+ Columna del C.P. Renato P. Vázquez Chagoya, director del Semanario Sotavento
Zona Sur
Renato P. Vázquez Chagoya - 2015-05-18
Yo todavía no lo creo.
Cuentan, que en las paraestatales las cosas están cambiando.
Ya sabe usted, por su enorme tamaño se crean departamentos, direcciones, gerencias o superintendencias, que se encargan de temas específicos.
Uno de esos organismos internos es el que se encarga de las licitaciones. Es decir, de quienes convocan, reciben propuestas, abren las propuestas y revisan documentación y ante un consejo, eligen la mejor, la que va a realizar la obra o los trabajos que requiere la paraestatal.
Ya sabe usted también que en estos procedimientos, los encargados se encuentran con alguien que le promete o le hace algún ofrecimiento atractivo con la intención de ser favorecido en la asignación de los trabajos u obras. O, puede que el beneficiado sea un “amigo” o un “familiar” que, qué coincidencia, tiene una constructora o una oficina que prestan los servicios que la paraestatal requiere.
También, usted lo sabe, en el proceso de licitación se presenta algún empresario que trae una “atenta” recomendación de un funcionario de mayor jerarquía de quien realiza el proceso de licitación, para que lo “considere” en el resultado de la licitación.
A grandes rasgos, así, más o menos, funcionan los procesos de licitación de obras en las paraestatales y en entidades públicas como municipios y gobiernos estatales y federal.
Estas artimañas que se conocen en los procesos de licitación producen en el mejor de los casos, el atraso de la ejecución de los trabajos y, en el peor escenario, una realización defectuosa o una ejecución incompleta. O, que no se realice la obra.
De esto hay muchos ejemplos en nuestro país.
En estos últimos casos, la inversión se tendrá que hacer de nuevo para que la empresa funcione, produciéndose las famosas “ampliaciones de presupuesto” que se estilan en las paraestatales o en los gobiernos municipales o estatales, que llegan a alcanzar cifras escandalosas.
Cuentan pues, que en una de las paraestatales ya se había concluido el proceso de licitación, se había designado al ganador y todos tan campantes.
No puedo decirle si hubo celebración por el resultado, donde pudieran haber estado el ganador de la licitación y quienes calificaron el proceso, degustando ricos platillos, mejores vinos y licores y placenteras compañías.
Lo que sí puedo relatarle que a los pocos días, el responsable del proceso de licitación recibió una llamada telefónica de un funcionario de mayor jerarquía, quien le ordenó reponer el procedimiento, apegarse a las normas dictadas para esos casos y otorgar el contrato a quien legalmente había presentado la mejor propuesta. Y ni siquiera le preguntaron si quería hacerlo.
Amablemente, le indicaron que afuera de su domicilio estaba un vehículo con funcionarios de cierta dependencia ejecutora de la justicia –debo pensar que de la PGR– que si por las dudas se resistía a proceder a “enmendar su error”, entonces esos funcionarios “le facilitarían todo” para hacer lo correcto.
Cuentan que no fue un solo caso, que hubo varios y que todos fueron corregidos.
Ignoro si hubo castigo o separación del cargo de los funcionarios responsables de los “errores” en las licitaciones.
Si lo que me contaron es cierto, entonces… ¡México tiene remedio!
Instrumentos de integración
Hace más de sesenta años, Minatitlán tenía algo así como la tercera parte de la población.
Había menos de todo de lo actualmente tenemos.
Pero había más de lo que actualmente tenemos.
Parece un contrasentido, ¿verdad?
Canchas deportivas que todos podíamos usar y disfrutar.
Pero no sólo eso, eran instrumentos de integración.
Que recuerde, coincidíamos con nuestros compañeros de escuela en canchas del parque Independencia, del Teatro al Aire Libre de la Escuela Primaria José María Morelos y Pavón, en la escuela Sección 10 e Hijas de Lerdo, en la escuela Ricardo Flores Magón, en la escuela 18 de Octubre de 1863, en la escuela Primero de Mayo y, en el cuartel militar que estaba ubicado en la calle Díaz Mirón, con el 33 Batallón de Infantería.
En esos espacios se podía jugar volibol y basquetbol. El futbol de salón todavía no se conocía.
Hubo ocasiones en que esas canchas se hacían funciones de box y, desde luego, actos cívicos.
Para la práctica del fútbol sólo existía el campo Alondra y para el béisbol el Fieles de Huiribis, ahí donde está la Simac y la colonia Nueva Primero de Mayo. También los terrenos de Bienes Inmuebles, donde está la iglesia Cristo Rey y la colonia Nueva Tacoteno. Y, desde luego, el deportivo 18 de Marzo. La Asociación Deportiva Minatitlán (ADM), tenía canchas de tenis en la colonia 18 de Marzo (todavía existen) y una alberca atrás de su salón. Tenía otra alberca en la colonia Primero de Mayo, un gimnasio, un boliche y una cafetería en el conocido Ademito.
No había más.
Concurríamos, como dije, y formábamos equipos para competir deportivamente y a veces con reglas que inventábamos al calor de la convivencia.
Esas convivencias crearon identificación personal y familiar, confianza y relaciones duraderas.
Teníamos también, una característica en las colonias.
Como no había muchas bardas entre patio y patio, podíamos circular libremente en esos espacios, que también producían integración, identificación y relaciones entre vecinos, organizándose juegos donde participaban niños, jóvenes y adultos, aunque éstos la mayoría de las veces eran espectadores vigilantes.
Se podía circular a pie, corriendo, en bicicleta o correteando una rueda con un gancho metálico que era una extensión de nuestros brazos.
Caminábamos de nuestras viviendas de y hacia las escuelas a donde concurríamos y regularmente lo hacíamos acompañados de nuestros vecinos que podían ser de grados distintos a los que cursábamos.
Actualmente, casi todas las escuelas tienen canchas de volibol y basquetbol, de fútbol, auditorios y otras instalaciones.
Pero a diferencia de hace sesenta años, la gente no tiene acceso a esas instalaciones fuera del horario escolar. Cuando terminan las clases, se cierran las instalaciones y nadie entra.
Y eso, es lo que le falta a nuestros niños y jóvenes para lograr una sana convivencia.
Y otra. Ya casi nadie camina de sus domicilios a las escuelas. Ahora se viaja en vehículos, dada la facilidad de poderlos adquirir. Pero también por seguridad.
Tenemos que inventar y lograr que haya espacios seguros, sanos, recreativos y adecuados para que niños y jóvenes, la familia toda, tenga lugares de esparcimiento, de diversión, deportivos, de recreación y de integración social.
Y tenemos que crear organizadores y promotores de esas actividades para que podamos lograr que los minatitlecos seamos un “animal político”, es decir, aprender a vivir en sociedad.
Estamos a tiempo.