+ Columna del C.P. Renato P. Vázquez Chagoya, director del Semanario Sotavento
Zona Sur
Renato P. Vázquez Chagoya - 2015-02-16
El jueves pasado, terminó la vida de mi hermano Carlos Alejandro, el mayor de nosotros, los Vázquez Chagoya.
No imaginábamos que en tan corto tiempo, algo así como dos años de diferencia, cuatro de mis hermanos nos dejaran y fueran a su destino final.
Carlos Alejandro, aparentemente estaba sano y había tomado la decisión de asistir regularmente a seguir las indicaciones de su médico internista, lo que para nosotros era muestra de su vida ordenada, tranquila y metódica.
Sin embargo, el pasado dos de febrero del presente año, día de La Candelaria, tuvimos que internarlo en el hospital regional de Petróleos Mexicanos, porque a nuestro juicio había sufrido una embolia o infarto cerebral, por los síntomas que apreciamos.
Los especialistas médicos del Hospital le diagnosticaron un infarto cerebral y lo sometieron a diversos estudios para determinar cómo prescribir el alivio a su mal.
En las visitas que le realicé durante el tiempo que estuvo internado, me alegré porque aparentemente observé que no había sufrido gravemente en sus funciones motrices, porque podía mover ambos brazos y ambas piernas. Su lenguaje, confuso al principio se volvió más entendible y supuse que con terapia se iba a recuperar rápidamente. Su mente también funcionaba normalmente y todo parecía volver a la normalidad.
Pero, uno nunca sabe…
El pasado miércoles a media noche, la persona que lo cuidaba llamó por teléfono porque el internista quería informar de la condición médica de la salud de Carlos Alejandro. Me permitieron pasar y el médico internista me indicó de la muerte cerebral que había sufrido mi hermano y que era cuestión de esperar el que dejara de existir en poco tiempo.
A las diez de la mañana, sus órganos también dejaron de funcionar y mi hermano Carlos Alejandro fue a reunirse con mi padre Palemón Vázquez Atilano y con mis hermanos Guillermo Enrique, Jorge Eduardo y César Augusto.
Sabemos que el Creador los tiene en buen lugar.
El viernes pasado, su cuerpo fue cremado y terminó la vida terrenal de Carlos Alejandro.
No quiero pensar que descansa en paz, porque quiero seguir creyendo que está gozando de la compañía de mi padre y de mis hermanos y del Hacedor de todo.
¿Qué está pasando?
Más que preguntarnos qué está pasando con nosotros, como preguntan nuestras amistades, entendemos que lo que está pasando con nosotros los hermanos Vázquez Chagoya, es que así como llegamos, nos estamos yendo.
Llegamos en racimos. Entre el primero y el sexto media un año y meses de diferencia.
Fíjese, Carlos Alejandro le lleva un año y medio a Fernando Arturo. Éste le lleva a Guillermo Enrique un año y un día. Soy menor que Guillermo Enrique, un año y medio. Elsa Henrieta, es un año y medio menor que yo. Así, que mi madre Doña Asunción Chagoya Rivera no tenía descanso para traer hijos al mundo. El último que vino en el primer racimo fue Jorge Eduardo, menor en un año y medio que Elsa Henrieta. Seis de un jalón.
Después, ya espaciaditos llegaron Lilia Raquel, César Augusto, Gerardo Alberto y María de Lourdes.
Decían los contemporáneos a mis padres, que como no existía la televisión y frente a la casa donde vivíamos en la colonia Primero de Mayo pasaba el tren, cuando éste hacia maniobras despertaba a mis padres y les espantaba el sueño, por lo que tenían que ocuparse en algo. ¡Qué mejor manera que amarse!
Como quiera que haya sido, mis padres se amaron mucho y trajeron al mundo a diez hijos. Siete varones y tres mujercitas.
Por eso, como Dios ya nos prodigó la vida a todos, ahora quiere que estemos con él y que así como nos permitió estar juntos en esta vida, quiere que estemos juntos en la otra.
La vida de Carlos Alejandro
La vida de Carlos Alejandro no fue espectacular. Pero en muchas cosas fue el primero.
Aquí en Minatitlán, fue uno de los primeros en poner en práctica el físico culturismo ideado por Charles Atlas, allá después de la Segunda Guerra Mundial, llamado “Tensión Dinámica” y a sus catorce o quince años ya lucía un cuerpo atlético. Jugó fútbol cuando era secundariano.
Cuando viajó a estudiar la carrera de Contador Público, que no concluyó por no querer presentar un examen, fue presidente de un grupo de minatitlecos en la capital y miembro distinguido del Ateneo Minatiltleco, que también funcionaba en el Distrito Federal. Aquí en Minatitlán, junto a Fernando Arturo, participaron en el Injuver, cuando recién se había creado.
Fue el primero de mis hermanos que ingresó a trabajar a Petróleos Mexicanos y fue uno de los primeros profesionales que laboró en la Tesorería de la Sección No. 10 del STPRM, hasta su jubilación.
Radicaba en Jáltipan con la señora Victoria Castelán Olvera, ahora su viuda y tuvo tres hijos, de nombre Rocío, Ricardo y Miguel García Castelán. No los engendró, pero siempre fueron sus hijos, a quienes amó y protegió y, quienes lo distinguieron nombrándolo “papá”.
Vivió plácidamente en Jáltipan, donde, sin muchas pretensiones vivía en su propio paraíso. Un pequeño arroyuelo colindaba con el terreno que poseían, donde sembraban diversas plantas de ornato y cuidaban desde peces, perros, gatos, aves de corral y gansos.
Se deleitaba con la lectura y su pasión era el tango y la música bailable, a tal grado que cada cumpleaños de uno de sus sobrinos, se distinguía por obsequiar un casete con piezas de sus preferencias.
No tenemos por qué quejarnos
Dios y la vida nos ha dado tanto con el amor, el cariño y la ternura de nuestros padres y de nuestros hermanos, también de nuestras amistades, que no tenemos reclamaciones, inconformidad o lamentaciones por lo que está pasando.
Nos duele, sí, pero entendemos que es un proceso natural y lógico que partamos cada uno de los que existimos.
Así es como entendemos que Dios y el cambio son lo único perpetuo.
Nosotros sólo estamos de paso y cada uno deja una huella.
Queremos y creemos que Carlos Alejandro, dejó la suya.
Buen viaje Carlos Alejandro.