Xóchitl

Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

2014-03-20

Varios motivos tendría yo para celebrar que el gobernador Javier Duarte de Ochoa haya incorporado ayer a su equipo de gobierno a Xóchitl Tress Domínguez, pero privilegiaría uno fundamental: su condición de mujer.
No la conozco en persona y menos es mi amiga, ni mi compañera, ni mi vecina, ni mi condiscípula en alguna escuela, aunque sí mi conocida: se algo de ella porque la vengo siguiendo desde que de las peores cloacas del ser humano desataron una campaña mediática inmunda en su contra.
En la fotografía oficial que se difundió ayer del acto en que rindió protesta como nueva directora del Instituto de Espacios Educativos me dio gusto verla sonriente, fresca, triunfadora, como disfrutando mucho el momento por la oportunidad que le llegó en el servicio público.
Quién que haya vivido en un pueblo de provincia, en una comunidad semirural, no sabe de los resabios del oscurantismo casi medieval que todavía pervive en pleno siglo XXI en esas demarcaciones (pueblo chico, infierno grande), y quien está a salvo de la maledicencia de los modernos tribunales de la Santa Inquisición mediática y cibernética.
Ciertamente, Xóchitl tiene y cometió varios pecados que no le perdonan los modernos Savonarolas: ser joven, guapa, bonita, atractiva, dones con que Dios y la naturaleza la dotaron, peor aún, haberse metido a la política, y grave, muy grave, haberlo hecho en el PAN, partido de oposición, y haber aparecido en fotografías con Margarita Zavala de Calderón cuando su esposo era Presidente, así como con Josefina Vázquez Mota figura relevante de las filas blanquiazules; súper grave, haber estado a punto de derrotar a un candidato del PRI.
Era exitosa candidata del PAN por el distrito de Acayucan cuando desataron la guerra inmunda en su contra y con toda bajeza sacaron a relucir hechos de su vida privada, haciéndola víctima del escarnio público en forma humillante, sin haberse puesto a considerar jamás, ninguno de sus detractores, en su condición de mujer, de hija, de madre. Toda mujer, por el solo hecho de serlo, merece respeto, todo el respeto del mundo.
Cuando la vida le sonreía, el 8 de noviembre de 2010 acribillaron a su esposo Gregorio Barradas, entonces presidente municipal electo del municipio de Juan Rodríguez Clara, allá por el rumbo de la cuenca del Papaloapan casi colindante con el estado de Oaxaca.
Al parecer, tiempo después, ser humano al fin y al cabo, con debilidades como todos, ya viuda tuvo alguna relación que pudo haber sido sentimental con el entonces diputado priista Rafael Rodríguez, casado con la exalcaldesa Amanda Gasperín Bulbarela, a quien había acusado de ser la autora intelectual de la muerte de su esposo. Casi un drama digno de Shakespeare. Pero el hecho de que se vieran juntos en una mesa de algún restaurante, no en situación comprometida, era algo que no se le podía perdonar a una mujer que volvía a vivir su vida, o que intentaba hacerlo.
Pero eso sólo se supo no porque ella propiciara el escándalo, sino porque alguien de muy mala fe y con toda la evidente intención de dañarla le sustrajo e hizo públicas en las redes sociales fotografías suyas, muy de su vida personal y privada, una donde se ve con el diputado priista, y otras donde aparece sola una en traje de baño y otra desnuda de la cintura para arriba como cualquier mujer puede estar en una alberca o en el interior de su casa, muy de su gusto, sin que ello constituyera ningún delito y menos pecado, aunque sí fue delito que hicieran mal uso de imágenes de su propiedad sin su consentimiento, lo que en cambio nadie cuestionó.
Desde entonces, y ahora lo expreso (por aquellas fechas, abril-mayo de 2012, lo escribí pero por alguna razón se pasó el tiempo y no lo publiqué), me pareció una actitud cobarde la del ahora exdiputado Rafael Rodríguez, quien, haya sostenido o no alguna relación con la joven mujer, la abandonó, la dejo sola a merced de la maldad humana, del escarnio público, y guardó silencio y no salió a defender su honor o a tratar de justificarla, que era lo mínimo que se merecía. Un verdadero cobardete.
Xóchitl, para fortuna suya, ha rehecho su vida. No se amilanó y ha seguido su carrera política. Se ha reconvertido al PRI. Mantiene muy bien su presencia en su distrito y es considerada una potencial candidata de peso a un cargo de elección popular. Sus potenciales adversarios le temen y la combaten cuando pueden. Sin duda, ha vencido con éxito la adversidad y a todos los que en forma hipócrita se constituyeron en inquisidores para condenarla.
Que se sepa, nunca ha abusado del poder –pudiera ser porque no lo ha tenido–, o ha robado dinero del erario público, o ha tomado o dictado alguna medida que afecte a la colectividad. No hay nada que cuestionarle, al menos eso creo, por su llegada al servicio público, si acaso las mujeres priistas con trayectoria podrían alegar que tenían más méritos partidistas para haber recibido la oportunidad.
No puedo dejar de extrañarme y lamentar que la llegada a su nuevo cargo haya sido cuestionada desde trincheras machistas, discriminatorias, retrógradas, oscurantistas, medievales, hipócritas, ¿pues quién, quién, como dijera Jesús en el evangelio de Juan, capítulo 8, está libre de pecado para lanzar la primera piedra?, ¿quién no ha cometido un error, un desliz físico o mental, un pecadillo (para suavizar la expresión religiosa) alguna vez en su vida?, ¿quién es puro, está limpio, es perfecto?
Pero también me decepciona que ninguna otra mujer, por la pura condición de serlo, haya salido en su defensa; menos ninguna mujer funcionaria o con cargo de elección popular, o de alguna organización oficial o de alguna ONG dizque independiente y defensora de los derechos de las mujeres
A Xóchitl la felicito por este peldaño de ascenso en su vida pública; le deseo que lo disfrute con su familia; que tenga éxito y que este sea el inicio de una carrera de éxitos. Como persona, le expreso mi más profundo respeto. Como servidora pública la cuestionaré, cuestionaré su quehacer si falla, si no hace las cosas bien, si no cumple, si abusa del poder.
No puedo dejar de reconocer a Javier Duarte de Ochoa por la valentía que ha tenido de exponerse a la crítica pública por integrar a una joven mujer a su equipo de trabajo, a quien un sector de la sociedad está cuestionando, pero que bien merece una oportunidad como la merecen todos, en especial las mujeres.
Y, ¡ay!, pues sí, me voy a ver cursi volviendo yo también al pasado, al siglo XVIII, a la época del romanticismo, pero, como a Xóchitl, se me escurrirá lo que digan de mí porque exprese una chorrada y le manifieste que me pongo a sus pies, le beso la mano y la lleno de las flores más hermosas y con ella a todas las mujeres, a todas sin distinción, a las que además expreso mi respeto y admiración. Tengo madre mujer, esposa mujer, hija mujer, hermanas y ya nietas mujeres.