Esta mujer era esposa de un conde de la corona española de apellido Malibrán y que viajaba continuamente. Sus vecinos decían que ella acostumbraba visitar muy seguido los arrabales para ver a una anciana que practicaba la brujería, pues no podía tener hijos.
Muy a menudo la bella mujer organizaba grandes y escandalosas fiestas durante la ausencia de su esposo, las cuales se prolongaban hasta el amanecer, momento justo en que la dueña de la casa se quedaba sola en la mansión con alguno de sus visitantes, los cuales solían ser marineros apuestos y jóvenes. La leyenda refiere que la gran mayoría de esos amantes de una noche no volvían a sus navíos al día siguiente y nadie volvía a saber de ellos.
Un día, el marido de la condesa llegó sin avisar y encontró a su mujer en su habitación con uno de sus invitados. Enfurecido, se abalanzó sobre los infieles, asesinandolos con su espada.
Uno de sus esclavos, que ayudaría a desahacerse de los cuerpos, lo llevó a un foso que se situaba al fondo de su propiedad, el cual estaba lleno de lagartos.
A ese foso eran llevados los cuerpos de los amantes de una noche, que la mujer asesinaba al amanecer para no dejar huella de su infidelidad, pero antes los cuerpos eran desangrados y la sangre se usaba para que la condesa se bañara con ella, pues la vieja bruja a la que visitaba le había dado esa receta para la fertilidad.
El marido perdió la cordura casi al instante y durante mucho tiempo se le vio caminando fuera de la casa gritando “¡Que muera la condesa de Malibrán!”.
Se dice que quienes viven cerca de la casa escuchan lamentos y quejidos, además de ruidos de arañazos en ventanas y puertas que vienen del interior de la propiedad, en ocasiones se puede ver la silueta de una mujer.