#ArrierosSomos: ¿DESDE CUÁNDO SE HONRA A LOS MUERTOS?
+ Columna del C.P. Renato P. Vázquez Chagoya, director del Semanario Sotavento
Zona Sur
Renato P. Vázquez Chagoya - 2014-11-03
Sí, ¿desde cuándo se celebra en nuestra región el Día de los Muertos?
¿A dónde van los hombres cuándo mueren?, se pregunta eL Antropólogo, Arqueólogo e Historiador Alfredo Delgado Calderón, en su libro “La muerte en el sur de Veracruz”, editado en 1994 por la Unidad Regional Sur de Veracruz, de la Dirección General de Culturas Populares, dependientes del Consejo para la Cultura y las Artes.
Todos los datos que señalamos en esta nota, son tomadas de ese ejemplar:
Delgado Calderón nos orienta: “…en el sur de Veracruz y Tabasco y el occidente de Tabasco, carecemos de códices o crónicas coloniales que den cuenta de la cosmovisión de sus antiguos habitantes. Ignoramos sus mitos acerca del destino final del alma, los ritos alrededor de la muerte, el tratamiento del difunto, los tabúes y otros aspectos fundamentales acerca de la muerte”.
Agrega: “Esta carencia de datos en parte es subsanada por los datos directos e indirectos que aporta la arqueología”.
Y Don Alfredo entra en materia, anotando que en la temporada arqueológica de 1994 que hicieron Ponciano Ortiz Ceballos y Carmen Rodríguez en las comunidades de La Merced y El Manatí, del municipio de Hidalgotitlán, encontraron cerámica que pudieron tener una antigüedad de mil setecientos años antes de Cristo, que podría ser aún más antigua. Señala Delgado Calderón: “A pesar del intenso trabajo desarrollado no ha sido posible encontrar una sola tumba”.
Las evidencias arqueológicas más antiguas se encuentran en El Manatí, entre una capa de barro producto del arrastre de las aguas y comprendían huesos humanos, básicamente piezas molares, una clavícula y algunas astillas, casi petrificados. Los restos encontrados se ubicaban en el antiguo lecho de un arroyo y se dificulta concluir si pertenecía a un solo individuo, a un entierro en forma o, se ofrecieron en ofrenda en uno o varios ritos. Lo que sí es que la presencia de esos restos humanos no está ahí por casualidad, aunque hay escaza evidencia de actividad doméstica.
Encontraron como objeto de culto, con sentido de ofrendas: hachas de jade, jadeíta, serpentina y piedra caliza, bolas de hule, bloques de hematita especular, estructuras de madera, bastones de mando y diversos objetos de carácter sacro, que fueron ofrendados arrojándolos al lecho del viejo arroyo y, cuando éste se azolvó, sepultándolos solos o en grupos.
Estos serían las primeras evidencias arqueológicas de culto a los muertos desde hace más de tres mil quinientos años.
Cien años después
Consigna Delgado Calderón que es notable que en la laguna de El Manatí, siendo un sitio sagrado, como lo demuestran las múltiples ofrendas ahí encontradas, existan pocos restos humanos en las primeras épocas de culto.
Ya hacía el año mil seiscientos antes de Cristo, quienes vivieron en ese lugar ofrendaron hachas de piedra verde fina, en los manantiales de El Manatí, rescatando cientos de objetos en los trabajos arqueológicos, así como vasijas y cuentas de jade.
Como existe poca evidencia de restos humanos de esa época en ese lugar, los arqueólogos concluyeron que ese lugar no fue ocupado como cementerio, sino como lugar de culto.
Señala que no existieron más restos humanos o cuerpos completos, porque los pocos restos orgánicos que encontraron estaban en excelente estado, debido a las especiales características del lugar, encontrándose también en excelente estado de conservación semillas y hojas.
Transcurre el tiempo
Describiría Alfredo Delgado Calderón, que “Varios siglos después el sitio seguía funcionando como un espacio sacro de los olmecas de la cuenca del Coatzacoalcos, pero el lecho del arroyo se había azolvado con una gruesa capa de lodo muy fino de color rosado”.
“En esa capa, cerca del año mil doscientos antes de Cristo, fueron sepultadas varias decenas de escultura de madera, solas o en grupos, acompañadas por hachas de serpentina, bloque de hematita, ramos de hojas o flores, bastones de mando labrados de madera, y otros objetos sagrados”.
Hay que sorprenderse que en 1994, en los trabajos arqueológicos encontraron restos orgánicos en perfecto estado de conservación, como es el caso de hojas o flores.
También el estudio consigna, que “…los objetos que acompañaban a la esculturas destacan los esqueletos de niños recién nacidos”.
En un caso, bajo dos esculturas de madera encontraron el esqueleto completo de un niño que fue dejado recostado sobre su espalda en el fondo del foso, donde estaba sepultada la ofrenda. No se determina si la criatura en el momento de la ofrenda todavía estaba vivo o no. El pequeño cuerpo se cubrió de lodo, nivelándolo, colocando encima dos esculturas de madera en posición vertical, mirando hacia el cerro de El Manatí, y acompañados con dos bastones de mando, clavados a los lados.
Hallaron entierros múltiples, entre ellos uno de tres, entre los que se encontró a un niño envuelto en una especie de petate o costal, acompañados con ramos de hojas o flores amarrados con un mecate de dos pitas, que todavía se pudieron apreciar.
En otra ofrenda de tres esculturas de madera, también se encontraron restos humanos de dos mujeres y un hombre, recostados, formando un semicírculo.
El significado de las ofrendas
Tan fascinante descubrimiento arqueológico hecho por Ponciano Ortiz y Carmen Rodríguez, recibieron la calificación de “Estas ofrendas olmecas entrañan un elaborado ritual, cuyo significado desconocemos. Pero sin duda implican ya la creencia en la trascendencia del hombre. Esas ofrendas no parecen haber sido dedicadas a los infantes… más bien, los infantes son acompañantes de las esculturas de madera”.
“Si el ritual incluía el sacrificio de niños, o el acompañamiento de cadáveres de niños (no necesariamente sacrificados) implica que se creía en un aspecto trascendente, en un alma o poder mágico, propio del ser humano, capaz de dar vida a los objetos ofrendados o llevarlos ante la presencia de las deidades o espíritus a los que fueron ofrendados para cumplir su cometido, para asegurar la efectividad del ritual”.
Los arqueólogos discutieron si las ofrendas fueron dedicadas a deidades acuáticas o agrícolas, si fue producto de algún acontecimiento especial como un ciclón, una inundación, una guerra o la unión de clanes.
Lo que si contiene la ofrenda es la creencia en el más allá, en la fuerza especial del alma, del espíritu, reflejada o “atrapada” en un “retrato”, porque poseían un carácter sagrado.
A grandes rasgos, en la laguna y en el cerro de El Manatí se encontraron las evidencias que desde siempre se ha rendido culto a los ascendientes desaparecidos, que con variantes seguimos practicando en honor de nuestros muertos.