280 caracteres
Lilia Cisneros Luján
Una Colorada
2019-06-24
¿Vivir más o vivir mejor? he ahí el dilema, envejecer es un proceso que inicia justo cuando nacemos, con diferencias individuales dependiendo de las circunstancias del embarazo, el parto y aun cuestiones hereditarias. La vida hacia la muerte, en la humanidad del siglo XXI, le ha ganado años a la expectativa de la mitad del siglo pasado, en que se estimaba el promedio de presencia vital en 50 años. Hoy subiendo hacia el noveno piso de nuestra existencia, hemos ganado de dos a tres década de permanencia en este plano; pero ¿la calidad de vida que llevan la mayoría de personas que han rebasado los 65 años, es tan alentadora como el hecho de haber superado la estadística de tiempo?
Salvo la excepción de esa minoría que sí tiene acceso a servicios de salud de alta especialización, la respuesta a la anterior pregunta parece ser una negativa que, según los expertos, aleja en la mayoría de los casos entre una promedio de 6 a 8 años, el vivir contra el vivir bien.
Por diversos caminos de la ciencia hemos sido dotados en general de una mayor longevidad orgánica, sin embargo cada vez con mayor frecuencia nos enfrentamos a ciertas forma de envejecimiento prematuro, que a veces agobia a jóvenes entro los 20 y los 40 años. ¿Es parte de este fenómeno el aumento de casos de cáncer de diversas modalidades en menores de 50 años? ¿Cómo vivirá un individuo afectado con diabetes juvenil cuando llegue a los 70? ¿Encontrarán la manera de evitar un acelerado deterioro de su riñón y su hígado quienes desde temprana edad son recetados para evitar la hipertensión? Las respuestas o las teorías en búsqueda de estas cuestiones llenan miles de páginas de estudios e investigaciones; aunque hoy nos reduciremos a reflexionar en que ese proceso natural llamado envejecimiento afecta de manera muy importante a nuestro cerebro.
Lograr la longevidad de todo nuestro organismo incluye de manera fundamental a una parte que apenas pesa en promedio 2 o 3 kilos, consume el 25% de nuestra energía y contrariamente a lo difundido por la leyendas urbanas, supone una maravillosa regeneración de las neuronas, siempre y cuando muestro estilo de vida, implique ejercitar el cerebro, al igual que no preocupamos por hacerlo con músculos de extremidades o el propio corazón. ¿Se logra esto acudiendo con especialistas para realizar juegos y ejercicios encaminados a mejorar nuestra capacidad cognitiva? Esto por supuesto es un camino pero con actividades más comunes como el leer, participar en un grupo de reflexión, acudir a conferencias de temas que quizá nunca nos habían producido curiosidad estaremos en la posibilidad de promover la empatía y mejorar la atención. Sé de personas que después de los 70 iniciaron cursos para el aprendizaje de idiomas complicados como el alemán o el chino. Seguramente son escasas las opciones de utilizar este conocimiento en nuestra etapa de jubilación; pero tenderemos mejores posibilidades de protegernos de lesiones y enfermedades propias del deterioro y el envejecimiento. Por supuesto mantener oxigenado nuestro cerebro supone regular las emociones, regresar a las matemáticas que dejamos a un lado desde la secundaria y mantener una dieta lo más libre de los elementos venenosos de la alimentación industrial tan normal en nuestra ya longeva vida. ¿Que tanto tiempo dedicas a la lectura? ¿Tus fuentes para esta actividad están libros impresos? ¿Te has acercado a una enciclopedia?
Sobre todo las generaciones de nuestros nietos o bisnietos, están basando su educación en lo que les dice la tableta o el teléfono que a veces manejan desde los dos años con mayor habilidad que nosotros. ¿Qué tanto se mantiene ejercitado un hipocampo que solo recibe estímulos de 140 caracteres? La tecnología nos ha dado como regalo de 20 a 30 años más de vida, pero ese afán de sintetizar y aumentar rapidez en los mensajes electrónicos ¿Son parte de la afectación negativa en nuestra calidad de existencia?
Combinar una buena alimentación con un uso sabio del ocio[1] –jugando ajedrez o domino por ejemplo- en vez de pasar lo mejor de nuestro tiempo leyendo o contestando mensajes, que por igual han provocado caer a las personas en profundos socavones, ser partícipes de un accidente automovilístico o descuidar a un bebé que en segundos puede caer al vacío –desde una escalera o ventana- solo porque nos distrajimos en las aumentados 280 caracteres del twiter, o los miles de face book. La superficialidad a la que estas opciones de comunicación aislada somete a un buen número de personas –de la tercera edad, la infancia o la juventud- no solo afecta la posibilidad de desarrollo profesional[2] –en general y en especialidades- de las personas, sino en el envejecimiento prematuro de nuestro cerebro y por ende toda nuestra existencia.
Observar que aun con el esfuerzo de doblar la cantidad de caracteres a utilizar en un tuit, los adictos se siguen ciñendo a los 140 anteriores nos muestra como el desarrollo cognitivo se esta viendo afectado. Disminuir la capacidad de lectura y análisis de literatura, es solo uno de los perjuicios de una modernidad que nos regala mayor cantidad de vida pero nos condena a una calidad muy disminuida. Este efecto negativo no solo tiene que ver con una mente condenada a la poca actividad cognitiva sino con los riesgo que supone el utilizar los sesenta mil del muro de FB, los dos mil doscientos de instagram o los cientos veinte mil de Linkedin en facilitar a todo público –inclusive los malandrines- información individual o familiar que debiera estar sujeta a lo íntimo. Así pues como ahora se reconoce que la industrialización de alimentos disminuye la calidad de nuestra longeva vida, debemos hacer conciencia que la rapidez y posibilidad de sintetizar a la que nos restringe la limitación de caracteres, puede ponernos en el riesgo de sufrir el resultado de acciones de delincuentes que aprovechan esta tecnología para truncar la vida de jóvenes mucho antes de llegar al óptimo de longevidad que hemos alcanzado.