Un orgullo y un sueño cumplido, ser volador de Papantla

+Los niños voladores aseguran estar satisfechos de ser parte de esta actividad y de continuar salvaguardando su cultura

Zona Norte

COMUNICADO - 2013-03-23

Desde los tres años, niños indígenas de la zona de la Huasteca que pertenecen a la Escuela de Niños Voladores del Centro de las Artes Indígenas (CAI), se involucran con el culto que caracteriza a esta ciudad, la ceremonia ritual de los Voladores de Papantla.

Isaú Santos Santos, de 13 años, recordó que desde pequeño había soñado con realizar esta práctica, pues sus familiares le inculcaron el valor de su cultura y sus tradiciones, además de la riqueza de los bailes y las artesanías. “Es un orgullo y me siento muy contento de ayudar a preservar la cultura totonaca y, más que nada, este ritual de voladores”.

Señaló que para él es importante que los turistas no vean a la Cumbre Tajín sólo como un espectáculo, sino como un ejemplo del patrimonio cultural de esta zona y una maravilla natural que han dejado los ancestros.

Los pequeños, orgullosos de ser parte de esta actividad y de continuar salvaguardando su cultura, dicen sentirse libres al extender sus brazos y arrojarse de espaldas del palo volador, que mide desde cinco hasta 30 metros.

Con sus ropas decoradas, trajes tradicionales, taparrabos, pañuelos y penachos, señalaron que, al iniciar el ritual, se encomiendan al ser supremo para que los proteja, y posteriormente subir y pedir al padre Sol otorgue buenas cosechas en el campo.

Comentaron que un buen volador de Papantla debe portar con orgullo su vestuario para demostrar al mundo que la cultura totonaca vive y vivirá por el resto de los siglos, gracias a los conocimientos de los abuelos y a que el CAI sigue impulsándolos.

El ritual del palo volador, explicaron, surgió a raíz de la leyenda del sueño de un abuelo totonaca, que logró que los dioses le explicaran cómo remediar la fuerte sequía que se presentaba; le revelaron que debía subir al monte y trepar al palo más alto, con el fin de estar más cerca del padre Sol y que solicitara plegarias para que acabaran las sequías y hubiera un buen año con cultivos y la tierra se fertilizara.

Además, dijeron que los voladores, ubicados cada uno en los cuatro puntos cardinales, al realizar esta ceremonia invocan tanto al padre Sol, como a la madre Tierra y a la lluvia, que es la vida de la tierra, además deben dar 13 vueltas hasta bajar al suelo, las cuales multiplicadas por cuatro personales, suman las 52 semanas que forman el año.

Miguel Ángel Santiago García, de 12 años, quien inició desde los ocho a practicar los vuelos, dijo que es una satisfacción poder lograr su sueño, y que para ello necesitó valor, amor a su cultura y tener fe en los rituales.

“Esta actividad me nació porque veía la danza y mi familia me enseñó esta costumbre, esto me gusta, es una gran satisfacción; la primera vez piensas muchas cosas, pero ahí lo importante es encomendarse a dios y tener siempre buenos pensamientos, ser libre”.

El joven Marco Anfernee Marrero, de 17 años, comentó que para poder volar, es necesario dejar el temor de lado y permitir que la adrenalina fluya y aseguró, que ésta es la mejor experiencia de su vida, pues superó su inseguridad.

Expuso que se debe tener respeto espiritual a lo que hacen, porque no es sólo un espectáculo, “nosotros somos jóvenes y nos gusta realizar el vuelo, porque es importante que no se pierdan las tradiciones y queremos seguir promoviendo el ritual”.

Anfernee Marreno recordó que el CAI fomenta el desarrollo de las artes indígenas, lo que ha logrado que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) los declarara como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. “Es un apoyo muy grande y gracias a eso, los Voladores de Papantla son reconocidos a nivel internacional. Nos sentimos con gran responsabilidad y orgullo”.

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