La muerte del actor Ignacio López Tarso volvió a poner de moda a Macario, una de las mejores películas del cine mexicano. Y evocar a Macario –sumado a la pérdida física del actor que lo encarnó-, necesariamente nos lleva al tema obligado de la muerte.
Han de saber que alguno de mis cinco contagios de Covid me mandó al hospital. Como ocurre con frecuencia, en la pérdida de la salud y en el arduo proceso para recuperarla entendí a plenitud el enorme regalo de la vida.
Esos episodios de salud quebrantada reforzaron en mí una convicción de muchos años: que tenemos que celebrar el milagro de nuestras vidas y de nuestra salud. Vivir la vida con pasión, haciendo lo que más nos gusta, sin lastimar a nadie y, por el contrario, tratando de ayudar lo más posible. En resumen: ser felices porque la vida y la salud son prestadas por Dios, son breves, son frágiles.
Por eso me han visto participar en carreras de atletismo últimamente. No es correr para quedar en primer lugar ni para ganarle a los que llegaron después. No es correr por un tema de vanidad. No es correr por presumirle nada a nadie. Es correr para celebrar que estoy vivo, que me puedo superar a mí mismo, que me levanté de aquella cama de hospital y que tengo el privilegio de despertarme un domingo a las 5:00 de la mañana para acelerar el corazón y llenar los pulmones de aire fresco.
Salir a correr en las mañanas –y ahora a pedalear la bicicleta- es un recordatorio de que podemos lograr cosas que hace unos meses parecían imposibles. Es la muestra de que podemos cambiar nuestra situación si le ponemos todas las ganas. Y como acaba uno temprano, todavía le quedan muchas horas al día para trabajar y convivir.
Creo que correr me viene bien porque es una alegoría de la 4T: levantarse temprano, poner el alma, comprometerse, lograr lo imposible y superarse a uno mismo.
Pd. No se equivoquen de carrera, ni corran para otro lado: es Chío. Se los estoy diciendo con tiempo.
*Diputado local. Presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso de Veracruz.