LETALES PASAJEROS

+Por Luis A. Chávez

Zona Sur

Luis A. Chávez - 2018-06-07


No a todos se les da el solferino canto de garganta suave, ronco pecho, donde las bemoles rizan el rizo natural de oralidad como perenne, delicado tul, Caruso o Piaf.

No a todos el trazo carbonero, pastel, al aguafuerte, el óleo que deja imágenes mejor que a sus mismitos dueños. Y se sublima el lienzo, la medida mano hecha pentagrama o acuarela, estatua, monumento, bronce, voz. A tanto juega, enajenada, la Naturaleza cuando nace un niño y las estrellas despuntan a ese ombligo un vértice de luz donde, temprano, el individuo le demuestra al mundo que no pertenece a este planeta y, sus tendones, sus músculos, su sangre, son un obsequio gentil, arrebatado y eufórico, que él nos viene a hacer para que complacidos demos gracias a Dios por su presencia (hablemos de Arte; visualicemos a aquel formidable primitivo en la caverna, alrededor de la hoguera, bailando como poseído ante el asombro de sus compañeros).

¿El inventor?, es otro asunto genial, pero más físico. Aquí pretende el alma sublimarse y, lo mejor, que logra estremecer a millones: véase la mal denominada “Ronda Nocturna” de Rembrandt, o La Piedad, de Miguel Ángel.

Las épocas abren puertas y ventanas, pasadizos y corredores altos ya antiguos o pertenecientes a esta semana, la que estamos viviendo y, en ellas, radican a lado nuestro los que brillan.

Unos, con gratitud rendida y embeleso les gratificamos en silencio una atención solemne, digna, pues se merecen el fervor, ese pequeño canto donde les reconocemos lo que son.

Otros –y he aquí los goznes podridos de la Historia eterna- mal caminados, con hambre, mucha sed y sal a cuestas, admiran en secreto a aquel (mas no lo dicen) y tratan a toda costa de subir, pasajeros letales, a ese transporte de cielo. Hay que reconocerlos: callados, en su negra lumbre, diciendo una alabanza hipócrita donde su sinceridad no les permitirá jamás, reconocer que su nacimiento fue común, bien ordinario.

¿Qué hacen entonces?, subirse a ese autobús de logro y fama. Viajar, pegarse ahí para que algo de aquellos reflectores les descubra el rostro, no el alma renegrida y seca, mentida y muy falaz.

Renuentes a reconocer sus atributos mínimos, sus débiles alcances, intentarán a toda costa continuar viajando como polizones, tratando de atraer algo de aquel fenomenal banquete para sí, no importa que sean migajas siquiera. Son los pasajeros, letales, de la envidia.

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