Peña no destituye, sustituye
Arturo Reyes Isidoro
Prosa Aprisa
2014-01-17
Una propensión muy arraigada entre los mexicanos es presumir lo que no se tiene, lo que no se es. Acaso los estudiosos del ser del mexicano tendrían una explicación para esta cultura del “apantallamiento”. Pero si a esa cultura se le agrega ahora la facilidad para acceder a las redes sociales, para difundir una falsa imagen y para utilizarla a conveniencia, entonces se puede convertir en un coctel explosivo de dimensiones inimaginables.
Esto es lo que acaba de pasar con Alex Wartenweiler, un modesto, modestísimo trabajador de Seguridad Pública, quien cometió la inocentada de retratar a su niñito sentado en el asiento del copiloto de un helicóptero del Gobierno del estado, subir la foto a Facebook y además alardear que le había dado un paseo por las nubes a su esposa Ana Sánchez Caraza. “Espero que les haya gustado la vuelta que dimos en helicóptero”, posteó.
Pero no sólo eso: en noviembre pasado presumió también en su muro que había sido el encargado de transportar al secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong y a varios gobernadores con motivo de una cumbre de seguridad en la zona conurbada Veracruz-Boca del Río: “Misión cumplida con todo y la presión de Osorio Chong (nótese el tratamiento familiar que da al alto funcionario) y sus seis gobernadores”.
La foto del helicóptero le ha provocado al gobierno de Javier Duarte una madriza mediática (oootra más) acusándolo de hacer mal uso de los recursos públicos, poniendo como ejemplo el caso concreto del “piloto” Wartenweiler. Acaso su apellido (él es de Ixhuacán de los Reyes) se ha prestado para darle verosimilitud a la historia periodística, pero nada más falso. Ni siquiera es “aviador”.
Se trata de un trabajador administrativo del más bajo nivel, similar al de un policía raso, a quien el domingo enviaron a dejar unos equipos de radiocomunicación al aeropuerto de El Lencero, donde además todos lo conocen y por eso le permitieron la toma de fotos. Como era domingo aprovechó para llevar a su familia. Pero en su vida se ha subido siquiera a un avioncito de feria de pueblo (conozco a su hermano, con quien he convivido). Y jamás lo han enviado a un acto de Osorio Chong.
Ahora, por su grave error de alardear para “apantallar” a la mapachada, se ha hecho acreedor a una cagotiza por parte de sus jefes y pesa sobre él la amenaza de enviarlo como castigo a la Siberia veracruzana, a Huayacocotla, e incluso de que esta será su última quincena en el Gobierno del estado. Por supuesto, ya eliminó su cuenta en Face y tiembla por las consecuencias.
Mientras, Duarte toma té de tila y aguanta vara.
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“Duarte supera los días difíciles”, titulé la “Prosa aprisa” del miércoles 15. Dije que los primeros signos de este año parecen indicar que, por fin, este será su mejor año como gobernador, dadas las crisis que vivió en los primeros tres de su gestión que le provocaron un gran vapuleo mediático incluso de alcance internacional que le debilitó su imagen.
En una reunión con un grupo de columnistas, alguna vez llegó a comentar en petit comité que, en efecto, vivió días de mucha presión, en parte, opino, por los rumores que se desataron entonces de que dejaría el gobierno para ir a una dependencia federal. Sus enemigos y malquerientes lo hacían ya fuera de Veracruz.
Dos hechos fuera de lo normal ocurrieron entonces: en julio de 2012, cuando apenas iba año y medio de administración, llegó de la capital del país Enrique Ampudia Melo como subsecretario de Gobierno, y, luego, en abril de 2013, nueve meses después, lo hizo el poblano Manuel Alberto Amador Leal como coordinador estatal de la Secretaría de Gobernación.
El arribo de Ampudia fue repentino, mientras Duarte estaba en España en una visita no oficial, tanto que tuvo que ser el entonces secretario de Gobierno, Gerardo Buganza Salmerón, quien le diera posesión y cesara fulminantemente a Tomás Carrillo Sánchez, quien ocupaba el cargo y fuera el primer gran sorprendido de que ya estaba afuera del Gobierno sin que le hubieran avisado previamente.
La llegada de Amador Leal, igualmente, fue inusual. No se esperaba. E incluso, sin ser miembro del gabinete estatal, en el Salón de Banderas del Palacio de Gobierno, ante Duarte como testigo, Alejandro Zuno Rivera, representante personal del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, le tomó protesta y aprovechó para decir que el gobierno del presidente Peña Nieto había instruido “el apoyo y la disposición a la administración del estado de Veracruz”.
¿Se trataba de un acto velado de intromisión del Gobierno federal en la conducción del Gobierno del estado?
Recién llegado, en un prolongado desayuno, Ampudia me dijo desde un principio que sus intenciones no eran venir a desplazar a nadie y que además no venía con intención de echar raíces en el estado, que estaría mientras fuera necesario, que acataba instrucciones porque su gran deseo era incorporarse al gabinete presidencial, que por entonces todavía no entraba en funciones.
Por eso, por el trato que le dispensó y por el contenido y el tono del mensaje del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, el pasado martes durante la graduación de policías estatales y municipales, todo indica que Duarte ya superó los días difíciles, que pasó la dura prueba a la que fue sometido por el Gobierno de Peña Nieto, que recuperó la confianza y consideración del peñismo, y que gracias a su aplicación incluso ahora mereció su estrellita en la frente.
De “mi amigo” no lo bajó el hidalguense y dijo que “Hoy Veracruz está haciendo un gran trabajo, un trabajo para regresar la tranquilidad, la seguridad a todos los veracruzanos. Yo tengo que reconocerlo públicamente y me da mucho gusto que así sea”.
Fue más allá: “Hoy quiero aquí hacer un reconocimiento público al señor gobernador, está trabajando, está haciendo realidad el anhelo de todo el pueblo de Veracruz de tener mejores cuerpos de seguridad, está cumpliendo la palabra. Señor gobernador Javier Duarte, nuestro reconocimiento desde el Gobierno de la República”.
Se siguió de largo: “El presidente Enrique Peña Nieto hoy me ha instruido para hacer público el apoyo con recursos económicos para el fortalecimiento de la seguridad de todos los habitantes del estado de Veracruz. Habremos de disponer de recursos de la propia Secretaría en apoyo al gobernador, en apoyo a todos los habitantes de este gran estado”.
Y remató: “Hoy aquí en Veracruz deben saber que hay un gobierno responsable en el gobierno del estado”. Por eso dije que Duarte debió haber dormido esa noche, por fin, luego de tres aciagos años, a pierna suelta, ronquidos y hasta silbidos de por medio.
Siendo presidente, Carlos Salinas de Gortari quitó a 19 gobernadores. A algunos los invitó al Gobierno federal y a otros de plano los destituyó e incluso varios no se salvaron de ser perseguidos. Enrique Peña Nieto, por lo que se ve, también se muestra intervencionista en los gobiernos estatales, pero con otro estilo: no destituye, pero sustituye, como lo acaba de hacer ahora en Michoacán.
En su columna “Itinerario Político”, en El Universal de ayer, Ricardo Alemán lo explica muy bien. El nombramiento de Alfredo Castillo como comisionado federal en Michoacán tiene un claro mensaje político más allá de que vaya a buscar la pacificación ante los hechos de violencia.
“¿Por qué? Porque si bien el PRI se negó a la desaparición de poderes en Michoacán –gobierno en manos del PRI– el gobierno federal manda allí como enviado del centro al operador político más cercano al presidente Peña. Dicho de otro modo, si bien no han desaparecido los poderes en esa entidad, el político de mayor confianza de Peña será el encargado de la reconstrucción de ese estado”. “Fausto Vallejo es un gobernador de utilería… y el verdadero gobernador se llama Alfredo Castillo”. El estilo de Peña Nieto.