situada en la avenida que sigue llevando el nombre de su tío abuelo, rebosa de recuerdos, entre ellos un libro titulado Mis vacaciones con Salazar, publicado en 1952 por su amante, la periodista francesa Christine Garnier.
Al final de la avenida, los incondicionales del hombre que reinó en Portugal de 1932 a 1968 antes de que le tomara el relevo Marcelo Caetano, se siguen reuniendo una vez al mes en una sala oscura, recubierta por cuadros y muebles del “obrero de la patria”.
Un poco más allá, la casa donde creció el dictador se encuentra en ruinas.
“Aquí nació el 28/4/1889 el Dr. Oliveira Salazar, un Señor que gobernó sin robar nunca nada”, proclama una placa fijada debajo del tejado decrépito de tejas que arrastró el temporal.
Su sepultura, cuidadosamente florida, se encuentra en un cementerio vecino: “Vivirás eternamente en el corazón de millones de portugueses”, asegura uno de los numerosos epitafios. Tres días después de la fiesta de la Revolución, cientos de seguidores van a conmemorar allí su aniversario.