Guízar y Valencia; el terremoto de 1920
Arturo Reyes Isidoro
Prosa Aprisa
2017-09-27
Oficiaba en Cuba cuando falleció monseñor Joaquín Arcadio Pagaza. Debido a ello, el 1 de agosto de 1919, Rafael Guízar y Valencia fue preconizado obispo de Veracruz.
Eran tiempos difíciles en México, y en Veracruz. Estaba en su apogeo el conflicto entre el Estado mexicano y la Iglesia. El hoy santo, originario de Cotija, Michoacán, se hacía llamar entonces Rafael Ruiz.
Por fin, el 1 de enero de 1920, después de que el cañonazo en el castillo de el Morro en La Habana marcara la media noche, Guízar y Valencia partió hacia el puerto jarocho a bordo del vapor estadounidense “Esperanza”.
Cuatro días después, miembros de la oligarquía del puerto y de Xalapa, dignatarios de la jerarquía eclesiástica de esas ciudades y de Córdoba así como devotos fieles lo recibieron en el muelle del puerto de Veracruz.
Pero un día antes, el 3 de enero de ese año, 1920, un devastador terremoto de 8 grados en la escala de Richter destruyó la región central de Veracruz y miles de casas, iglesias y escuelas se derrumbaron.
El sismo afectó particularmente Cosautlán de Carvajal, Coscomatepec, Teocelo y Xico. Un reporte oficial situó el epicentro en Quimixtlán, lugar de donde ahora viene el agua que surte a Xalapa, en el estado de Puebla, que también sufrio daños.
El maestro César Luna Bauza, un gran meteorólogo de quien guardo gratos recuerdos, hizo una descripción de los daños y citó la cifra de tres mil personas fallecidas.
Todo lo que aquí digo y comento está contenido en el libro Olor de santidad, de un gran investigador que tuvo la Universidad Veracruzana (UV) y entrañable amigo también, Félix Báez-Jorge, publicado por la Editorial de la UV.
Dejaré de lado los aspectos históricos para centrarme en lo que me interesa comentar, por la oportunidad del tema.
Al desembarcar en el puerto, Guízar y Valencia recibió las noticias del desastre causado por el terremoto en la región central de la diócesis en la que lo acababan de nombrar como pastor.
Su primera medida, que anunciaba ya lo que sería su comportamiento personal, fue ordenar telegráficamente (el telégrafo era el Twitter o el correo electrónico de hoy; actualmente ya no existe) al vicario capitular que suspendiera el festejo organizado en Xalapa para celebrar su llegada, indicándole que guardara el dinero colectado para tal fin, con objeto de destinarlo al auxilio de los damnificados.
Según documentó Báez-Jorge, al día siguiente de su arribo irrumpió en la Lonja Mercantil de Veracruz solicitando auxilio para las víctimas. Sus palabras cálidas y convincentes motivaron a los presentes gracias a lo cual reunió alrededor de veinte mil pesos (de aquellos tiempos, toda una fortuna).
El diplomático Francisco Cuevas Cancino, quien falleció siendo catedrático de la Universidad Anáhuac en Xalapa, registró el siguiente testimonio: “Reunió a los adinerados del Puerto y, con un gesto que muchos tildaron de teatral, puso, para empezar la recolección, su cruz y anillo episcopales”.
Del puerto viajó en ferrocarril a Xalapa y su primera misión oficial en tierras veracruzanas fue ocuparse de la devastación causada por el terremoto.
Cito al autor de Olor de santidad: “Cinco días después de tomar posesión del obispado inició un largo recorrido por los poblados afectados. Este notable esfuerzo (en el que llegó a peligrar su vida) fue realizado en un mes”.
El investigador registró que cruzó caudalosos ríos, maltrechos puentes; que transitó pésimos caminos de herradura y peligrosas sendas, sorteando el inclemente clima invernal de la región montañosa central de la entidad.
El canónigo Justino de la Mora, uno de sus alumnos, dejó testimonio de que visitó Teocelo, Cosautlán, Xico, Ixhuacán de los Reyes y Ayahualulco en el estado de Veracruz y Patlanalá, Chilchotla, Saltillo de Lafragua y Chalchicomula, pertenecientes a la diócesis de Puebla.
De este último lugar se trasladó luego en el ferrocarril de Orizaba a Córdoba, Coscomatepec y Huatusco.
“En todos estos poblados predicaba, confesaba, visitaba a los enfermos y lesionados, administraba el sacramento de la confirmación, ministerio que realizó en humildes viviendas y aún en la vía pública, ante la destrucción de los templos”.
En el trayecto de Patlanalá a Chilchotla, que lo hizo pasar por el epifoco, ante las pésimas condiciones del camino, además de que fue recibido por los vecinos “llorando cual si fueran niños”, fue tanto el esfuerzo que realizó que sufrió una afección cardiaca que lo puso al borde de la muerte.
No obstante haber sido trasladado al hospital de San Andrés Chalchicomula, Puebla, convocó a benefactores e instituciones caritativas y organizó a obreros voluntarios, logrando canalizar víveres, medicinas, ropas y madera a los miles de damnificados, además de que numerosos sacerdotes fueron nombrados jefes de las obras de reconstrucción, reubicándolos temporalmente fuera de sus parroquias.
El canónigo De la Mora, citado por Félix Báez-Jorge, registró:
“Reconstruyó la parte derruida de Xalapa, Xico, Cosautlán, Ixhuacán de los Reyes, Ayahualulco y multitud de rancherías pertenecientes a las cabeceras municipales enumeradas. Tuvieron los pobres casas donde albergarse; ropa con que cubrir su desnudez; alimentos para la subsistencia; medicinas para sus enfermedades; yuntas para sus labores campestres; tierras para quienes la inundación había dejado sin parcela o ranchos”.
Otro testimonio, éste de Joaquín Antonio Peñalosa, registra que en Xalapa el obispo encomendó al sacerdote José María Flores reconstruir la parte derruida de la ciudad, en la que se gastaron 231 mil pesos (¡de aquellos!), para lo que se contrataron obreros especializados en Puebla y Guadalajara.
Otro autor, Eduardo J. Correa, citado por Félix, cita que cuando Guízar y Valencia regresó a Xalapa, “la ciudad entera, sin distinción de credos ni de clases, se entregó a su Pastor en un movimiento grandioso de admiración y respeto, en un día de júbilo general”.
Ayer como hoy, no se vio la mano oficial en apoyo a los damnificados.
Cito a Báez-Jorge: “El auxilio que Rafael Guízar y Valencia prestó a los damnificados contrasta con la escasa (o nula) atención que recibieron de las autoridades gubernamentales”.
Su recuento registra que al producirse el sismo Armando Deschamps ocupaba la gubernatura en forma interina. En el lapso en que el hoy santo realizó su misión se sucedieron además Cándido Aguilar y Juan J. Rodríguez. Esa circunstancia de inestabilidad política hace que no se tengan informes oficiales sobre la participación gubernamental en las tareas de auxilio y reconstrucción de los poblados afectados.
Hasta ahí esa parte de la historia religiosa de Veracruz.
La quise traer a cuento por la situación que vive parte del país a causa de los sismos del 7 y del 19 de septiembre que causaron víctimas mortales y daños materiales cuantiosos que tienen en la desgracia a cientos, miles de familias mexicanas.
Pero también para significar cómo igual que ahora hubo ausencia o negligencia por parte de las autoridades, aunque a diferencia de estos días, la iniciativa de auxilio y apoyo partió de un religioso hombre bueno que terminaría siendo convertido en Santo.
Y para tratar de saber qué tanto la jerarquía eclesiástica de Veracruz ha seguido el ejemplo e imitado a Guízar y Valencia; qué medidas ha dictado a los sacerdotes de los obispados y de la Arquidiócesis; qué movilización ha realizado predicando, confesando, visitando a los heridos en hospitales, viviendas o incluso en la vía pública en auxilio de los sacerdotes de los lugares dañados.
Aunque en Veracruz, más pertinente sería saber qué han estado haciendo con los afectados por los huracanes, y también por los sismos aunque en menor medida, así como por las inundaciones de los últimos días.
Seguramente, como Guízar y Valencia, en forma anónima, discreta, han donado su cruz o anillo episcopales o sacerdotales, han hecho a un lado sus lujosas camionetas (los que las tienen y usan) para hacer tierra, han dejado la comodidad y el confort de sus aposentos y se desviven por auxiliar a los damnificados en auxilio de sus pares de Oaxaca, Chiapas, Morelos, Puebla, Estado de México, Guerrero y Ciudad de México.
En el futuro sabremos quiénes se ganan la santificación por su obra caritativa. Sinceramente deseo que Veracruz dé muchos más Guízar y Valencia. Ojalá y mi ignorancia sobre la acción de los religiosos contraste con su acción efectiva a favor de los feligreses, en especial de quienes sufren las consecuencias de los fenómenos naturales. Pido, ruego a Dios que así sea.