Ida Rodríguez deja biblioteca con unos 20 mil libros

+ Es muy pronto para decidir qué destino tendrá ese acervo y el archivo personal de mi madre

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La Jornada - 2017-08-05

La historiadora del arte Ida Rodríguez Prampolini esperó la muerte junto al mar, acompañada con las canciones de Agustín Lara, su familia, amistades y largas sesiones de lectura.

El pasado 26 de julio, la investigadora emérita de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) expiró a las 14:30 horas, después de que una tormenta azotó al puerto de Veracruz. Tenía 91 años y, aunque el paso del tiempo hizo mella en su estado físico, se mantenía lúcida.

A una semana del deceso de la académica, su hijo Daniel Goeritz Rodríguez recibe a La Jornada en su casa ubicada en la carretera Boca del Río-Antón Lizardo.

En la sala, con privilegiada vista junto al mar, Goeritz Rodríguez relata que desde hacía algún tiempo su madre lidiaba con una artritis que limitaba sus salidas y que en los meses recientes le impidió incluso dejar la cama.

Ida Rodríguez Prampolini, a quien su curiosidad intelectual pronto la llevó del puerto de Veracruz a viajar por el mundo, pasó los últimos meses de vida en su pequeña casa blanca frente al mar, escuchando música de Lara y Bola de Nieve.

Aunque siempre, ante la visita de amigos entrañables como Pedro Friedeberg, era capaz de sobreponerse a los achaques de la enfermedad, ir hasta los portales de Veracruz y sentarse a contemplar un danzón. O bien, desplazarse a Tlacotalpan para visitar el Museo Agustín Lara.

Las cataratas que anidaron en los ojos de la investigadora disminuyeron su capacidad visual. No obstante, quien aprendió a dar los primeros pasos en el barrio afromestizo de La Huaca y que en su juventud fue a la cárcel por ser una de las primeras mujeres en usar pantalones, dio la vuelta a esa limitación.

Rodríguez Prampolini, quien fundó el Instituto Veracruzano de la Cultura (Ivec) y gestionó 57 casas de cultura, 11 museos, dos escuelas de educación artística (música y danza) y 12 archivos históricos, tenía una persona que iba a su casa a leerle novelas y las revistas de la UNAM.

Su avidez por el conocimiento estaba intacta, las jornadas de lectura eran de cuatro o cinco horas diarias. Y dos días antes de su muerte terminó el prólogo de un libro sobre Mathias Goeritz que será publicado por la Universidad de Guadalajara.

Privilegiar cultura y conocimiento

Las limitaciones físicas de Ida Rodríguez Prampolini no fueron impedimento para que acometiera nuevos proyectos.

Fiel a la convicción de que el binomio cultura-conocimiento es lo único que puede sacar a este país adelante, la idea de hacer un periódico para niños rondaba en su cabeza. Tendría noticias de actualidad escritas para ese público, una sección lúdica que los acercara a los pequeños al arte y promoviera el cuidado de la naturaleza.

En un principio lo pensó como un tapetito que pudiera distribuirse en las mesas de los restaurantes, y después en algo más grande con números especiales sobre el espacio, la naturaleza, la prehistoria. Un tapete no le iba a alcanzar, explica Daniel Goeritz, hijo de Ida Rodríguez y el artista de origen alemán Mathias Goeritz.

En la era de Internet y las redes sociales, Rodríguez Prampolini creía que aunado al periódico para niños debía apostar por un proyecto cuya plataforma principal fuese el ciberespacio.

Entonces empezó un cuento, Ay Dios me duele aquí. La idea era presentar un primer capítulo al público desde las redes sociales, esperar las preguntas y contestar mediante varios personajes.

Se quedó la primera parte, donde todavía no entraba esta discusión con el público, pero hizo un primer capítulo de prueba, para ver cómo sería echar a andar esa iniciativa.

A 37 grados centígrados y humedad de 66 por ciento, Daniel Goeritz recuerda que en 1984, después de viajar por el mundo e impartir clases en la UNAM, Ida Rodríguez Prampolini pensó en regresar a Veracruz. Y se dio a la tarea de buscar un rincón a la orilla del mar.

El lugar elegido es un predio sembrado de almendros y palmeras, en medio de desarrollos inmobiliarios y dunas, donde Ida Rodríguez y sus hijos Daniel Goeritz y Ferruccio Asta Rodríguez edificaron sus viviendas y un pequeño hotel.

Aquí, tras la muerte de la autora de La crítica de arte en México en el siglo XIX, 1810-1903 (1964, segunda edición 1997), Daniel Goeritz custodia la biblioteca personal de su madre, que suma más de 20 mil ejemplares.

Del piso al techo, lleno de libros

En una bóveda de ladrillos, dentro de la casa de su fallecido hermano Ferruccio Asta, se observan estanterías de piso a techo, llenas de libros. Al azar, se leen títulos como Tu nombre en el silencio, El campanario, el sonido en Rulfo, Jaime Sabines, Memorias del dueño del yate Granma, La Giganta, Los parientes ricos.

Desde hace tres años la familia de Rodríguez Prampolini –junto con la Universidad Veracruzana (UV) y el Ivec– trabaja en la clasificación de ejemplares; ella tenía su propia catalogación, sabía en qué estante, en qué lugar estaba cada libro, pero necesitamos catalogarlo con un sistema computarizado, darle orden, aclara Daniel Goeritz.

En una esquina de la bóveda, se ubica una cajonera donde se conservan las transparencias con las que se apoyaba para dar clases o presentar conferencias. Daniel Goeritz muestra dos: La Feria, Cuevas (1978) y Juan O’Gorman.

Además del acervo bibliográfico, Rodríguez Prampolini tiene un amplio archivo que contiene correspondencia con artistas de todo el mundo, invitaciones a museos y exposiciones, recortes de periódicos, fotografías, libretas de apuntes.

De pie frente a una pared llena de fólders amarillos, engargolados y libretas de apuntes, Daniel Goeritz explica que cuando había un recorte de periódico o un artículo que se refería a algún libro, se lo ponía en medio y así iba relacionando. Eso lo tuvimos que separar.

Tras el deceso de la fundadora del Consejo Veracruzano de Arte Popular (2002), la familia todavía no decide sobre el destino de la biblioteca personal y el archivo de Rodríguez Prampolini.

“Ella misma estaba un poco indecisa; hace unos años dijo ‘vamos a venderla’, y luego hablaba de mantenerla abierta para trabajos de investigación. Nosotros, antes de comenzar a hacer cualquier cosa, necesitamos catalogarla, tenerla cuidada y protegida. Todavía no hemos tomado ninguna decisión, creo que es pronto.”

Atenta al acontecer nacional

Hasta sus últimos días, Ida Rodríguez Prampolini dio seguimiento a los acontecimientos políticos y sociales del país y solía expresar sus opiniones.

Daniel Goeritz recuerda que su madre se oponía a que Enrique Peña Nieto llegara a la Presidencia de la República, e incluso alguna vez, había dicho que se marcharía del país si el PRI regresaba a Los Pinos.

“No se pudo ir, porque ya no podía caminar, pero estaba muy consternada de que hubiera ganado, y de la cantidad de cosas no acertadas –por decir lo menos– que se han hecho en su gobierno. Estaba muy molesta con todo lo que pasa en el país.”

En particular, mostraba su desagrado por la reforma educativa, pues pensaba que íbamos en reversa, que estos nuevos gobiernos quieren tener a la gente burra para hacer más fechorías. Eso la acongojaba mucho.

En el ámbito local “estaba muy triste con lo poco que ha podido avanzar del Ivec; decía que se ha politizado mucho y no se trabaja por los artesanos, los niños. Se preocupaba por los pocos recursos que tiene la casa de cultura, y de educación.

Ella sentía que había hecho en su vida muchos esfuerzos y que unos obviamente tuvieron muchos logros y otros se tiraron a la basura.

Mujer valiente

A dos meses de cumplir 92 años (el 24 de septiembre) Ida Rodríguez Prampolini debió ser internada en el hospital de la Beneficencia Española, en el puerto de Veracruz, debido a una infección pulmonar.

Iba respondiendo al tratamiento, pero su corazón ya cansado después de cuatro infartos o cinco estaba delicado, aunque estable y a punto de salir a terapia intermedia, cuando se detuvo. No hubo sufrimiento, se fue en paz.

Los restos de Rodríguez Prampolini permanecen en la casa de Daniel Goeritz, donde estos días se reviven las anécdotas de diferentes etapas de la vida de esta historiadora del arte, pero sobre todo, las que ella contaba sobre su niñez.

Quiero que la recuerden como una mujer valiente que amó a todo mundo, y que se preocupaba por ayudar, concluye Daniel Goeritz Rodríguez.

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