Historia de dos jarochos, un talento desperdiciado
+ La pareja enseña a adultos mayores a elaborar piñatas, pasteles y mermeladas
Nacionales
COMUNICADO - 2013-05-26
Rosario Montalvo de 67 años y su esposo Efraín Ferman Muñoz, de 81, sin planearlo, abandonaron hace 14 años su modesta casa de ladrillo con techos de lámina en Ciudad Lerdo, Veracruz, para visitar a su hija Adriana, que dos años antes asentó su residencia en Juárez.
Ella, maestra de danza y él, de música de la Casa de la Cultura de Veracruz durante los últimos 16 años previos a llegar a esta ciudad, hoy fabrican piñatas y mermelada en Villas de Salvarcar, precisamente en la casa en que ocurrió la masacre de el 31 de enero del 2010.
En este improvisado centro comunitario, no oficial, entre el calor y las necesidades de espacio, la pareja de jarochos, unidos hace 47 años, interactuan a diario con diez adultos mayores más, pero en estos dos en particular, un sentir de frustración, no por no vender muchas piñatas, sino por desperdiciar su talento, los invade.
Ambos ansían regresar a su tierra jarocha; los dos coinciden en que estos 14 años en Juárez, de no ser por el amor a su hija y a su nieto, serían una absoluta pérdida de tiempo.
A sus 81 años, el jefe de familia recibe una pensión mensual del Seguro Social de mil 800 pesos, que obtuvo al jubilarse como camionero de la empresa azucarera San Pedro S.A, de Ciudad Lerdo, Veracruz, donde trabajó por 47 años.
“Fueron y me sacaron del trabajo, pues aún jubilado seguía asistiendo; luego mi suegro me instruyó en la fabricación de violines, jarana y arpas que vendíamos a los turistas… fácilmente hice yo solo más de 2 mil instrumentos, unos andan en Cuba, otros en Costa Rica y en diferentes partes del mundo”, menciona modestamente.
Su pasión por la trova fue afinada en la Casa de la Cultura, donde escribió un libro con más de 300 de éstas que autorizó el Instituto Veracruzano de la Cultura.
Rosario por su lado, mostraba lo suyo como maestra de danza folklórica en el mismo recinto artístico, que lleva por nombre Rosendo Becerra, en Ciudad Lerdo de Tejada, donde por 16 años destacó hasta que pidió permiso para visitar a su hija en Ciudad Juárez, mismo que se extendió por 14 años hasta la fecha.
Localmente, su talento como experta en la danza jarocha, la llevó a incursionar un tiempo breve con los maestros de danza en la UACJ a quienes enseñó a bailar sones llaneros.
“Sabían hacer su trabajo, pero el baile llanero no lo conocían, solo los bailables más estilizados”, dice la mujer mientras supervisa la fabricación de piñatas en medio del calor por la falta de ventiladores en el centro comunitario que han sacado adelante los vecinos de Villas de Salvarcar.
No obstante, pese a tener estudios de metodología de la danza, certificados por el Instituto Veracruzano de la Danza, Rosario no consiguió trabajo permanente en la UACJ, “la bloquearon”, dice su marido mientras orgullosamente la toma de la mano.
Luego, dando lo mejor de sí, trabajó en la Colonia Satélite enseñando danza folklórica en un local, pero no resultaba remunerativo por los gastos que originaba el ir y venir todos los días, lo que frustró el propósito.
Don Efraín por su cuenta persistió en la elaboración de instrumentos musicales y logró colocar dos jaranas a Roberto Torres Vázquez, maestro de música en la UACJ y que a la fecha suenan para el grupo Rui2 desde hace tres años, según cuenta.
Su largo andar por esta ciudad, donde han vivido de cerca etapas de violencia como la ocurrida a sus vecinos de la colonia Villas de Salvarcar, hacen pensar muy en serio a la pareja, a querer regresar pronto a Veracruz. “Extraño todo de Veracruz”, dice la mujer.
“Llegamos solo de visita, pero nos quedamos para estar junto a nuestra hija y mi nieto, que ya va a graduar de la universidad… siento que pronto nuestra presencia ya será necesaria para ellos”, se convence solo Don Efraín.
Allá en Veracruz les espera un espacio de 6 X 7 metros fincado, donde el octogenario aún guarda su herramienta para fabricar violines y jaranas.
“Todos los días pienso en mi herramienta, creo que ya me la robaron, ahí dejé todo, bancos, sierras, pulidoras, taladros.. todo”, dice el artista.
A ambos posiblemente los reinstalen en la Casa de la Cultura, ella para impartir clases de baile jarocho, de Michoacán y Jalisco, que son su especialidad, y él como maestro de jarana y requinto de cuatro cuerdas, que es lo suyo, aseguran.
En tanto, en Juárez seguirán defendiendo el sustento diario con la fabricación de piñatas, además de pasteles y mermeladas, talento que también aprendieron en Veracruz y que ahora lo enseñan a personas de la tercera edad en la calle Villas del Portal 1310 de la mencionada colonia, sede del evento más trágico para esta ciudad.