#ArrierosSomos: ¿FELIZ DÍA DEL NIÑO?

+ Columna del C.P. Renato P. Vázquez Chagoya

Zona Sur

Renato P. Vázquez Chagoya - 2015-05-05

En el año de 1954, la ONU (Organización de las Naciones Unidas), sugirió que cada uno de los gobiernos, celebrase en la fecha que considerasen más propicia, el “Día Universal del Niño”.

La ONU, por su parte, celebraría cada 20 de noviembre tal conmemoración, porque en ese día pero del año de 1959, se había aprobado la “Declaración de los Derechos del Niño” y posteriormente, también el 20 de noviembre, la “Convención sobre los Derechos del Niño”.

En nuestro país, se adoptó el 30 de abril de cada año para celebrar el “Día del Niño”, con la finalidad de hacer obsequios a los niños y, aunque no es día de descanso obligatorio, en las escuelas y en los ayuntamientos se realizan festivales o excursiones para homenajear a los niños.

Sin embargo, no fue la primera vez que se celebraría el día del niño.

Según el Diario de Xalapa, del 4 de mayo de 2009, existe un acta notariada en Ciudad Victoria, Tamaulipas, que consigna que en Tantoyuca, Veracruz, se instauró el “Día del Niño” el 8 de mayo de 1916.

Según se explica, la instauración del “Día del Niño” se hizo durante el gobierno de Álvaro Obregón, después de que el país se sumara a la Convención de Ginebra.

Obedecía también al ánimo de reparar los efectos negativos que los infantes habían sufrido en la Revolución Mexicana y en la Primera Guerra Mundial, recogida en la Convención de Ginebra, en la que se definieron los Derechos de los Niños y buscando preservar su integridad cuando se dieron actos de guerra.
Fue a partir de esos dos grandes acontecimientos, uno en México y otro en el Mundo, que la humanidad empezó a preocuparse por entender las necesidades de la niñez durante los conflictos armados.

En la Revolución Mexicana muchos niños participaron como espías o como soldados portando armas o asistiendo a los soldados mismos, dejando huellas permanentes en toda una generación de mexicanos.

Hubo otros antes

No se puede imaginar una humanidad, sobreviviente de siglos, sin atender de manera especial el crecimiento y desarrollo de los niños.

En la época prehispánica los niños eran considerados “un regalo de los dioses”, sometidos a constantes consejos y orientaciones, eso sí, de manera comedida, tierna y amorosa, aunque los aztecas, un pueblo militarizado, fueron severos en la educación de sus hijos.

En contraparte, cuando los menores faltaban a sus deberes, los castigos eran terribles, tales como hacerlos respirar humo de chile o punzar sus cuerpecitos con espinas de maguey, no existiendo diferencia entre ellos, pues todos debían obedecer y respetar las reglas. No importaba que fueran nobles, si desobedecía o rompían las reglas, eran castigados.

Ya durante la Colonia Española, el trato para los niños dependía de la diferenciación social, ya fuera negro, indígena, criollo, español peninsular o mestizo. Había que atenerse a la clase social y económica de la familia.

Los orígenes trágicos

Corría el año de 1869, y la fecha es precisa: 16 de agosto.
El lugar, Ñú Guazú, también conocida como “Campo Grande”.
El acontecimiento fue un encuentro bélico conocido como la “Batalla de Nú”, en Paraguay.
Enfrentados Brasil, Argentina y Uruguay (La Triple Alianza), contra Paraguay.
La Tripe Alianza contaba con 20 mil soldados y los paraguayos apenas llegaban a tres mil quinientos, en la que está considerada una de la más terrible de las batallas militares del mundo.
Lo trágico de esto, es que en el ejército paraguayo, los tres mil quinientos soldados eran niños cuyas edades fluctuaban entre los nueve a los quince años, que iban acompañados y dirigidos por 500 veteranos comandados por el General Bernardino Caballero.
Tal enfrentamiento tuvo como objetivo principal proteger la retirada de las tropas del Mariscal Francisco Solano López, después de haber sufrido otra derrota.
La batalla se libró por la mañana, en un campo abierto, cubierto de maleza. Los paraguayos quedaron en un “círculo de fuego”, mientras sufrían el ataque brasileño por los cuatro lados. Por el Norte, ataques de caballería; por el Este, el ataque de un general; por el sur, ataques de los veteranos brasileños y por el Oeste, por las tropas del emperador brasileño Luis Filipe Gastao de Orleans Conde D’eu.

Huelga decir, que la resistencia heroica de los tres mil quinientos niños y los quinientos veteranos, duró ocho horas.

Cuadros horrorosos, de clemencia y crueldad se observaron en esa batalla.

Niños de escasos seis u ocho años, se aferraban de las piernas de los soldados brasileños, llorando, suplicando y pidiendo no los matasen. Imperó la crueldad: fueron degollados en el acto.

Escondidas en las selvas próximas, las madres observaban. No pocas empuñaron las lanzas y llegaron a comandar a grupos de niños en la resistencia.

Finalmente, después de todo un día de lucha, los paraguayos fueron derrotados.

En la tarde, cuando las madres vinieron a recoger a los niños heridos y enterrar a los muertos, el comandante brasileño mandó a quemar la maleza. Se veían niños heridos correr hasta caer víctimas de las llamas.

La hecatombe tiene sus símbolos:
+ Lo implacable de la guerra.
+ La vergüenza de un pueblo en la superioridad.
+ La conciencia máxima de la defensa de nacionalidad.
+ La lucha extrema por la Independencia Nacional.
+ El sacrificio máximo de un pueblo, casi el suicidio, para no rendirse.
+ El derecho a la libertad.

En esa época en Paraguay la libertad era un concepto práctico y no una palabra abstracta. Era el derecho a la tierra, a la alimentación; en fin, a la autonomía del país.

El resultado final de la Batalla de Ñú fue de 3,300 paraguayos muertos y las fuerzas militares de la Triple Alianza sólo 50 bajas y menos de 500 heridos.

Por eso, Paraguay tuvo que vivir en carne propia la tragedia y el amor sublime de sus herederos, los niños, que sacrificaron vida y futuro por su adorada patria.

Merecido, pues, que el 16 de agosto, desde hace 146 los niños paraguayos escribieron con sangre su derecho a ser tratados con consideración, ternura, cariño y amor.

No es necesaria la tragedia para sublimar el amor hacia nuestros pequeños.

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