El Papa da la razón histórica a Juárez
Arturo Reyes Isidoro
Prosa Aprisa
2013-08-21
Fue el 12 de julio de 1859 cuando Benito Juárez promulgó en el puerto de Veracruz la Ley de Nacionalización de los Bienes Eclesiásticos, una de las Leyes de Reforma que sirvieron para completar la separación de la Iglesia y el Estado y establecieron las competencias de ambas instituciones.
El artículo 3º establecía: “Habrá perfecta independencia entre los negocios del Estado y los negocios puramente eclesiásticos. El gobierno se limitará a proteger con su autoridad el culto público de la religión católica, así como el de cualquier otra”. De hecho, con ello se marcó el nacimiento del Estado laico mexicano que ha permitido a lo largo de la historia del país, el reconocimiento y protección por parte del gobierno de cultos distintos al católico.
El pasado 27 de julio de 2013, 154 años y 15 días después, en Río de Janeiro, al reunirse con la clase dirigente de Brasil, sin mencionarlo por su nombre, el jefe máximo de la Iglesia en el mundo, el papa Francisco, reivindicó a Juárez al defender abiertamente el Estado laico.
“La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad”, dijo este sorprendente argentino hoy en buena hora al frente de una de las instituciones religiosas más importantes y poderosas en la historia de la humanidad.
Quién lo dijera. Aquellas leyes de Juárez llevaron a la ruptura diplomática entre México y El Vaticano. El Papa Pío IX no sólo condenó las Leyes de Reforma sino incluso apoyó la invasión francesa a México. Hoy, Jorge Mario Bergoglio da la razón histórica al indígena de Guelatao, que también fue seminarista, quien esta vez, de haber podido, seguramente desde su tumba hubiera pedido brindar por el papa Francisco con Jesús Reyes Heroles como concelebrante de por medio.
Una vez más, el tiempo, la historia, hacen lo suyo. Por asociación, en lo personal, sin conocerlo físicamente, por amigos y amigas tengo la mejor referencia de un jerarca religioso, progresista, y me da gusto que en el Arzobispado de Xalapa haya un presbítero como José Juan Sánchez Jácome (por el apellido debe ser de por el rumbo de Huatusco), quien semana a semana, dominicalmente, vocero de la Iglesia católica en nuestra demarcación, fija la postura de esa gran institución universal con ese espíritu abierto que los nuevos tiempos reclaman.
En esa corriente de Jorge Mario Bergoglio no puedo dejar de incluir a mi maestro de Filosofía en Humanidades, en la Facultad de Letras de la UV, a otro religioso ejemplar, querido, admirado y para quien a Dios pido que me lo conserve con salud, el padre José Benigno Zilli Mánica, pero también para el arzobispo Sergio Obeso Rivera, ambos progresistas.
La prensa: deficiencias profesionales
En su número correspondiente al mes de agosto, la revista Nexos publica, como tema central, un dossier dedicado a la prensa mexicana, ensayos a cual más interesantes. Uno de ellos, el de Fernando Escalante Gonzalbo (“Bartleby en la redacción”) me llama la atención porque lo enfoca a las deficiencias profesionales.
Afirma tajantemente: “La prensa sigue siendo provinciana, periférica, mediocre y aburrida –y nadie ha pensado nunca que pueda ser diferente”.
Esto último lo dice para reforzar su planteamiento inicial en el sentido de que ningún periódico mexicano se ha planteado nunca la posibilidad de convertirse en un equivalente del New York Times (Estados Unidos), de Le Monde (Francia) o El País (España), esto es, convertirse en un periódico que tuviera verdadero interés para el resto del mundo, fuera de México, “un periódico con información propia, nueva, importante, digna de crédito, un periódico serio”.
(El autor, investigador y catedrático de El Colegio de México debe ser joven pues, por lo que advierto, no recuerda el caso del Excelsior del maestro Julio Scherer, que, en el siglo pasado, llegó a convertirse en uno de los 20 mejores periódicos del mundo por su calidad informativa, por su reporteo propio, por sus exclusivas, por la revelación de documentos lo mismo de la Casa Blanca, de Washington, que de las dictaduras sudamericanas. Fue el único del mundo que pudo sacar información de Chile durante el derrocamiento del presidente Salvador Allende aquel 11 de septiembre de 1973 porque tenía allá como enviado al reportero veracruzano, de Tierra Blanca, Manuel Mejido, información que alimentó a todos los periódicos del planeta.)
Escalante Gonzalbo recuerda que don Daniel Cosío Villegas decía hace medio siglo que la nuestra era una prensa libre que no usaba su libertad; que era una prensa frívola, mezquina, superficial y un poco tonta. “Lo explicaba Cosío por una combinación del autoritarismo del régimen y la actitud pusilánime, pragmática y pancista de los editores, que no querían problemas. Los periódicos eran buen negocio, y esa grisura pareja, vacía, garantizaba que lo siguieran siendo, sin sobresaltos para nadie”.
Hace entonces una afirmación que, a mi juicio, no tiene discusión: 40 o 50 años después podrían decirse cosas muy parecidas. “Y, según el caso, también otras, bastante peores”.
Apunta que el descuido, la incuria, la desatención llega a la redacción de los titulares de primera plana y pasan como si fuesen noticia “cosas que habría descartado a la primera un estudiante de periodismo”.
A su juicio, la nuestra es una prensa mucho más libre, capaz de desplantes inimaginables en el antiguo régimen, pero no mejor.
“Puede ser estridente, escandalosa, intensamente política, beligerante hasta el insulto, insidiosa, agresivamente partidista y, a la vez, superficial, irresponsable y a fin de cuentas irrelevante. Quiero decir, irrelevante para todo, salvo el pequeño negocio del ruido: amagar, insinuar, extorsionar”.
Para el investigador, el mayor problema de la prensa mexicana es que no está organizada para informar. “Por eso informa mal, poco, de manera sesgada, confusa, superficial y tramposa”.
No para ahí su argumentación. Para él, eso no es lo suyo, es decir, no se lo toma en serio e incluso “Se diría que preferiría no hacerlo”.
¿Qué se puede cuestionar al respecto? Por lo menos, yo trato de asimilarlo y tomo nota. Ante la realidad que vivo, ¿qué puedo argumentar en contra? Al contrario, me da vergüenza profesional saber que en mucho, o en todo, tiene razón.