La Casa del Algodón, un lugar donde se teje la historia y se tiñe la tradición
“Antes, el ombligo de un recién nacido era atado con un hilo de algodón; el algodón marca los caminos del porvenir”, cuenta Lucía Simbrón
Zona Norte
COMUNICADO - 2013-03-19
En la Casa del Algodón, en el Centro de las Artes Indígenas (CAI), se aprende identidad, pertenencia; se sabe de lo que fuimos, para tener muy claro el destino; aquí no hay un líder, sólo la experiencia de las más sabias que juega y aprende de las más jóvenes, un lugar donde se hilan palabras, donde se teje la historia y se tiñe la tradición.
En la Casa del Algodón se cuentan historias que están plasmadas en los tejidos que realizan los maestros y alumnos, y son resultado del esfuerzo de ocho años de transmitir la tradición del hilado. En esta escuela las mujeres son, cada una, maestras en su especialidad; trabajan en una especie de taller en el que todas aprenden de todas y descubren nuevas formas de expresión artística por medio del hilado de algodón.
Lucía Simbrón Vázquez recordó que, anteriormente, las mujeres siempre estaban al pendiente de la luna; ella les indicaba los ciclos elementales de la vida; si una mujer quedaba encinta cuando la luna estaba tierna era seguro que tendría una niña al finalizar la gestación; si la luna estaba recia, sería niño, sin duda alguna.
“Antes no había tecnología, ni medicinas y las mujeres daban a luz en sus casas atendidas por las parteras. Bastaba un petate o una cobija en el suelo, unos mecates y una trabe de donde colgar las cuerdas para sostenerlas. No había tijeras para quitarles el ombligo, por lo que se valían de un carrizo en forma de cuchillo y un olote seco; el ombligo era atado con un hilo de algodón. Desde ahí, con el ombligo, el algodón marca los caminos del porvenir”.
Dijo que para las personas mayores existe un ejercicio simbólico que se ha olvidado en la sociedad actual: la siembra del ombligo. Cuando a un bebé le es retirado el cordón umbilical, éste es enterrado según sea el futuro que se le desea.
“Si es niña, el ombligo va cerca o debajo del fogón de la casa para que ésta, al crecer, sea una mujer con buena mano para la cocina y el cuidado del hogar; si es niño, se entierra en el campo para que sea bueno para el trabajo. Sean niños o niñas, el ombligo pegado al cuerpo quedaba anudado con un delgado hilo de algodón blanco, como un rayo de luna en la panza”.
Aquí se enseña a las personas no sólo a hilar, bordar o tejer, también a sembrar el algodón, cuidarlo, cosecharlo y seleccionar nuestra propia materia prima; separarla por colores y acicalarla, explicó mientras sus manos jugueteaban con unas bolitas de algodón recién cosechado.
Al algodón hay que quitarle los grumos y hacerlo ligerito para que se haga hilo, platica mientras la bolita de algodón ha cedido a sus hábiles dedos formando un disco suave de color blanco. “Enseñamos a conocer el material desde que es semilla hasta que lo teñimos con pigmentos naturales y, entonces sí, podemos plasmar lo que nosotros sentimos”.
Esta historia del algodón, la explicación de las actividades y otros talleres estarán a disposición de los visitantes durante la próxima edición de la Cumbre Tajín 2013, así como una muestra permanente del trabajo realizado por los integrantes de la Casa del Algodón y algunos trajes tradicionales antiguos.
De esta manera, la enseñanza de las artes tradicionales indígenas se materializa para condensar la colorida nube de lo inmaterial y aterrizar las palabras en lienzos perfectos confeccionados en algodón orgánico. Las palabras aquí toman la forma de los rayos de la luna que conoce los destinos y los colores que fertilizan esta obra milenaria.