Desde los primeros rayos del amanecer, en la Plaza de la Revolución ya hay apostados a los costados miles de cubanos con sus uniformes militares; otros civiles también se forman ordenadamente para ver el paso de la caravana.
A un costado de esa torre que tiene forma de estrella, están las escoltas encabezadas por dos motocicletas y camionetas especiales del Ejército Cubano y del Ministerio del Interior.
Poco antes de la 7 de la mañana, a lo lejos se aprecia un convoy de vehículos oficiales que se integrarán al largo viaje por toda la isla. Un helicóptero sobrevuela el lugar más emblemático de La Habana.
“Con el mayor respeto, no pasen de esta línea”, indica un agente de la Brigada Especial Nacional, que hoy se encarga de parte de la logística. Entendemos la solemnidad y se respeta. No se está en México -o en Veracruz- como para salir con la jalada de “Yo soy prensa, wey”.
Minutos después, comienzan a surgir las lágrimas. Avanzan lento los vehículos frente a lo que horas antes fue el pódium donde jefes de estado de todo el mundo rindieron homenaje a Fidel Castro Ruz.
Desde la multitud se escuchan los primeros sollozos. Hay generaciones variadas, incluso los que se toman selfies ante la solemnidad.
Con los primeros metros de avance, una contemporánea del ausente Comandante Castro grita desgarradoramente: “¡Será eterno para la historia y jamás lo borraremos de nuestras memorias! ¡Viva Fidel!”…
Los coros se escuchan sin cesar: “¡Yo soy Fidel! ¡Yo soy Fidel! ¡Yo soy Fidel! ¡Yo soy Fidel!”
“¡Fidel nos diste la alegría cuando entraste en la caravana y lloramos de alegría, y hoy lloramos de dolor, Fidel… ¡Gracias por existir, Fidel! ¡Gracias!”.
Y sí, ese día que triunfo la Revolución Cubana en 1960, muchos cubanos salieron a festejar su historia. Hoy, otros cubanos (quizás presentes algunos de ese momento en blanco y negro triunfante de La Habana) tienen la tristeza reflejada.
“Tenemos que estar tristes”, se escuchó decir.