COMIDA CHINA
No todo lo que relumbra es oro.
Juan Antonio Nemi Dib
Cosas Pequeñas
2011-12-05
Con admiración y envidia vemos a China, cuyas tasas de crecimiento económico son apabullantes. El Dragón de Oriente amenaza con engullirse todo lo que tiene enfrente. Pero los expertos piensan que de continuar el actual el nivel de gasto energético y el uso indiscriminado de materias primas, acabará por romperse su ya precario equilibrio ambiental. No se puede mantener ese nivel de explotación de recursos, de contaminación y crecimiento vertiginoso sin costo, costo que -por cierto- pagamos todos los habitantes del planeta.
Y no es menor el abuso de la fuerza de trabajo. Buena parte de su éxito se debe a los ingresos precarios y al régimen de semi esclavismo que mantiene a cientos de millones de personas en los límites de la subsistencia, que genera cinturones de miseria en las ciudades y produce masiva expulsión de la población rural. No puede funcionar indefinidamente un esquema económico basado en la opresión y la iniquidad con la mano de obra, sin que haya consecuencias. Es cierto que algunos chinos -muy pocos- han salido de la pobreza con el nuevo esquema económico que opera en sus famosas “zonas especiales”, pero también es cierto que estos beneficiarios siguen siendo una gran minoría respecto de las personas que continúan con hambre y miseria
Su macroeconomía crece, sí, en demérito de otras. Y qué pasará, nos preguntamos, cuando todos los clientes de productos chinos -es decir, prácticamente el mundo- no tengamos con qué comprarles más. La depresión económica reducirá sus ventas (es normal, en los contra ciclos-económicos, que los sistemas productivos tiendan a cerrarse, a “ensimismarse”) y dejen de importar.
El otro problemón es financiero: mucho de su capital está invertido en bonos extranjeros, sobre todo de los Estados Unidos. Hasta ahora, se estima en 1.14 billones de dólares de deuda estadounidense que son propiedad China. De suerte que, si lo accesorio sigue la suerte de lo principal, el decremento de la economía norteamericana (y también la europea) acabará siendo un factor de riesgo para las finanzas de Pekín, o Beijing como le llaman ahora. Sin embargo, ante la incertidumbre de la economía en el “Viejo Continente”, parece que ser que China ha optado por seguir colocando su capital en deuda de EUA, lo que ha representado un 1% de incremento en la compra de bonos del tesoro en los últimos meses. Ahorrar excedentes no es fácil y sí peligroso.
Pero tienen más broncas. Dice la BBC que “de acuerdo con Xinhua -la agencia de noticias China-, en el último censo que se celebró en China, en 2010, el número de personas de 60 años y más suma 177.65 millones y representa más del 13% del total de la población china que se ubica en mil 300 millones de habitantes.” Inevitablemente, en una generación y media, China será un país envejecido (quizá en mayor proporción de lo que le espera a México) y habrá que ver el impacto que ello significará para sus instituciones, para su modelo de vida y de su precoz economía capitalista. No es posible llamar “sistema de pensiones” a lo que existe como tal y que no cubre ni en mínima parte las necesidades de la población anciana, que tradicionalmente es atendida por sus familias, para las que no deja de ser una enorme carga económica.
Aunque Occidente se haga de la vista gorda, con una suerte de pragmatismo cínico que juzga con dureza a unos pero ignora los graves crímenes de otros, China ejerce con mucha impunidad un imperialismo brutal contra varias naciones a las que avasalla, a las que reprime violentamente y mantiene “unidas” a la República Popular mediante el uso continuado de la fuerza militar y policiaca. Los ejemplos más visibles -no los únicos- son el Tíbet y Xinjiang, donde decenas de miles de uigures sufren las consecuencias de la exclusión y la represión en todas sus formas.
Organizaciones uigures han denunciado acciones específicas de “limpieza étnica” y de una inmigración masiva a su región, promovida como política de Estado, de decenas de miles de “chinos puros”, que desplazan de sus empleos, de sus negocios y hasta de sus viviendas a los uigures que han vivido allí por siglos e integran esta minoría étnica a la que se impide la práctica de su religión, se le proscriben sus manifestaciones culturales y se le cancelan los medios de vida. La pregunta obligada es por cuánto tiempo podrá el régimen chino mantener este violento estado de cosas, oprimiendo violentamente cualquier intento de defensa por parte de sus víctimas.
El constante chantaje es característico de la diplomacia China. Por ejemplo, la República Popular es madrina del oprobioso régimen de Corea del Norte, que tiene en vilo al mundo con la amenaza de un ataque nuclear contra Japón y Corea del Sur y que, mediante una represión no menos suave, conserva a más del 20% de su población enrolada en el ejército regular: 1.1 millones de soldados para 8.2 millones de habitantes (la mayor parte de los cuales no tienen ni comida suficiente). Una pequeña nación que amanece disparando a los vecinos y matando gente inocente cuando su salvaje tirano amanece indispuesto, protegida y amparada por su “vecinota”.
Pero su nueva presencia mundial es indiscutible, al punto de que -en medio de la crisis europea-, China se ostenta como interlocutor primario del gobierno estadounidense. Dice su publicidad oficial: “Al entrevistarse con el presidente estadounidense, Barack Obama, a mediados de noviembre en Hawaii, el mandatario chino, Hu Jintao, declaró que China respeta los justos intereses de EEUU en la zona de Asia y el Pacífico y admite que EEUU desempeñe un papel constructivo en los asuntos de la zona. También expresó su deseo de que EEUU respete los legítimos intereses regionales de China, asuma adecuadamente los intereses bilaterales y promueva la paz, confianza recíproca y cooperación en el área.” No es necesario ser ducho en lenguaje diplomático para entender que China está exigiendo que se le reconozca su “zona de influencia”, una especie de territorio neocolonial en el que no va a admitir la intromisión de otros, por poderosos que sean.
El pragmatismo con que la comunidad de naciones ha tratado al “mercado más grande del mundo” tiene ya consecuencias; China se ha lanzado sin límite alguno -como una plaga de langosta- a la conquista de zonas estratégicas no sólo para la colocación de sus mercaderías, sino para el abasto de su insaciable necesidad de materias primas (principalmente en África, donde la presencia China crece exponencialmente) y no va a renunciar a este esquema con facilidad, al costo que sea.
Con un poderío económico indiscutible, con una fuerza militar que se multiplica, con indiscutibles avances tecnológicos y con Estados Unidos y Europa imposibilitados de hacerle frente, China se dispone a la “supremacía”. Falta ver si las contradicciones, la opresión y los graves problemas internos -la insuficiencia alimentaria, por ejemplo- se lo permiten.