Estos… huaraches que traigo, de alguna forma, pa’ decírtelo derecho, son del tata de mi tata. Y son de mi hijo también, de mi mujer y mis tíos que muchas veces, ellos solos se los hacen; pertenecen estos caites a todos los que en el pueblo vivimos. Y las muchachas andan dial tiro lujosas, no les da vergüenza usarlos. Los domingos calzan otros, más bonitos.
El polvo se mete aquí, en los pies, se mete el agua y el lodo, pero más se meten también las piedras, pero seguimos caminando igual, ya sea pal surco o la milpa.
A mi abuelo Matías lo enterramos con huaraches nuevos, pa’ que caminara en el cielo, allá donde dicen que hay bastante maíz, aquí ya no.
Mi huarache está cerca de la tierra, muy cerca, y con ellos vamos pa’rriba y pa’ bajo, hasta corremos con ellos; el sol se mete entre los dedos y hasta parece que su calientita luz nos da fuerza pa’ seguirle.
Aquí todos los usan, son baratos, y es mejor que andar a raíz de las espinas y el ardor del sol que hace hervir la arena y hasta las lagartijas, las iguanas, se van tantito a la sombra.
Tus…zapatos, esos que me dices, sirven pa’ para pura tiznada. ¿Cómo los voy a meter para achicar la noria?, ¿pa’ avanzar 11 kilómetros con mi carga de leña a la espalda?
Nomás veo tus zapatos de colores y ya los imagino bien rajones, chillando entre el berenjenal donde mis huaraches andan hasta a gusto.
Tus zapatos no son de aquí, quién sabe cómo es que los hacen; pero estoy seguro que no soportarían el surco ni sé por dónde echarían sudor o cómo les iba a dar por dónde el viento.
Tus zapatos son para otra gente, no digo que no, pero yo no soy turista, no ando de paseo pues, luciéndome. Con mis huaraches llevo también mi machete, mi sombrero, agua pa’ beber allá en el monte, en la faena, mis tortillas gruesas, sal y chile y como a la una, un medio sueño bajo el tamarindo me acomoda. Entonces, cierro un poquito los ojos y me acuesto, sin preocuparme de que mis huaraches se desaten o les vaya a ir mal.
Mis dedos no están pues como en la cárcel, son libres, con talón y todo, con mis completitos huesos que, un día, como a mi abuelo Matías, me acompañarán para seguir con ellos donde quiera Dios me toque.
De modo que llévate tus zapatitos, no los quiero.