Lo que se cosecha

Lilia Cisneros Luján

Una Colorada

2020-05-25

En aquellas colonias novedosas de los cincuenta que de alguna manera se convirtieron en el arranque del progreso de trabajadores, obreros y hasta pequeños comerciantes[1] en la ciudad de México, parte de la educación formal -de la cual carecían la mayoría de los que lograron hacerse de una propiedad- fue sustituida por la profundidad resumida en los “dichos” repetidos por los abuelos. La variedad de refranes sobre lo valioso del trabajo para una población que recurrió a la hipoteca para poder adquirir la casita de una planta en la calle Hormiga, Constancia, Eureka, la Victoria, fundidora de Monterrey o Buen Tono era realmente amplia: A Dios rogando y con el mazo dando; Al mal trabajador no le viene bien ningún azadón; Al que madruga, Dios le ayuda; Quien quiere azul celeste, que le cueste; El flojo trabaja dos veces –esta última era la frase que esperábamos nunca nos dijera nuestra madre después de concluir una tarea - El que tiene tienda que la atienda, y si no que la venda; La ociosidad es la madre de todos los vicios otra de las enseñanzas trascendentes de aquellos padres, mayormente sin títulos universitarios, conscientes de que lo enseñado fuera de casa tenía menos peso que las rutinas transmitidas en el hogar.

Un buen número de los chicos que iniciamos nuestro desarrollo en aquella década, caminamos a paso constante que duró hasta concluir estudios superiores, no había dádivas a los escolapios, ni a las madres solteras, ni a los ancianos que eran respetados, cuidados y amados. Algunos privilegiados logramos, en la preparatoria, una beca –no mayor de 150 pesos- ganada con un buen promedio del aprendizaje y salvo las excepciones de los que tenían familias con un nivel mayor de ingresos, casi todos dividíamos nuestro tiempo entre el estudio y el desempeño retribuido porque a fin de cuentas sabíamos que No hay atajo sin trabajo.

De una manera u otra aprendimos desde muy infantes que “el que no ayuda estorba” y que si el río suena es porque agua lleva, sobre todo cuando se hablaba de las conductas delictivas de aquellos hijos atendidos por padres que no les dieron ningún oficio, ¿Eso fue lo que les convirtió en ladrones, jugadores de lotería, viciosos o cuando menos holgazanes, sinónimo hoy de ninis? que aun cuando sus progenitores fueran clase-medieros dedicados, ellos en resumen serían mayoritariamente vagos y mal gastadores, acostumbrados a dejar para mañana lo que podrían hacer hoy. En un México autosuficiente con un buen porcentaje de familias rurales, era fácil comprender que se cosechaba lo que se había sembrado, igual si se trataba de zanahorias, lechugas, epazote y hasta el frijolito colocado en un frasco con papel secante como parte de las tareas de la primaria. ¿Te tocó la explicación cariñosa de tu abuela para comprender que sembrar cebollas a veces daba como resultado lágrimas porque cultivar vientos era un predisponerte de tempestades?

En el preámbulo de la tercera década del siglo veintiuno podemos observar a decenas –sino es que cientos- de gobernantes, ignorantes de su propia soberbia pues son capaces de exhibir su carencia de sabiduría, ya que la humildad no les es dada[2] ¿De donde se origina esa tendencia a sentirse hábiles para todo si ni el sentido común les es conocido? ¿Entienden que las cosas vienen como anillo al dedo, cuando ellas se refieren a la oportunidad, lo apropiado y la galanura? Pasan por alto sin embargo que en la mayoría de las veces, los anillos son simples adornos, que los mediocres usan como supuesta muestra de autoridad en aquel que los porta.

Entender los refranes, implica cierta forma de conocimiento; aunque si todas las expresiones de alguien que comúnmente se dirige a otros, son frases populares y fáciles de memorizar estamos en lo que sería una forma sencilla de enseñanza. En contraparte si además de la frase repetida fuera de contexto a lo que nos enfrentamos es a una variedad de limitaciones psicológicas y sociales sumadas a la ignorancia de alguien que adicionalmente suele recurrir a las mentiras en el intento de darle sentido a sus frases huecas el panorama se convierte en un desastre ¿Luego de cuantas falsedades se pierde la confianza de quienes escuchan al refranero?

Después de varias semanas en confinamiento, lo menos que buscan los afectados es la verdad, igual si se está en una cárcel purgando algún delito que en un campo de concentración, una estancia de inmigrantes, una morada laboral o turística. ¿Quién de nuestro gobierno se ha ocupado de investigar en serio al covid-19? ¿Cómo puede dársele validez a su gravedad y consecuencias económicas si quien nos dirige lo ha tomado a chunga en varias ocasiones? Las mentiras –respecto a gentes deshonestas con intereses no muy limpios- ¿se ocultan con berrinches, insultos o más falsedades? Hay frases que de verdad llaman a reflexionar seriamente en lo que nos ocurre como país porque si el líder auténticamente cree que hay cosas que “si calientan” debemos empezar a preocuparnos pues “Hierro caliente se dobla fácilmente, y eso ocurre con la gente” ¿Será que el de la voz –como decimos los abogados- o su equipo de trabajo se están doblando? Deseamos que no, pues él mismo se ha establecido una meta por demás complicada ¿Qué vamos a hacer con los ricos? Y quienes aun sin ser ricos, hemos provocado la envidia y como consecuencia la discriminación y el odio de quienes por vez primera han logrado llegar a un ámbito de mal entendida relevancia, deberemos de reflexionar en lo que nosotros, en legítima defensa, tenemos que hacer con aquellos que nos repudian y no tienen mas meta que excluirnos, habida cuenta que “si la envidia fuera tiña, muchos tiñosos hubiera”. Y sobre la realidad de que aun persiguiéndonos “la envidia puede herir a lo que se tiene; pero no a lo que se es”, honremos a los abuelos, recordando que tales mediocres cosecharán a la larga lágrimas, porque ni siquiera saben sembrar betabeles, chayotes, jitomates o pepinos.