Miedo y libertad
Lilia Cisneros Luján
Una Colorada
2020-05-04
La intensidad y velocidad con que se reproduce la oposición al autoritarismo, es algo más profundo que la conducta misma del imputado. Un aspecto en que parecen coincidir la mayoría de los estudiosos de las emociones es el describir a esta característica como una falta de estructuración del campo cognitivo lo cual propicia un grado amplio de inseguridad y ansiedad, empujando muy a menudo a los afectados a dejar de lado su independencia –emocional o sea el yo individual- para adherirse a alguien exterior, como los casos de millones de votantes en democracias populistas, que suponen asegurada la solución a sus dificultades por los actos de otro a quien se le atribuye autoridad.
Mucho se soslaya acerca de la evasión de responsabilidades del sujeto autoritario, que en el ámbito familiar responde con procederes simples desde la orden verbal subida de tono, hasta el acto violento de un golpe; la dependencia derivada casi siempre de sentimientos de inferioridad e impotencia, ¿intenta ocultar tendencias a la sumisión? ¿Son falaces justificaciones, acerca de su insignificancia individual, el haber sido víctima en la infancia o cualquier otra etapa del pasado de su desarrollo?
La autoridad en sí misma, no puede calificarse de buena o mala, en la mayoría de las veces es necesaria, para conducir procesos de diversa índole, en la familia, colonia, empresa o dependencia sobre todo para evitar el caos pero ¿Se vale abusar de dicha autoridad? ¿A que conduce tal abuso? El ejemplo más trillado de lo que produce el exceso en el ejercicio autoritario lo es justamente el periodo de poder del partido nacionalsocialista alemán -1933-1945- que en un tiempo récord debido a su reciente creación logró ser votado por la mayoría del pueblo. ¿Fue consecuencia del engaño de una minoría que se impuso a la mayoría popular? ¿Resultó como una reacción de hartazgo acerca de las condiciones socioeconómicas? Este tipo de autoritarismo político ¿es necesariamente el preámbulo de una dictadura?
Es mucha la tinta usada para justificar que la autocracia, la tiranía y el mismo absolutismo tienen íntima relación con personajes autoritarios y diversos episodios de la historia así lo demuestran; sin embargo salvo el caso de psicólogos pocos abundan acerca de la personalidad de los individuos que aceptan someterse al autoritario. Quizá una de las fuentes más profundas sobre este último fenómeno es el dejado por un judío alemán –que por cierto vivió en México varios años- teorizando acerca de la necesidad de libertad y pertenencia como base de la personalidad[1]. Este reconocido psicoanalista neofreudiano, explicó en una de sus obras más reconocidas –El arte de amar- que más allá de lo erótico, lo materno, lo egoísta e incluso el amor a Dios, el verdadero amor es “la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos” ¿Salir a dar abrazos y besos a los más necesitados es amor? Regalar dinero en vez de propiciar el desarrollo y crecimiento personal, no de una persona como objeto amoroso, sino con el mundo a fin de trasformar la sociedad en vez de aumentar su dependencia, es el verdadero amor. Cada billete regalado ¿a cuantos votos corresponde? ¿Hay humildad, coraje fe y disciplina en la dádiva onerosa que convierte el amor en acto mercantilista?
Si algo abunda en el autoritario, son los prejuicios –mi mujer me es infiel, este empleado no tiene lealtad, los que me critican son adversarios, me consideran tonto y desean mi destrucción- y todo un cúmulo de sentimientos de impotencia e inseguridad ampliamente analizados por Erich Fromm en 1941. El miedo a la libertad, da lugar a la pérdida de seguridad, la cual sale a flote en momentos de crisis en personalidades autoritarias. El padre de familia sin trabajo deja salir alguna de las características que tal vez haya ocultado si es autoritario: rigidez, adhesión a valores convencionales, sumisión incondicional a autoridades morales idealizadas en el grupo –Juárez, Madero, Cárdenas, el bisabuelo- tendencia a castigar a quienes supuestamente violan sus valores –esposa, hijos, gobernadores y autoridades municipales de diversos credos- resistencia a la reflexión e introspección; superstición; valoración exagerada del poder y de la fuerza; destructividad de lo que considera peligroso lo mismo en el ámbito material, estructural e histórico y podríamos abundar en ejemplos, sociales y políticos, de gente autoritaria que ocultó su esencia hasta que obtuvo o perdió el poder o el dinero.
La inseguridad interna del hombre contemporáneo, que ha logrado el súmmum de la libertad, es quizá una de las causales más negadas por el autoritario, quien reacciona con agresividad en relación directa de sus temores, a grado tal que el miedo le asechará de manera constante, lo cual paradójicamente le restará libertad, de ahí que en épocas de crisis, y la nuestra es una de ellas, el hombre siente más inseguridad, e impotencia. ¿Explica esta hipótesis de Fromm, el proceso dialéctico seguridad-libertad, caldo de cultivo para proliferar el autoritarismo justo en épocas de crisis?
Por lo pronto, ayuda tener presente un proverbio -16:19- contenido en el antiguo testamento bíblico, que luego de varias sentencias cortas, reconoce que si bien, muchas veces los humanos se creen suficientes para decidir hasta lo que debe hacerse en el futuro, llega a la conclusión que el mejor camino para evitar la caída provocada por la altivez es justamente la conducta humilde ¿Pueden los autoritarios ejercer con honestidad dicha conducta?