¿Castigan las críticas del clero?

Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

2014-08-14

Mentiría si dijera que soy un devoto, pero sí creo en Dios, practico el culto a mi manera y soy hombre de fe, lo que me da fortaleza para enfrentar las vicisitudes de la vida, y estoy consciente de que la Iglesia católica, a la que pertenezco, está guiada por hombres que, como todos, no son perfectos, aunque a los que conozco en persona son buenos, piadosos.
Sigo admirando al arzobispo emérito de la Arquidiócesis de Xalapa, Sergio Obeso Rivero, por quien pido a Dios que conserve su salud. Lo mismo siento por el párroco de la iglesia de mi colonia, el padre Celestino Barradas, historiador, emprendedor constructor, referente de la historia de la Iglesia en Veracruz, quien a su más de 80 años se mantiene bien y se desea que así continúe.
Siempre guardo la grata memoria del padre José Benigno Zilli Mánica, mi maestro de Filosofía en la Unidad de Humanidades de la Universidad Veracruzana, mi compañero en el semanario Punto y Aparte y el primer vocero que tuvo la Arquidiócesis. Espero que su salud vaya bien.
Me agrada el presbístero José Juan Sánchez Jácome, joven, con quien he tenido la oportunidad de compartir el pan y la sal y el café, anterior vocero de la Arquidiócesis. Es un hombre de avanzada y está comprometido con la causa de los fieles de la Iglesia, sobre todo de los más desprotegidos. Es una voz crítica ante la injusticia y los malos gobiernos. Con el nuevo vocero presbítero José Manuel Suazo Reyes he intercambiado saludo y hemos quedado de poder tener un acercamiento.
Los cito a propósito de un artículo que publicó ayer Manuel J. Jáuregui en el diario Reforma, cuya opinión comparto y que más adelante transcribo íntegramente (con el riesgo de que se me pudiera reclamar derechos de autor, pero por eso cito la fuente).
Quizá sea una insensatez de mi parte, aventurado, afirmar que desde la Guerra Cristera en el siglo pasado –1926-1929– ningún gobierno se había atrevido a enfrentar a la Iglesia como lo hace ahora el gobierno de Enrique Peña Nieto al fiscalizar incluso las limosnas, la moneda, el billete, la contribución que los fieles damos para el sostenimiento de los templos y la realización de obras sociales, de caridad, que tratan de llenar los vacíos con los más necesitados que deja el propio gobierno.
¿Es una forma de cobrar y castigar las críticas que el clero hizo a los proyectos de reformas, ya aprobadas, y las críticas que en general hace a los malos gobiernos; de acallarlo? ¿O es una forma de demostrar el poder, el poderío, la plenitud del poder al que me he venido refiriendo? Me atrevo a pensar que es como una declaratoria de hostilidades que podría tener consecuencias por parte de los fieles, que son los ciudadanos, en las urnas el próximo 7 de junio de 2015. Transcribo el artículo de Jáuregui.
“Dijo famosamente Don Quijote de la Mancha a su fiel escudero: ‘¡Con la Iglesia hemos topado, Sancho!’.

Quisiéramos que alguien nos explicara cómo es que las LIMOSNAS que reciben las iglesias están siendo analizadas para convertirlas en sujeto de impuestos, pero LOS BONOS y regalías cuantiosas que se autorrecetan nuestros legisladores quedan EXENTOS de impuestos. (Y que se van a gastar con teiboleras con el pretexto de reuniones parlamentarias, como los panistas en Puerto Vallarta, agrego yo.)
A su servidor le suena por demás absurdo que se fiscalice a los templos, pero no a los legisladores, otorgándoles a ellos una categoría de ‘supraciudadanos’.
Es una práctica generalizada en casi todo el mundo que a las iglesias se les da un estatus de inmunidad fiscal dada la naturaleza filantrópica de su actividad. No están organizadas las iglesias (la mayoría) con fines de lucro, ya que sus actividades son ESPIRITUALES: ¿qué pasó con aquello de que ‘al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios’? Al parecer aquí el César quiere lo que le toca, pero también lo que le toca a Dios.
La nuestra es una modesta opinión, pero se nos antoja que meterse con la FE de los ciudadanos y sus instituciones constituye un gran error político. Es literalmente ‘toparse con la Iglesia’, algo que ni al célebre Quijote ni a nuestros Supremos Jerarcas les saldrá bien. Los feligreses y los pastores han reaccionado con indignación: no les parece que súbitamente, después de SIGLOS en los que su actividad pastoral es incentivada por el Estado, ahora sea penalizada.
Una posible consecuencia de meterse a fiscalizar las limosnas y la actividad pastoral es darle al traste a las organizaciones de beneficencia. La contribución de iglesias, fieles y organizaciones filantrópicas a ellas vinculadas mediante obras de beneficencia es enorme en este País, quitándole al Gobierno una carga que de otra manera sería su responsabilidad total. Albergues, comedores para los pobres, ayuda a los discapacitados, salvación a los huérfanos, consuelo para los ancianos: todo esto resultan actividades que apoyan ‘las limosnas’, y que si el Gobierno intenta fiscalizar pueden interrumpirse. Se antoja que esta medida, a la que recién anunciada le medio metieron reversa, es una que no está bien pensada.
Entre otros Presidentes priistas que siempre cuidaron la relación con las iglesias está Carlos Salinas de Gortari, quien tuvo especial esmero en llevarla bien con el clero desde jerarcas hasta pastores.
Y, bueno, durante cuatro años le funcionó de maravilla: con este régimen apenas llevamos dos años y pese a avances muy aplaudidos en energía, en otras áreas se han presentado preocupantes retrocesos.
Si algo sabe (o sabía) el PRI era el NO ANTAGONIZAR con instituciones que poseen más credibilidad y peso que el suyo propio, de manera que resulta inexplicable que haya surgido esta ‘ideota’ de incrustar a Lolita en el cesto de las limosnas.
Esta genialidad seguramente se le ocurrió a algún funcionario de bajo nivel que se fue por la vía libre queriendo impresionar a sus superiores.
Mas ahora que el absurdo intento salió al aire, sería oportuno que los altos jerarcas de los temas fiscales aclararan cuál es realmente la intención, siendo preferible que anunciaran de una vez que le meterán total y absoluta reversa a este disparate.
Ahora que dos errores no suman un acierto: por otro lado tenemos el dispendio tan escandaloso (tanto como sus fiestas en la playa con edecanes) de dinero público del que hacen desplante nuestros legisladores.
Que por un lado se autopremien otorgándose bonos cuantiosos sólo por haberse sumado a la aplanadora de las reformas y que por estas percepciones sean tratados diferente a los ciudadanos normales quedando exentos de pagar ISR resulta un insulto imborrable para la ciudadanía.

Pero además, si es cierto como dicen que ‘votaron a conciencia’, aprobar las reformas no merece premio alguno, pues queda como un simple cumplimiento del deber.
El dinero que se reparten es del pueblo, no de ellos, por lo que no pueden ni deben disponer de él a su antojo.
Y si acaso merecieran alguna recompensa monetaria, ésta debería tratarse de la misma manera como se tratan las que reciben los ciudadanos ordinarios.
¡A pagar, señores!”.