Las conferencias de prensa de los lunes

Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

2014-04-01

Como que poco a poco se va viendo más la utilidad informativa de las conferencias de prensa semanales del gobernador Javier Duarte de Ochoa.
Además de lo que le interesa informar, cada vez más se abordan temas que antes eran tabú para el Gobierno, con más libertad y soltura, en un ejercicio necesario, acaso urgente para la salud de la vida pública del estado y para un mejor entendimiento con los periodistas y con la sociedad.
Ayer el gobernador respondió preguntas sobre temas de interés como lo de los migrantes, lo de las observaciones de los órganos de fiscalización, lo de las denuncias contra empresas constructoras, lo de la presa en Jalcomulco y la escasez de agua en Xalapa, lo de las polémicas remodelaciones en el puerto de Veracruz, lo de denuncias contra el delegado de Migración, lo de una hidroeléctrica en la región de Orizaba, lo de la situación económica de su gobierno, en fin, y si el hecho de que haya respondido es destacable, también lo es que no se enojó o mal respondió.
Era una práctica que le hacía falta. A él lo entrena para enfrentar cada vez mejor a la prensa (desde su perspectiva, claro está), a la prensa para preguntarle sobre temas que están en la agenda pública, para informarse e informar, y a la sociedad, a los lectores, a los televidentes, a los radioescuchas, para saber qué piensa o qué está haciendo o piensa hacer sobre los problemas que se viven y se padecen a diario.
Aquí he comentado en otras ocasiones que en la vieja escuela política, la del siglo pasado, era común el dicho de que no hay escuelas para gobernadores, por lo que estos se forman y aprenden en la práctica, en el ejercicio de su desempeño, y parece que Duarte ha aprendido ya bastante.
En retrospectiva, quien sabe quién lo mal aconsejó en el inicio de su gestión que debía mantenerse distante de la prensa al grado de llegar a comentar algún día entre sus cercanos que no le interesaba ser popular, tal vez para marcar una diferencia con su antecesor quien había usado y abusado de la prensa y del poder y era más popular que la Adelita, pero se confundió ese deseo con un distanciamiento e incluso hasta con un divorcio con la prensa.
En esa ruptura nadie ha salido beneficiado. Al gobierno mediáticamente le fue del carajo e incluso a nivel internacional. A la prensa ya ni se diga, acaso hasta por descuido oficial perdimos a compañeros queridos, estimados, entrañables. La sociedad también tuvo su cuota de sacrificio, sin recibir información suficiente, oportuna, clara, precisa.
La lección ha sido dura, a veces despiadada. No había necesidad. Para colmo, su aparato de Comunicación Social no lo ayudó. Cerró puertas, no buscó el diálogo y el posible entendimiento. A la sensibilidad para tratar de convencer informativamente hablando la sustituyó la imposición sobre los medios y en el peor de los casos la represión, la persecución, la agresión. Muchos pagamos por no someternos a ningún dictado.
No creo, estoy seguro, que nunca la prensa ha querido ni quiere que le vaya mal a Javier Duarte porque entonces le va mal a Veracruz. Y la mejor forma de ayudarlo es transmitiéndole el sentir de la población, de sus representados, dándole voz a sus quejas, a sus denuncias, a sus señalamientos; ayudándole cuando se le señala lo que está mal o se está haciendo mal y muchas veces no lo sabe porque sus colaboradores se lo ocultan para no evidenciar su ineficacia, o porque no se atreven a decirle que se ha equivocado y lo dejan que siga cometiendo errores con el consiguiente coste de imagen.
Fue sano el cambio en el área de Comunicación Social. Todavía oportuno. Se siente un mejor clima. Se respira un mejor aire. Mi impresión es que ha cesado o bajado mucho la tensión entre prensa y gobierno, lo que tampoco quiere decir que la prensa se haya vuelto complaciente o que el gobierno ya resolvió todos los problemas. Cada uno hace lo suyo, pero ya hay puentes informativos sin coacción.
Alberto Silva Ramos y Filiberto Vargas Rodríguez todavía tienen mucho que hacer, sin duda alguna. Sin embargo, trabajador por muchos años que fui en el área, no tengo duda que van por buen camino y que están haciendo lo conducente. Que se sepa, ya no hay llamados de amago a las redacciones ni guerra sucia contra quienes tienen otro punto de vista. Hay respeto, que eso y no otra cosa se quiere.
A la larga, Javier Duarte de Ochoa sabrá que optó por una buena decisión. A mí no me sorprenderá si un buen día se le ve reunirse con plumas críticas, disidentes, en un diálogo de altura y constructivo, que no pervierta la relación, enriquecedor para todos. Sería deseable, necesario para bien de la vida pública de Veracruz.
Paz recomendaba a los gobernantes leer poesía
A propósito del centenario del nacimiento de Octavio Paz ayer, La Jornada recordó que el poeta recomendaba tanto a los presidentes de Estados Unidos y México (George Bush y Carlos Salinas, respectivamente, en su momento) como a los especialistas en ciencias políticas, que leyeran poesía, “pues muy pocos hablan del interior de los hombres”.
En declaraciones a ese diario mexicano, al recibir la noticia de que le habían otorgado el Premio Nobel de Literatura en 1990, dijo: “El hombre es un ser más complejo que las formas económicas e intelectuales. Los hombres son hombres de pasiones; la gente se enamora, se muere, tiene miedo, odio y amigos. Todo ese mundo de las pasiones aparece en la literatura y, de modo sintético y puro, en la poesía”.
Pero nuestros prohombres de la política, tristemente, que se sepa, con muy raras excepciones como por ejemplo Armando Adriano Fabre, director del Instituto de Pensiones del Estado, no leen ni prosa ni poesía, acaso sólo alguna nota periodística donde se les critica y, por supuesto, “Prosa aprisa” (si no me doy champú, quién me lo da).
Pero creo que si como recomendaba Paz nuestros gobernantes leyeran, en efecto, en especial poesía, serían más sensibles, entenderían más a sus representados, sus necesidades, e incluso se entenderían mejor a ellos mismos y a partir de ahí gobernarían mejor. Estaba muy en lo cierto Paz: los hombres son hombres de pasiones, en especial los políticos, a quienes la pasión los envuelve y muchas veces, para bien o para mal, en función de ella toman decisiones.