El sacrificio de la señora

Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

2014-11-20

La mujer, una vez más, la mujer dando la cara, tratando de salvar la situación.
Hasta donde a mí me queda claro, ante la oleada de críticas por la ya famosa “casa blanca” presidencial, nunca nadie cuestionó a la señora Angélica Rivera Hurtado.
Entre los viejos periodistas, columnistas y articulistas –entre los que me encuentro–, prevalece una regla no escrita de no meterse jamás con las esposas de los funcionarios y políticos, salvo verdaderas excepciones porque la ocasión lo amerite.
Hasta donde yo leí a quienes publican y sigo a diario, nadie acusó nunca a la primera dama; las baterías se enfocaron en contra del presidente Enrique Peña Nieto. A él sí se le ha puesto en tela de duda.
Pero, además, nuevamente hasta donde me queda claro, no había motivo para señalar a la esposa del presidente. La bronca no era ni es con ella. Es víctima de las circunstancias.
Ayer, el caricaturista estelar del diario Reforma, Calderón, publicó un cartón que es todo un editorial: pintó a una mujer, que bien podría ser “La Gaviota”, cayendo de cabeza, azorada, en un pozo lleno de alimañas (se ve una hiena, una víbora cobra, un lagarto) y preguntando, como Vicente Fox, “… y yo por qué?”, mientras desde la perspectiva de abajo se ve todavía en lo alto, en vilo, la pierna y el zapato que le dio la patada para que cayera.
Creo que los estrategas presidenciales –si es que los hay– hicieron exactamente eso: echaron a la señora Rivera Hurtado a las fieras para tratar de salvar, me imagino, a la figura presidencial, concretamente a Enrique Peña Nieto.
Admirable –y es digno de reconocérsele– que como esposa trató y trata de salvar a su esposo, severamente cuestionado por un escándalo que se volvió internacional porque implica corrupción y tráfico de influencias.
Deben estar tan desesperados adentro para haber tomado una decisión que metió de lleno en los reflectores del escándalo a la señora, quien salió a dar la cara, a exponerse, sin la garantía de que fuera a convencer y haya convencido a la opinión pública con su explicación.
Hasta ahora, Angélica Rivera Hurtado ha mantenido más bien un papel discreto, si la comparamos con los excesos de Martha Sahagún de Fox, con la excepción de cuando salió en un reportaje de una revista de las llamadas “del corazón”, donde, deliberadamente o no, hizo gala de su mansión, hoy ya su exmansión porque dijo que vendería los derechos que tenía.
“La señora Martha”, como la llamaba Fox, se ganó a pulso la crítica y el golpeteo mediático por su abierto protagonismo dimensionado por su ambición por el poder, que la mantuvo en medio del escándalo y que la llevó a soñar que sucedería en la Presidencia a su esposo.
La esposa de Peña Nieto venía cumpliendo muy bien su rol de compañera del hombre con más poder político en México, en forma discreta, alejada de los reflectores y del escándalo, hasta que decidieron que ella se echara la soga al cuello, y lo ha hecho con entereza y decisión a costa, ahora sí, de que se le cuestione directamente y de que su imagen se haya visto dañada ya, como lo demuestran los memes en torno a su figura, más toda la ola de críticas que cayó sobre ella en las redes sociales.
Peña Nieto me tenía sorprendido y admirado por el arranque de su gobierno, y creo que lo reflejo en varias columnas que sobre él y su gobierno publiqué, en especial cuando lo comparé con el papel de sus antecesores panistas. Hoy, si ya me ha decepcionado por su pasividad cuando le están incendiando el país y cuando Aristegui Noticias lo ha desnudado con la “casa blanca”, su figura se me ha acabado de caer cuando autorizó que se involucrara directamente a su esposa, que no la protegiera. No se vale.
El presidente tiene todos los recursos para haber armado otra estrategia de defensa y de posible explicación y por ello debió haber cuidado hasta lo último a su compañera. En principio, el vocero de la Presidencia había salido a tratar de frenar la ola de críticas con una declaración que si bien no convenció a nadie marcó un posible camino a seguir, que pudo haber culminado con la explicación directa de Peña Nieto de cara a la nación, en cadena nacional, lo que se hubiera visto bien.
Los mexicanos esperábamos de él, no de ella, una explicación suficiente, convincente. Optó por guardar silencio en torno al tema. Rehuyó su responsabilidad de mantenernos informados y de ser transparente.
Como mujer, como esposa, como compañera, mis respetos para la señora Angélica Rivera. Ojalá y su esposo valore, en todo lo que vale, el sacrificio que acaba de hacer por él. Para las mujeres, en general, mis respetos.
Por lo demás, el tema desnudó por completo a los llamados partidos de oposición, en particular al PAN y al PRD cuyo silencio, como escribió ayer Carlos Puig en Milenio, fue estruendoso; pero también a un sector de la llamada gran prensa de la ciudad de México (López Dóriga y Televisa guardaron silencio y sólo se ocuparon de la defensa de la señora Rivera).
Carlos Puig, en su columna “Duda razonable”, apunta que no es producto de la casualidad que sean las reformas que tienen que ver con la corrupción las que se han quedado olvidadas en el cajón del Pacto por México y que sería muy tonto culpar sólo al gobierno de ese olvido.
La tragedia mexicana –apunta– tiene parte de su origen en que lo que une a nuestros partidos es la facilidad con la que se han corrompido cuando tienen posiciones de poder. Nadie se ha salvado. “Hay matices, pero no muchos. Lo único que se ha democratizado es la pasión de políticos y funcionarios por el dinero del erario”.
Cierro con esto que escribió ayer María Amparo Casar en Excelsior: “… los partidos de oposición han callado: ni condena ni exigencia de aclaración ni demanda de apertura de una investigación. Los liderazgos partidarios en cualquiera de sus manifestaciones –presidentes de las cámaras, líderes de las bancadas, presidentes de los comités ejecutivos nacionales o jefes de los ejecutivos locales– guardan un silencio cómplice. Un silencio que dice mucho del talante de nuestros políticos, particularmente de la oposición. Vaya, cómo estarán las cosas que ante la oportunidad de lucrar electoralmente con un presumible acto de corrupción al más alto nivel, han preferido no hacerlo”.
La única explicación es que todos están coludidos, todos tienen cola que les pisen y por eso todos se tapan con la misma cobija: la del silencio, la de la corrupción, la de la impunidad.
Peña Nieto ofreció ayer hacer pública la totalidad de su declaración patrimonial. No lo pudo ocultar. Dijo que lo haría para tratar de “realmente ganar la confianza de la sociedad”. Lo necesita y le urge. Lo cuestionable es por qué ha tenido que esperar un escándalo que lo señala para hacerlo.