Dos cabezas al Tlatoani

Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

2014-03-19

Juan Nicolás “Colmillo retorcido” Callejas Arroyo. El misanteco líder moral de la Sección 32 del SNTE y presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso local no se la complicó ayer y sacó a relucir su experiencia cuando los reporteros le preguntaron sobre el cese de Edgar Spinoso Carrera como oficial mayor de la Secretaría de Educación de Veracruz (SEV).
“Yo no soy SEV, soy SNTE y Cámara de Diputados, no podría contestar por SEV”, respondió a su arribo al municipio de Cosoleacaque como invitado para asistir al acto por el 76 aniversario de la Expropiación Petrolera, reportó el corresponsal del portal alcalorpolitico.com, Rafael Meléndez Terán.
Según la nota, reiteró que sólo sabía lo que había leído en la prensa. “Me levanté con esa noticia y no sé si hay escándalo, discúlpame, soy respetuoso, no te podría dar una opinión que no conozco”. Juan Nicolás es de la vieja escuela política y simple y sencillamente recurrió al librito de las reglas no escritas que recomiendan mantener la boca cerrada y no meterse donde no lo mandan.
Esto me recuerda al coronel Porfirio Díaz, oaxaqueño, de igual nombre que su ilustre paisano, el viejo dictador del siglo pasado, con quien fui compañero de equipo en el gobierno de Miguel Alemán Velasco. Un día hubo una bronca interna, muy fuerte, estando nosotros presentes, y vi que él no se metió, no obstante que el pleito era entre personas de su área.
Cuando le pregunté por qué no lo había hecho, me respondió con un dicho que había aprendido en las filas del Ejército y que me quedó muy grabado y que me recordó lo que yo ya sabía y que aplicaba (siempre he pensado que entre motivos por eso sobreviví 30 años adentro sin mayores problemas): ni comisión que no me toque ni orden que no me manden, o sea, no te metas adonde no te llaman, o, si te metes de Cristo puedes salir cruxificado.
Otro que anduvo ayer como que la virgen le hablaba fue el secretario de Educación de Veracruz, Adolfo Mota Hernández, quien ajeno a lo que sucedía en su parcela estuvo también en el sur cumpliendo una encomienda de su jefe y amigo el gobernador Javier Duarte de Ochoa: recibió, atendió y regresó al aeropuerto de Canticas, en el municipio de Cosoleacaque, al gobernador de Hidalgo, José Francisco Olvera Ruiz, quien asistió como invitado del presidente Enrique Peña Nieto al acto conmemorativo de la Expropiación Petrolera.
La misión que se le encomendó no es más que reflejo de la confianza depositada en él y que lo aleja de cualquier sospecha con que lo quisieran involucrar en lo recientemente sucedido.
En este maremágnum, quien sale fortalecido es el secretario de Finanzas y Planeación, Fernando Charleston Hernández, pues ya no habrá quien contradiga sus decisiones, que finalmente eran las del gobernador.
Qué cosas. El agua siempre vuelve a su cauce y finalmente toma su nivel. Al relevo en la oficialía mayor de la SEV entra Vicente Benítez González, ex tesorero del Gobierno del estado, quien carga injustamente con el estigma de haber sido el culpable o el responsable del escándalo aquel por los 25 millones de pesos que retuvo la policía federal en el aeropuerto de Toluca.
El master en Economía, oriundo de los Tuxtlas, becado por Fidel Herrera Beltrán en la Universidad Católica de Compostela en Chile, lo que le valió que entre sus amigos lo conozcan como “El chileno”, lo sacrificaron convertido en chivo expiatorio cuando buscaron a un culpable por el escándalo, y un escueto boletín de prensa, quizá intencional, lo inculpó y cesó cuando el gobernador Javier Duarte de Ochoa aún no tomaba una determinación final.
Lo que se sabe de muy buena fuente es que aquél dinero sí era para pagar, pero nada que ver ni con la fiesta de La Candelaria ni con la Cumbre Tajín, como se dio una versión oficial, y menos para la campaña de Beatriz Paredes Rangel, que aspiraba entonces a ser la jefa de Gobierno del Distrito Federal, ni para el entonces precandidato Enrique Peña Nieto, sino para un compromiso con una empresa televisiva.
Pero había que tratar de parar el escándalo, y al final a él se le culpó cuando no tenía nada que ver con el asunto, pero aguantó vara, como diría Gina Domínguez, y a eso se debe que lo hayan mantenido en el gobierno y ahora lo reivindiquen en un cargo mayor.
Sobre las causas de los ceses de Spinoso y de Gabriel Deantes como subsecretario de Administración y Finanzas, con el tiempo tal vez se sabrá la verdad, que ahora todo será especulaciones, pero sin duda cómo debió haberle dolido tomar esa decisión al gobernador Javier Duarte de Ochoa, otrora amigo de los dos, gran amigo, muy amigo de ambos.
Pero algo grave, mayor, una poderosa razón debió haberlo obligado a actuar como lo hizo. De Deantes, para nadie del mundillo político y periodístico, al menos en Xalapa, era un secreto su escandaloso enriquecimiento, luego de que llegó a la capital del estado en un coche de modelo atrasado, procedente de Tampico donde vendió una mueblería que tenía con su familia. Hoy es multimillonario y sus propiedades y riquezas son objeto de la curiosidad y señalamiento de la fama pública. Sin duda alguna defraudó la confianza de su amigo a la vista de todos pero desde hace mucho.
De Edgar Spinoso resulta más extraño lo sucedido dado que siempre ha sido parte de una familia con muchos recursos económicos e incluso hasta hace unos días se le consideraba ya como virtual próximo candidato a diputado federal por el distrito de Martínez de la Torre, posición que por cierto le ofrecieron en los dos pasados procesos electorales federales y la rechazó.
Ayer hasta en la tarde no sabía nada de su cese. Se enteró por los medios, hasta que al anochecer lo mandaron traer de Palacio de Gobierno y supo que ya estaba afuera.
En el pasado sexenio, un día el entonces gobernador Fidel Herrera Beltrán me pidió que lo acompañara a su casa particular de Las Ánimas para realizar un trabajo. Nos sentamos a una mesa y de pronto me sorprendió que sólo dos personas aparecieron, porque pensé que estábamos solos: Javier Duarte de Ochoa y Edgar Spinoso Carrera, lo que me dio idea de la confianza que gozaban del mandamás, pues literalmente se podían meter hasta la cocina de quien mandaba en Veracruz, y de que eran muy buenos amigos.
El lunes, aquella amistad se terminó. La política se impuso, acaso la famosa razón de Estado. ¿Exactamente qué pasó? Sólo Javier Duarte de Ochoa lo sabe con precisión. Ahora el resto del equipo ya lo sabe muy bien: su jefe, acaso el amigo de muchos, no dudará en actuar si lo comprometen o constituyen un motivo para que lo juzguen. Javier Duarte de Ochoa ya decidió que se va a salvar y que no dudará en soltar a quien sea y que se lo lleve la corriente.
¿Por qué precisamente cortó y entregó las dos cabezas al presidente Enrique Peña Nieto, cuando el Tlatoani vino al estado, como en un ritual azteca para calmar a los dioses?