Ahora que las autoridades educativas han decidido suspender las clases presenciales en las escuelas debido a la emergencia sanitaria, hubo que recurrir el empleo de clases “en línea” a través de plataformas tecnológicas como el zoom y otras, que pretenden con relativo éxito, evitar que el ciclo escolar se pierda y por otra parte no se exponga a maestros y estudiantes a descuidar su salud. Acceso que por desgracia muchos no tendrán. Y sin embargo, en justicia deberían tener.
Esto ha dado oportunidad de explorar formas diferentes para que los alumnos, de la mano de sus profesores, (que han debido prepararse para ello) encuentren otras fórmulas que les ayuden a entender contenidos que desafíen su mente, aprendan a aprender y se atrevan a pensar, aun en circunstancias difíciles. Pero sin olvidar que hacer las cosas diferentes no significa que deban ser mejores, pues lo único importante es hacerlas bien. Y más cuando hablamos de educación.
A propósito de todo lo anterior, hay una narración interesante, por decir lo menos, sobre una maestra de educación primaria que pidió a sus alumnos presentaran a sus compañeros lo que supieran acerca de las 7 maravillas del mundo, antiguo o moderno, así como una breve descripción de su importancia para el hombre, en el transcurso de la historia de la civilización.
Cada uno fue diciendo lo que sabían o habían conocido a través de libros, videos, modernas “infografías” y otras formas hoy muy empleadas en el aprendizaje, acerca de las pirámides de Egipto, El templo de Artemisa, la pirámide de Chichén Itzá, etc.
Cuando la última alumna pasó a hacer su exposición, simplemente dijo:
“Yo creo que las 7 maravillas que posee el ser humano son: poder ver; poder oír; poder gustar, poder oler; poder tocar; poder sentir y poder amar”. Y sin decir más, concluyó su descripción y volvió a su lugar ante el silencio de los demás.
Yo entiendo que para los que no aprecian las llamadas charlas o lecturas “motivacionales” esta sencilla reflexión puede ser una razón más para seguir haciéndolo. Porque para muchos puede ser cursi, sensiblero o por lo menos demasiado irreal y fantasioso que en un mundo tan pragmático como el que vivimos, aún haya quien crea que eso sea útil. Como también es cierto que muchas personas ya deben estar hartas de tantos predicadores de las bondades de las psicología positiva, sin resultados aparentes. Pero sea verdadera o no esta narración, quiero pensar que su única pretensión no fue convencer a nadie de que haga algo, sino simplemente que medite un poco sobre la riqueza que posee y a menudo ignora. Porque conocer al otro -dice el budismo zen- es sabiduría, pero conocerse uno mismo es iluminación.
Porque si hemos de ser sinceros, a menudo vemos sólo lo que otros nos dicen que veamos y no lo que en verdad vale la pena ver; ponemos nuestra mirada en lo que se nos muestra como valioso por el comentarista de la tv y modernamente por lo que los demás nos presentan como importante en las redes sociales y acabamos tristemente viendo sólo lo intrascendente, pero nunca nos preocupamos por mirar aquello que en verdad enriquece nuestra vida y le da sentido y propósito.
Eso mismo parece acontecer con el resto de nuestros sentidos que, adormecidos, han olvidado disfrutar el magnífico bullicio de las personas y las cosas que están ahí para que sintamos su palpitar dentro de nosotros y las apreciemos, siquiera sea por el breve instante que estaremos en esta vida. Porque como dice Shakespeare , “aunque sólo seamos polvo y cenizas, para nosotros fue creado el mundo.”
Así que encadenados como estamos por la prisa con la que se vive, oímos pero no escuchamos a quienes deberíamos: a nuestros hijos que nos reclaman un espacio en nuestra mente para que les oigamos; la voz del pobre del crucero olvidada por todos que nos pide ayuda y hasta la voz de Dios que nos dice que le escuchemos. Y nos hemos creado una muralla de ruidos a nuestro alrededor de tal suerte que ya ni siquiera somos capaces de disfrutar de los maravillosos sonidos del silencio.
Pero quizá lo más triste de todo en que nos hemos olvidado de alimentar nuestros sentimientos y participar emocionados del sublime misterio del amor. Nos ha colonizado la ambición, la búsqueda de la fama, la vanidad y el dinero. En nuestro corazón no hay ya lugar para la empatía y la compasión. Queremos amar, pero sin compromisos a largo plazo. Anhelamos la buena vida, no la vida buena. Y el egoísmo acaba siendo entonces la divisa de nuestra alma.
Hace muchos años, un amigo poeta, retado por sus compañeros estudiantes a que hiciera un poema a un viejo pino del bosque, ya sin brillo ni belleza, lo hizo imaginando que el mismo pino era quien narraba su propia tristeza y desventura, ante su final. Espero que mi amigo perdone si no soy puntual en su descripción. Así el árbol dice triste cómo le duele “la luz de tantos colores” “el sol entre sus ramas atrapado” “la brisa adolescente que la tarde lleva de la mano” Y concluye su lamento diciendo: ”todo es ala y hervor” “sólo yo permanezco…ni me visto de verde, ni me muero”
Creo que por desgracia a muchas personas les puede pasar algo semejante. Al no saber vivir el momento y disfrutar el día, tarde se darán cuenta que ya no es posible hacerlo.
Porque muchos se preguntan si habrá vida después de la muerte. Pero muy pocos recuerdan que siempre hay vida antes de morir.
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UNA HISTORIA PARA SER CONTADA
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“…quien no valora su vida,
no la merece…”