+ En Irak, pero también en Siria y en Afganistán, el presidente de EU no confía en las soluciones militares.
Internacionales
MILENIO - 2014-08-15
El 9 de agosto, antes de salir de vacaciones, Barack Obama dio su última conferencia de prensa tras ordenar los primeros bombardeos del Pentágono sobre los rebeldes yijadistas en el norte de Irak, y el mensaje principal que se desprendió de sus palabras fue que había que ser pacientes.
Obama repitió que la prensa de la Casa Blanca ya había hecho saber en vísperas que no había un límite prefijado para la intervención, ya que reorganizar las fuerzas militares iraquíes, reforzar a los peshmergas (milicias kurdas) y sobre todo asistir a la formación de una amplia coalición de gobierno en Irak que incluya el campo sunita “tomará su tiempo”, dijo, para no hablar del tema de los refugiados yazidíes, minoría religiosa amenazada por los yijadistas ultrarradicales del Estado Islámico (EI).
Esta perspectiva no es en absoluto del agrado del presidente de EU, cuya inclinación a demorar un compromiso en el terreno es a menudo criticada por sus adversarios.
Su actitud fue descrita, por ejemplo, por el periodista Bob Woodward en 2010 en un libro dedicado a la decisión de Obama de enviar refuerzos a Afganistán en 2009, aun cuando otro libro escrito dos años más tarde por otro periodista, David Sanger, sobre sus “guerras secretas” describe a un presidente que sigue muy de cerca las muertes extrajudiciales realizadas sobre todo en Pakistán contra Al Qaeda.
Comprometido en apoyar la acción británica y francesa en Libia, en 2011 [que derivó en la caída y muerte del ex amigo y socio de EU y Europa, el dictador Muamar Gadafi, N. del T.], una posición que hizo popular la fórmula de “dirigir desde atrás”, Obama reculó a último momento sobre el tema sirio en 2013, borrando penosamente la “línea roja” (el recurso a las armas químicas del presidente Bachar Asad contra la insurrección siria) que él mismo había trazado.
“Guerrero reticente”, el presidente de EU sintetizó en una fórmula su concepción del recurso a la fuerza armada durante un discurso en la academia militar de West Point, en mayo: “No porque tengamos el mejor martillo, todos los problemas son clavos”.
Desde la luz verde dada a los ataques en Irak, Obama no ha dejado de insistir en que no habrá una solución militar de EU al torbellino iraquí, mientras que la aplastante mayoría de expertos y diputados del Congreso que siguen los asuntos militares, incluso demócratas, dudan de la eficacia de los “golpes limitados”, como Obama los presentó la noche del jueves 8, a los cuales él afirma quererse limitar.
Su reticencia responde a los estragos causados según él en el pasado por el recurso sistemático al instrumento militar. El jueves aseguró que el arsenal de la influencia estadunidense incluye también a “nuestra diplomacia, nuestra economía y nuestros ideales”.
Un sentimiento de impotencia resuena en la transcripción de la entrevista dada al editorialista del New York Times, Thomas Friedman al día siguiente de aprobar la acción en Irak. En ella, Obama pasa revista a los principales puntos calientes del planeta. ¿Ucrania? “Putin puede invadirla”. ¿La cuestión palestina? “Bibi [Netanyahu] es demasiado fuerte y de alguna manera [Mahmud] Abas es demasiado débil para que ambos puedan acercarse”. De ninguna forma se permitirá “ningún califato” entre Siria e Irak, pero tampoco transformar a la Fuerza Aérea de EU en un “un ejército del aire iraquí”.
Obama también admitió un error de juicio sobre Libia: no haber sido suficientemente vigilante en lo que podría ocurrir tras la caída de Muamar Gadafi. Es, dijo, “una lección que he puesto en práctica desde entonces cada vez que me pregunto: ¿debemos intervenir militarmente? ¿Tenemos una respuesta para el día siguiente?”.