Miradas de vergüenza y cachetadas: la clase política y el pueblo del 2015 mexicano
+ CLAROSCUROS, por José Luis Ortega Vidal
Zona Sur
José Luis Ortega Vidal - 2015-01-25
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Un niño entra a vender chicles a la sede de la Comisión Electoral del PRI estatal veracruzano.
Carlos Brito Gómez, titular del organismo interno tricolor lo corre.
Un fotoperiodista capta en secuencia brillante la escena cruel: la mirada adusta del veterano político; el gesto de coraje del inefable hombre de poder; la mano señalando la salida ante el mexicano pobre, infante, luchador inevitable contra el hambre.
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Manuel Velasco Coello, gobernador de Chiapas, recorre –en el municipio de Huixtla- uno más de los cientos, miles de poblados marginadas de su entidad.
El “güero” Velasco, hombre joven, político sin trayectoria, miembro de un grupo política y económicamente muy poderoso en la frontera sureña de México, se molesta con el accionar de un joven ayudante.
Sin frenar su camino le pega una cachetada.
Alguien graba el momento, sube el video a las redes sociales y siete semanas más tarde –la agresión fue el diciembre y el escándalo ocurrió entre el 19 y 20 de enero- Manuel pide disculpas públicas al ciudadano para el cual sirve, al empleado estatal al que manda, al muchacho que convirtió en víctima de su agresividad, su prepotencia, su impunidad, su desvergüenza.
El 20 de enero -en un acto nuevamente lastimoso- el gobernador chiapaneco pretende humillar el sentido común y la dignidad del pueblo mexicano al montar un evento de disculpa donde “se deja cachetear” por el paisano al que atacó 40 días antes.
(3)
Más de 2 mil 400 años atrás -en la Grecia antigua- un filósofo de nombre Platón ofreció su visión de la política a través de una obra a la que tituló La República.
Allí, el discípulo de Sócrates “concibe al Estado ideal como un orden de conducta humana encaminado a la satisfacción de las necesidades para la felicidad del hombre a través de la justicia, entendida como la realización de las actividades propias de cada integrante del mismo”. (José René Olivos Campo).
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A cinco meses de elegir a los nuevos integrantes de la Cámara Baja del Congreso de la Unión en México; ocupados los partidos políticos –diez, ni más ni menos- en el proceso de elección de candidatos a diputados federales, queda claro con actitudes y actos como los de Carlos Brito Gómez y Manuel Velasco Coello, porqué día a día los hombres del poder político en nuestro país pierden credibilidad.
Acciones vergonzantes sustituyen al sentido de desarrollo humano y justicia social que conforman –entre otros- el espíritu del concepto ideal de la Política.
¿Cómo se le podrá pedir a un niño vendedor de chicles y lanzado a la calle con cara y señal de que estorba en la sede de un partido, que vote –años más tarde- por los candidatos de éste y otros partidos políticos?
¿Cómo convencer a los ciudadanos de un país que en una de sus 32 entidades federativas gobierna un hombre güero que piensa y trabaja para el bien común y que es, además, buen ciudadano porque “se deja cachetear”?
Más allá de la anécdota vergonzosa de ambos actos, está la descomposición estructural de una sociedad cuyo poder político se ha desvirtuado.
En México convive una clase política que mucho tiempo atrás perdió el sentido esencial de su destino: el de servir; a cambio de la soberbia infinita e insaciable que surge del servirse.
Y lamentablemente, frente a esta clase política desviada hay un pueblo que no termina de concientizarse sobre la importancia de defender su dignidad y abona, por tanto, a esa tragedia estructural que nos lacera a todos.