CASO TORRE DE PEMEX: ...Y ningún plan de contingencia

+ Después de la explosión en el edificio B-2 del complejo central de Pemex, todo se resumió en caos y desorganización.

Nacionales

JUAN CARLOS CRUZ, PATRICIA DÁVILA Y ARTURO RODRÍGUEZ / Proceso.com.mx - 2013-02-03

Después de la explosión en el edificio B-2 del complejo central de Pemex, todo se resumió en caos y desorganización. Los equipos de rescate no sabían bien a bien qué hacer y poco después fueron desplazados por los del Ejército y la Marina, que tampoco. En medio del desconcierto, la política de comunicación social también mostró fisuras. Fueron las redes sociales las que llenaron, mal que bien, el hueco. Y los planes de contingencia que todas las dependencias públicas deben tener por ley fueron los ausentes en la tragedia del 31 de enero.

El presidente encabeza una reunión acompañado por los secretarios de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong; de Energía, Pedro Joaquín Coldwell; el subsecretario de Protección Institucional, Manuel Mondragón y Kalb; y el procurador general, Jesús Murillo Karam. Notoria es la ausencia del director de Pemex, Emilio Lozoya Austin, a quien sustituye otro funcionario de la paraestatal quien parece explicar la situación al mandatario y a los miembros del gabinete.

Sobre la mesa Joaquín tiene impresas unas hojas de cálculo, Mondragón atenaza un pañuelo, Osorio tiene ante sí un cuaderno escolar. Al fondo la explicación se desarrolla, plumón en mano, sobre un pintarrón que exhibe la ubicación de los edificios en el complejo administrativo de Pemex, frente a un presidente atento.

La imagen difundida por la Presidencia más que avalar el tesón presidencial reveló la ausencia de planos, planes de contingencia, esquemas de seguridad. Sentados en torno a la mesa los hombres que gobiernan el país se ven en la imagen con las manos vacías ante la tragedia por la que se decretaron –el viernes 1– tres días de luto nacional.

La tarde del 31 de enero una explosión provocó el colapso de los sótanos, la planta baja y el mezzanine del edificio B-2 del complejo administrativo Torre Pemex. Hasta el cierre de esta edición el gobierno federal mantenía la cifra de 33 muertos y 121 heridos.

La crisis, abordada con descoordinación de cuerpos de seguridad, yerros comunicacionales que alentaron especulaciones y una marcada opacidad mostraron a un gobierno rebasado por la contingencia.

Aun la tarde del viernes 1 el procurador Murillo Karam aseguraba desconocer si podían encontrar más cuerpos en una zona a la que hasta entonces no habían podido llegar los rescatistas.

Según el artículo 39 de la Ley General de Protección Civil, todo inmueble del sector público, social o privado debe tener un programa interno de protección civil a fin de mitigar los riesgos y estar en condiciones de atender una emergencia. Para la aplicación del mencionado programa debe haber una unidad interna avalada por la autoridad correspondiente.

La Ley de Protección Civil para el Distrito Federal establece las mismas consideraciones y añade en su artículo 54, fracción IV, que las dependencias públicas deben tener manuales de procedimiento.

Tras las declaraciones de Murillo Karam, a más de 24 horas del siniestro, ni siquiera había certidumbre respecto al número de personas que podían estar todavía en el inmueble colapsado.

Testimonios de rescatistas que actuaron en las horas inmediatamente posteriores al siniestro hablan de una gran descoordinación; entre ellos, la brigada Topos, Unidad Tlatelolco, que observaron el caos que devino con el arribo escalonado de cuerpos de seguridad.

“La falta de coordinación fue evidente. Habíamos 600 personas dentro de la estructura del edificio B-2 y no se notó que existiera un plan de actuación. Lo único que hicieron fue acordonar el área, cerrar y realizar trabajos iniciales con el cuerpo de bomberos que tienen en el interior. La parte fuerte era del Gobierno del Distrito Federal con sus grupos especiales. Hasta las 19:30 llegó el apoyo federal con las fuerzas militares, la Marina y la Policía Federal”, explica Rafael López.

En opinión del rescatista voluntario fue evidente la incapacidad de las corporaciones federales para coordinarse, pero sobre todo que Pemex carece de un plan de protección civil, a pesar de que tiene uno de los edificios más grandes del país.



Mensajes del caos



–¡Es un herido! ¡Es un herido! –gritaban trabajadores que estaban en un estacionamiento adaptado como helipuerto.

Faltaban unos minutos para las 8:00 de la noche del 31 de enero y en algún lugar de la Torre Pemex, Peña Nieto encabezaba la evaluación.

El helicóptero de la Policía Federal se tomaba su tiempo. Los camilleros atravesaban corriendo el patio y la nave apenas encendía sus motores. Los minutos se volvían eternos. Finalmente lograron subir la camilla, pero la aeronave no despegaba. Las voces de ánimo se tornaron de exigencia: “¡Vuélale, güey!”.

Unos 10 minutos después el helicóptero despegó rumbo al hospital. Peña Nieto iniciaba su recorrido y unas dos horas después emitió un mensaje en Twitter: “El secretario de Gobernación me informa que se acaba de rescatar a una persona más con vida de entre los escombros”.

El microblogging fue la principal fuente de comunicación del gobierno federal durante la contingencia. En las 36 horas que siguieron al siniestro, Peña Nieto emitió 17 mensajes, mientras la Coordinación de Comunicación Social de la Presidencia se mantenía al margen.

“Nos enteramos de que iría a la Torre Pemex por el tuit”, fue la respuesta del área de prensa. Era falso. En realidad el titular del área, David López, dio instrucciones expresas para que Televisa, TV Azteca, Milenio TV y El Universal ingresaran. Sólo a ellos se les allanaron los cercos policiacos y militares, los escombros y los equipos de rescate para que pudieran acompañar a un mandatario que deseaba dar un mensaje: No especulen.

López también tuiteó. Poco después de las 6:30 de la tarde del pasado jueves confirmó que había 14 muertos. Cuatro horas después fue Osorio Chong quien dio la cifra oficial hasta esa hora: 25 fallecidos y 101 heridos. Y las cifras ascendieron la mañana del viernes a 32 muertos y 121 heridos, cuando el director de Pemex, Emilio Lozoya, finalmente apareció.

Visitaba astilleros en Singapur. El responsable de la seguridad de Pemex, Luis Fernando Betancourt, estaba en Mérida. El director de Operaciones, Carlos Murrieta, también andaba de viaje. Al equipo de Comunicación Social de la paraestatal, a cargo de Ignacio Durán Lomelí, apenas le alcanzó la estrategia para apagar los teléfonos celulares, emitir algún tuit y modificar su página en internet, donde difundía la información que se generaba en otras instancias gubernamentales.

“No queremos que esto dé motivos a especulaciones sobre posibles razones de este percance”, fue la insistencia del presidente en medio del vacío de información. Lo mismo repetiría Osorio Chong horas después; idéntico Murillo Karam al siguiente día y casi igual Lozoya, quien ya en México la mañana del viernes 1 expresó: “Parece un accidente”.

La página web de la Presidencia comenzó a reproducir declaraciones y fotografías que mostraban al mandatario con los heridos. Y el viernes a mediodía la pifia estuvo en Twitter: “En estos momentos me encuentro con los heridos que son atendidos en el Hospital Central de Pemex”, dijo la cuenta de Peña Nieto, quien todavía no llegaba a ese lugar.



La versión de la bomba



El jueves 31 hacia las 22:12, familiares de los trabajadores no localizados salieron despavoridos por la puerta 14. Ahí un cerco de la policía capitalina evitaba el paso y cuando se dio la alarma, empujó unos metros a los reporteros que esperaban la conferencia de prensa del titular de Gobernación.

–¿Qué ocurrió? –se les preguntaba.

–Hay amenaza de bomba. Nuestras órdenes son que nadie puede pasar, sólo el escuadrón antibombas –dijo uno de los agentes que repitió la versión a todo el que se aproximaba al cerco.

Por el acceso de Marina Nacional la explicación era otra: Se dijo que había una fuga de gas.

La conferencia de Osorio, programada para las 22:15, se pospuso más de media hora. Finalmente se dio una versión oficial: Una estructura se desprendió, hizo algo de ruido.

El rescatista Rafael López, presidente de los Topos, identifica ese como un momento muy tenso: “Pasadas las 10 de la noche, estaba en el aire la probabilidad de un artefacto explosivo cuando de repente los técnicos de Pemex y personal federal generaron la alarma por bomba y nos desalojaron”.

Cerca de medianoche otra evacuación de rescatistas y el ingreso de un escuadrón antibombas volvió a disparar la alarma.

Entre marinos, soldados con brazaletes del Plan DN-III, policías federales y numerosos rescatistas sólo se repetía que el mando lo tenía el Estado Mayor. Una unidad destacaba por su perfil: la División Antidrogas que, conforme al reglamento de la Policía Federal, sólo atiende delitos relacionados con narcotráfico y delincuencia organizada.

Nadie explicó su presencia. Lo más próximo a eso fue lo dicho por Murillo Karam en la conferencia de prensa la tarde del viernes 1: “¿Qué pasó?, vamos a determinarlo, vamos a encontrar la verdad si fue un accidente, una imprudencia o un atentado, lo que sea. Estamos trabajando sobre todas las posibilidades, no vamos a desechar ninguna (…) La determinación es no dejar nada a la imaginación”.

Para los rescatistas y personal implicados en el rescate la prohibición fue expresa: No pueden hacer declaraciones a medios.

Peritos y rescatistas explicaron –a condición del anonimato– que una caldera (una de las posibilidades esgrimidas por las autoridades), por grande que sea, no causa destrozos de esa magnitud. Además los productos químicos que pudieran tenerse ahí como parte del mantenimiento del edificio no pueden provocar una explosión de ese tamaño.

El rescatista Rafael López se resiste a afirmar que fue un explosivo, pero advierte: “Esta explosión no fue causada por un cortocircuito, por gas ni solventes y menos por una caldera. Este fue un destrozo total”.

Otra persona consultada entre los cuerpos de Protección Civil señaló que tanto el edificio B-1 como el B-2 son más vulnerables por tener una seguridad más relajada que la de la torre principal, donde se deben trasponer arcos detectores, revisiones, torniquetes y se toma una fotografía de cada visitante para dotarlo de un gafete.

Los rescatistas coinciden en que vieron evidencia de ondas expansivas, de proyección de objetos y desplazamiento de mobiliario. Les dijeron que la explosión pudo haber ocurrido en el sótano 1, pero en ese lugar ningún rescatista, militar ni policía logró identificar las supuestas calderas. En el sótano 2 no se empezaron a remover los escombros sino hasta la tarde del viernes.

–¿Qué cantidad de químicos puede haber en un edificio de oficinas como para provocar ese impacto?

–Químicos no tenían. Cuando tratamos de indagar qué pudo haber generado esa explosión, nos hacían referencia a las calderas y a un gas del equipo contra incendios, pero no precisaron qué producto ni su ubicación. Sin embargo una caldera normal para generar vapor regularmente trabaja con gas LP, diésel o combustóleo.

“Hablan de un gas que probablemente pudiera ser nitrógeno, que es un inhibidor de oxígeno utilizado para sofocar incendios... en mi opinión no provocaría esta explosión. Por otra parte tendríamos que hablar de una red de instalaciones que estarían a la vista y tampoco vimos nada de eso en el área.”



“Cuerpos regados por todas partes”



Aturdida, se encontró en medio del desastre. Como pudo se aproximó a la escalera. Silvia Hernández vio a su antiguo compañero de oficina y sección sindical que se arrastraba por la escalera.

“No creo que sean los muertos que dicen. Los cuerpos estaban regados por todas partes; cuando nos arrastramos buscando la salida, era como si estuviéramos trapeando sangre”, explica la sobreviviente.

Eran las 15:45 de la tarde, faltaban 15 minutos para que la mayoría de los empleados concluyeran su jornada; otros esperaban cerca del reloj checador para marcar su entrada. En ese instante una fuerte explosión conmocionó a todos en el edificio administrativo.

Ahí, como Silvia, cientos de trabajadores estaban formados esperando el momento de partir a sus casas. Muchas de las mujeres se apresuraban en la fila del checador para llegar primero a la guardería para hijos de los trabajadores, aledaña al complejo, cuando todo fue envuelto en polvo, en un aire gris, en la desesperación por sobrevivir, en la confusión.

“¡Mi niño, mi niño… el Cendi!”, gritaba una mujer herida, inmovilizada.

A pocos pasos del edificio B-2 las educadoras organizaban el traslado de los menores a otra guardería.

Hasta el cierre de esta edición, no se había hecho pública la causa de muerte de los 33 fallecidos. Y nadie atendía a los familiares de los desaparecidos.

–No contesta mi hijo, le marco al celular y me manda al buzón. Ya hablé a su oficina y nada... –explica José Luis García.

El viernes 1 el nombre de su hijo, José Luis García Mendieta, se incluyó en la lista de los fallecidos. Hasta entonces su padre pudo establecer contacto con las autoridades.

A la misma hora el presidente tuiteaba: “Reitero mi solidaridad y apoyo a las familias de quienes lamentablemente fallecieron en estos trágicos hechos”.

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