A unos tres kilómetros del centro de Oxford, Inglaterra; a sólo una hora y media manejando desde Londres y a más de ocho mil 700 kilómetros de México, se encuentra un moderno edificio de tres pisos con fachada de aluminio y cristal verde que ocupa toda la manzana. Podría ser un edificio de oficinas cualquiera. Pero no lo es. Sin un letrero que lo identifique, el inmueble aloja a cuatro centros de investigación de la Universidad de Oxford. Y uno de ellos es el Instituto Jenner de desarrollo de vacunas.
(Lo llamaron Jenner en honor a Edward Jenner, el británico que en 1796 probó con éxito la primera vacuna de la historia, contra la viruela, enfermedad que todos los años causaba una muerte horrible a millones de personas alrededor del mundo. De hecho, a la humanidad le tomaría casi dos siglos erradicar a la viruela -1980-, que apenas en el siglo XX mató a 300 millones de personas en todo el planeta).
Hasta ese edificio, en cuya entrada se aparcan decenas de bicicletas, todas las mañanas llega pedaleando la suya una mujer pelirroja, de lentes, que casi ha cumplido seis décadas de vida. Se llama Sarah Gilbert y, como el edificio, tampoco ella se distingue de cualquier ciclista que transite a esas horas por las calles del tranquilo suburbio oxoniense, poblado de universitarios y médicos –hay un hospital enfrente-.
Pero como su oficina, también Sarah Gilbert es especial. Se trata de la bioquímica líder de un equipo de científicos que está entregado por completo a una guerra contra la muerte: crear la vacuna contra el Covid 19. Con ese peso sobre su espalda, en los últimos meses la científica ha dormido sólo cuatro horas diarias y ha ido a su oficina los siete días de la semana.
La vacuna que desarrolla el equipo de Sarah Gilbert, en una carrera contra laboratorios de todo el mundo, está prácticamente terminada. Ha entrado en lo que los inmunólogos llaman la fase III de la investigación, que consiste en probarla “en la calle”, con miles de personas en varios países, para probar su efectividad. La doctora está tan confiada de la seguridad de su vacuna que la probó en sus propios hijos, trillizos de 21 años, estudiantes de bioquímica como su mamá.
Pronto se sumarán al logro de los rusos que, con otro método y otras tecnologías, fueron los primeros en registrar oficialmente una vacuna contra el Covid 19, arrebatándole a Estados Unidos la codiciada primicia y anotando un triunfo político para el presidente Vladimir Putin. Con lo avanzadas que están las vacunas británica y china, la vacuna estadounidense parece que llegará tarde a la fiesta.
Y es que la investigación de Oxford normalmente habría tomado varios años, no por límites de la ciencia y la tecnología, sino por presupuesto. El apremio mundial por parar en seco al coronavirus –y el prestigio de quien lo lograra primero- cambió eso. Los laboratorios AstraZeneca –también británicos- dijeron las palabras mágicas: “nosotros ponemos el dinero”.
No son cualquier hijo de vecino. AstraZeneca obtuvo el año pasado ingresos brutos por 33 mil millones de dólares, de los cuales 8 mil millones fueron ganancia neta. Con dinero disponible, el equipo de Sarah Gilbert pasó de un puñado de personas a principios de año a 300 y se tardó cuatro meses en hacer lo que les habría tomado cinco años. Se calcula que a partir de noviembre, esa vacuna podría estar aprobada en cualquier momento.
Y esa es, justo, la vacuna que llegará a México gracias a las gestiones del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador.
AstraZeneca prometió que la vacuna se pondría a disposición de mundo de forma gratuita. En realidad, no la vacuna, sino la fórmula, porque todavía haría falta producir cientos de millones de dosis que, esas sí, costarán mucho dinero.
Ahí entra el acuerdo de la Fundación Slim y los gobiernos de México y Argentina: en sumar esfuerzos para producir masivamente la vacuna para distribuirla sin afán de lucro a toda América Latina –menos Brasil, porque ellos ya hicieron su propio acuerdo con Rusia-. México y Argentina, desde luego, tendrán prioridad en la distribución.
En México, el compromiso del presidente López Obrador es emblema de su Gobierno: la vacuna será gratuita para la gente, será para todos, con prioridad en el personal médico, los adultos mayores y la gente pobre, que son los más golpeados por la pandemia.
La buena noticia no implica en absoluto bajar la guardia. Las vacunas no reviven muertos y faltan varios meses –cuando menos medio año o más- para que las primeras dosis empiecen a ser aplicadas. Y en esos meses todavía puede morir muchísima gente si descuidamos las medidas preventivas. Por favor, celebremos la luz al final del túnel sin dejar de cuidarnos.