El secretario de Gobierno (II)

Nunca –y seguramente en cualquier lugar– la relación entre la prensa, entre la prensa crítica y el poder, el poder legalmente constituido, ha sido fácil.

Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

2011-09-27

Normalmente, a lo delgado de la piel que tiene el funcionario que lo vuelve muy susceptible a la crítica, al señalamiento, se suma la creencia de que porque llegó y está en el poder no sólo es dueño de la vida y el destino de sus gobernados sino que también es dueño, poseedor de la verdad y que no hay más verdad que la suya, por más equivocado que esté. La reacción por contravenir a esa falsa creencia muchas veces es la tentación del indebido uso del poder, de la utilización de la fuerza y del garrote para acallar, lo que muchas veces se logra, aunque no obstante la realidad sigue siendo la realidad, es decir, que la represión no acaba con el origen causa del problema, lo que muy pocas veces se entiende desde el poder.
Ejerciendo el periodismo desde afuera pero también habiendo transitado muchos años por el periodismo político oficial no sólo he creído siempre sino que he reforzado mi creencia de que prensa y poder pueden convivir muy bien si lo hacen con respeto a la función de cada quien, porque además –algo en lo que muchas veces no se repara– finalmente ambas instituciones tienen como fin primordial servir a la comunidad; respeto que, creo firmemente, no se compromete con, por ejemplo, aceptar un café, en lo que nunca estuve de acuerdo con mi amigo corresponsal ¿o ya ex corresponsal? del diario Reforma, Lev García, al que cuando yo estaba en el gobierno cada vez que le hacía una invitación a desayunar, comer o cenar aceptaba pero sólo a condición de que él pagara la cuenta debido a su alto nivel ético y el de su medio, lo que, aparte, siempre me pareció y me sigue pareciendo admirable y digno de mucho respeto.
En mi caso, me alienta comprobar que esa convivencia es posible en el Gobierno de Veracruz y que hay quien desde el poder está dispuesto a lograrla y a llevarla, a atender, a escuchar y a dialogar, a exponer también sus argumentos, en un plano de respeto, lo que atribuyo a la madurez que da equilibrio emocional, pero también a la sensibilidad y a la valentía para escuchar y aceptar al que piensa y opina diferente, al que no se suma al aplauso fácil e interesado porque considera que al que se quiere que se aplauda puede no asistirle la razón o la verdad.
Me quería conocer en persona. Quería saber quién era yo. Antes de buscarme y de invitarme de la manera más atenta y cordial a tomarnos un café juntos y a dialogar, indagó sobre mi persona en los archivos oficiales. Aunque me halló, según me dijo, nexos políticos, es bueno precisar que tengo relación y amistades con muchos políticos de todo el estado y que serví en diversos gobiernos pero que no pertenezco a grupo alguno ni tengo compromiso político con nadie; que mi compromiso es, de vuelta al ejercicio periodístico, con mis lectores, es decir, con los ciudadanos tan urgidos de voces que defiendan sus intereses, que también son los míos y, claro y antes que nada, con mi familia entre la que incluyo a mi maestro de periodismo Froylán Flores Cancela. Tengo agradecimiento sí, por el trato que me dieron a su paso por el poder, con Dante Delgado Rannauro y con Miguel Alemán Velasco.
Aquí escribí el miércoles pasado (“El secretario de Gobierno”) que nunca lo había tratado pero que me daba la impresión de que el señor Gerardo Buganza Salmerón era un hombre bueno, que, religioso, católico prácticamente, es un buen esposo, un buen padre de familia y un buen ciudadano; que debía ser un buen hijo, un buen hermano, con valores y principios. Pero también, que conforme han pasado los días y he visto su actuación, he tenido la impresión de que no es el hombre apropiado para la Secretaría de Gobierno. Ya antes había hecho otras críticas y señalamientos a su persona como funcionario.
Así, de pronto, el viernes pasado me vi en su despacho. Ante la insistente invitación que se me hizo no dejé de bromear conmigo mismo, de preguntarme y de preguntar a su enlace de prensa Elideth Eloss si no me estaría esperando (todo esto se lo dije a él) como hizo Héctor Yunes Landa cuando siendo subsecretario de Gobierno invitó muy cordialmente a tomar un café a Jorge Ricárdez Manrique (ahora por cierto en prisión, acusado de querer extorsionar al alcalde de Tuxpan), que lo había estado criticando por la radio, pero ya cuando estuvieron a solas en una oficina de Palacio de Gobierno, machete en mano y con la intención de darle de planazos, Héctor lo retó a que le dijera de frente todo lo que de él decía en la radio y luego con una pistola lo amenazó con darle de plomazos, lo que derivó en una denuncia pública y penal de Ricárdez Manrique. De esto nos reímos los dos de muy buena gana.
Pero debo decir, con toda justicia, que sólo hallé a un hombre, en efecto, bueno, atento, cordial, respetuoso y hasta amistoso, que escucha con toda atención, que no actúa con soberbia y diría que sí hasta con humildad y que –una impresión que me dejó– está dispuesto a dejarse ayudar, a aprender. Me dijo que la invitación fue ese día precisamente porque tenía tiempo y sí fue una charla larga acompañada de un café cargado, como me gusta y a él también, muy sabroso, de su propia empresa, plática en la que, no tengo empacho en decirlo, a veces hasta me pareció que estaba hablando con un viejo y fiel amigo.
Lógicamente mi impresión personal hacia él cambió o más bien dicho reafirmó lo que de él pensaba como persona sin conocerlo ni haberlo tratado, aunque esa buena impresión personal que me dejó no borra mi impresión de que como funcionario ha fallado, acaso, ahora lo entiendo mejor, porque es un hombre estrictamente disciplinado, que obedece y cumple instrucciones al pie de la letra pero que, creo, necesita toda la libertad para actuar, para moverse, para decidir, para convertirse en el negociador que tanta falta le hace a la administración, para lo cual, eso creo, tiene y le sobran cualidades, la principal la de estar dispuesto a hablar y a escuchar respetuosamente al que no piensa igual sino diferente, diálogo que, de paso, le puede servir para dar sus argumentos, los oficiales, los del gobierno, de por qué algunas decisiones.
Sobre todo en este momento, más que nunca –quién sabe si en el futuro para el actual gobierno habrá una época más difícil que la que vive y padece ahora– se necesitan tender puentes, con propios y extraños, en especial con críticos e independientes, con voces que quieren un Veracruz mejor pero sin estar aplaudiendo sino reconociendo lo que es obligación hacer. Aunque una golondrina no hace verano, un primer encuentro –me dejó abiertas las puertas de par en par, lo que le reconozco y de paso con ello al gobernador Javier Duarte de Ochoa– con Gerardo Buganza Salmerón, haber escuchado lo que piensa y cómo piensa, saber de su piel gruesa, su madurez, su equilibrio emocional, me dejó la impresión de que no necesitan buscar afuera, que tienen adentro a la persona que todavía está a tiempo de recomponer muchas cosas. Todo es cuestión de que se decidan y que lo dejen.