Una jornada relativamente tranquila, hasta cierto punto, normal. Un día sin la intensidad de los eventos de las semanas recientes, que han sido de despedida, de giras, de plazas llenas y de últimas veces.
Su conferencia mañanera: emotiva, eso sí. Con el testimonio de sus muchos logros, con expresiones de reconocimiento a la presidenta electa, Claudia Sheinbaum; con música, con sentimiento hasta las lágrimas.
Aprovechó para promulgar sus últimas dos Reformas Constitucionales. La adhesión de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional y el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas, que nosotros aprobamos la semana pasada en el Congreso de Veracruz, serán, desde ahora, parte de su abultado legado a México.
La develación de su retrato en el Palacio Nacional es, por sí mismo, un símbolo de la transición que experimenta: López Obrador sale del Poder y entra a la historia. Su cuadro ahora está en los muros del Palacio con el de los otros Presidentes del pasado, los buenos y los malos.
Cuando el segundero del reloj cruce de las 12:00 de la noche, se habrá esfumado su investidura como titular de uno de los Poderes del Estado Mexicano.
A partir de ese momento, Andrés Manuel será el hombre que fue Presidente. El que encabezó la mayor transformación de la vida pública desde la Revolución Mexicana.
Estará, supongo, en su casa particular. La red telefónica de Presidencia, según la costumbre en estos casos, habrá quedado sin línea. Otros teléfonos, en otros lugares, se activarán y serán otras voces las que transmitan instrucciones, soliciten informes y ejerzan el Poder.
Mañana asistirá como un ciudadano más a la ceremonia de investidura de la nueva Presidenta. Y con ese acto, México habrá iniciado una nueva etapa de su historia.
Gracias por todo, Andrés Manuel López Obrador.
*Diputado local. Presidente de la Junta de Coordinación Política.
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