Mover un dedo

“¿Qué derecho tiene un señor o señora de creer que por escribir una columna tenemos que creer que es verdad lo que dice?”. José Saramago

Atanasio Hernández

CONTRACOLUMNA

2020-06-26

Aunque su sentido es peyorativo, de acuerdo con el diccionario la palabra “paternalismo” se refiere a la “aplicación de formas de autoridad y protección propias del padre, en la familia tradicional, a relaciones sociales de otro tipo: políticas, laborales, etcétera”. Y cuando en México hacemos referencia a ello, nos damos cuenta de que ha sido una manera de vivir o sobrevivir arraigada en el alma nacional desde hace siglos.

Nos parece natural porque se desarrolla desde la familia, que devino en institución, al igual que todas las estructuras gubernamentales desarrolladas durante el siglo XX, como el PRI –antes Partido Nacional Revolucionario (PNR) y Partido de la Revolución Mexicana (PRM)–, que nos gobernó durante 76 de los últimos 90 años.

A estas alturas del partido, literalmente, es difícil imaginar cómo era nuestro país en 1930, pero según el Censo de ese año había 16.5 millones de habitantes, un dólar equivalía a 2.16 pesos y los ingresos federales por concepto de recaudación alcanzaban 289 millones anuales. Pero la población creció casi ocho veces, el dólar aumentó más de mil por ciento su valor y este año se espera ejercer unos 6 billones de depreciados pesos.

La larga historia de México bajo “el partidazo” emanado de la Revolución se redujo a algunos logros como la estabilidad, que puso fin a las luchas armadas, aunque se tradujo en un sistema caracterizado por la concentración del poder, las prácticas autoritarias y la corrupción institucionalizada. Un Estado protector consentidor y complaciente (para sus hijos “buenos”) sintetizado en el término “Papá Gobierno”.

En la Constitución se establecen los derechos del ciudadano a la alimentación, salud, educación, vivienda, información, trabajo y a un medio ambiente adecuado para su desarrollo y bienestar. En suma, a la felicidad… ¡Casi el paraíso!

Se dice que los Programas Sociales han llevado bienestar a los sectores más pobres, pero el número de quienes viven en condiciones paupérrimas aumenta cada año de manera dramática, de tal suerte que sólo 27.4 millones de mexicanos, que representan 21.9 por ciento de la población, permanecen fuera de la estadística de la vulnerabilidad. ¿Qué hacer con el 78.1 por ciento restante?

Casi 2 billones de pesos van para los estados y municipios, y poco menos de otro billón, al pago de pensiones. Adicionalmente, hay becas para niños y jóvenes, y un largo etcétera… Los gobiernos priístas y panistas aplicaron los programas sociales como políticas de control y clientelismo, sin lograr disminuir los niveles de pobreza. ¿No es tiempo de cambiar?

No sólo se trata de modificar visiones y prácticas desde el Estado, sino en cada persona. Es fácil estirar la mano, como el hijo que exige a su padre casa, comida y sustento a perpetuidad, sin considerar que también tiene obligaciones, y al final del día también lo culpa de cualquier cosa que le ocurra.

Esta pandemia y su consecuente encierro nos han mostrado de cuerpo entero. El Estado ya no quiere ser papá, pero nosotros nos aferramos a recibir su protección y así lo exigimos. Pareciera que el Coronavirus, los temblores y hasta las lluvias (incluidas sus consecuencias) son culpa del Gobierno que tengamos más a mano, al que reclamamos por la falta de empleo, problemas económicos, prestación de servicios y el lodo y piedras que la corriente arrastró hasta la puerta de casa.

Esperamos que nos rehagan la vida: que nos den, que nos compongan lo uno y lo otro. Estamos dispuestos a criticar, maldecir, amenazar, protestar, pedir, reclamar... a todo, siempre que no implique mover un dedo.