A partir de varias semanas atrás, el debate alrededor de la iniciativa de reforma eléctrica, presentada por el presidente López Obrador, estaba polarizado, se había agotado cualquier posibilidad de encontrar puntos de convergencia.
Desde ‘las mañaneras’, el propio tabasqueño se dedicó a lanzar adjetivos: si no votan mi reforma serán traidores a la patria, lame suelas de Iberdrola y bla, bla, bla, estrategia difícil de entender, cuando se trata de sumar aliados, quizá se trató de un acto fallido.
La respuesta de la oposición fue en el mismo sentido: confrontar por medio de la hostilidad verbal, no había interés en construir consensos, el diálogo estaba podrido.
En este sentido, concluida la esperanza de ganar adeptos por el arte de la seducción política, la 4T recurrió al viejo manual priista: presionar a diputados en particular, para lograr los votos faltantes, el mecanismo: cañonazos, no necesariamente en cash, pero si con otro tipo de canonjías.
Al parecer, los operadores gubernamentales no lograron su objetivo, así las cosas, la iniciativa se presentó al pleno de San Lázaro y solo se logró una cosa: dar continuidad a la hostilidad, pero ahora desde la tribuna cameral.
Así pues, para llegar a la votación, los diputados que tomaron la palabra hicieron gala del lenguaje disruptivo, las alocuciones en pro de lo que requiere el país fueron inocuas, el registro para la historia consistió en verificar quien descalificaba mejor y bonito.
En este sentido, la intuición indica que más allá de la pretendida reforma, lo que en realidad interesa a los diversos grupos parlamentarios no es mejorar su actuación, sino, permanecer en la mediocridad y pensar que son mejores porque achicaron al otro.
Ni hablar, en materia de urbanidad política, seguimos desconectados.