Cuento post Hitchcok

Lilia Cisneros Luján

Una Colorada

2019-10-21

Después de la matanza que hicieron los pájaros en el año 1952 y que magistralmente relató, con buena dosis de suspenso Alfred Hitchcok nueve años después, fueron pocos los ocupados de analizar para prever, la conducta de mapaches y ratas en una lucha biológica, no solo para ocupar territorios sino para evitar su extinción. Los mapaches son mamíferos carnívoros que tienen tres especies con algunas variables no solo físicas sino de sitios donde habitan. La especie más común, cuyo nombre es simplemente mapache, se dice pariente de los gatos de cola anillada y un animal denominado cacomiztle -en náhuatl: tlaco-mixtli, ‘medio-felino’– cuya conducta básicamente nocturna y merodeadora es compartida por todos ellos. Diez millones de años, fueron necesarios para establecer las diferencias genéticas y hábitos conductuales de cada una de estas variables; sin embargo todos ellos son creativos, capaces de alimentarse con basura, aun cuando no son carroñeros si el hambre lo impone –igual comen carne aun de otros animales atropellados, ranas, peces, cangrejos, insectos, huevos y roedores- en suma traviesos y sobre todo con una inteligencia poco común que les permite desarrollar destrezas, a fin de sobrevivir en distintos entornos aun los diversos a su origen.

A simple vista y como resultado de la creación humana de animación recreativa, los poco ilustrados suelen imaginar que son simpáticos animalitos de peluche disfrazados de lindos bandidos, sobre todo por su permanente antifaz negro; pero en realidad de trata de animales temibles en extremo sobre todo cuando se sienten acorralados.

Aunque en los tiempos modernos se ha establecido como su territorio natural el norte de América, la Europa central y Japón, lo cierto es que por su capacidad de adaptación –pueden vivir en agujeros de árboles o cuevas, en vehículos abandonados, graneros y casas vacías etc.- los mapaches han llegado a territorios lejanos muy complicados y extremos donde los climas y las condiciones que les rodean no les sean favorables. La invasión de mapaches en Madrid, ha sido tal, que se autorizó desde 2003 en determinadas temporadas, la caza controlada de tales animales, no solo porque son portadores de rabia, leptospirosis o lombrices intestinales, sino por su conducta agresiva y traicionera, motivo por el cual no es recomendable considerarlos como mascotas.

Lucen guapos, por su exageración de limpieza –lavan sus alimentos en riachuelos o cubetas- aun cuando estén lejanos de las leyes de la naturaleza entre muchas otras cosas porque no son criaturas sociables, duermen de día y aunque no hibernan tienen alta posibilidad de sobrevivir en las épocas difíciles. Los roedores son algunos de sus alimentos favoritos, de ahí que acabar con ratas –perversas y corruptas o aun las que presumen de haberse arrepentido de sus costumbres criticables- es una de sus habilidades que les enorgullecen. El pleito entre mapaches y ratas, ha sido siempre un riesgo para los humanos que comparten el planeta con estos y muchos otras alimañas, peligrosas o no, de los cuales las personas procuran no ocuparse.

Por años, los mapaches parecen haber desaparecido pero en realidad, se están reproduciendo en sus guarderías –son los tres meses que se cuidan la hembras y a las crías hasta el año en que esa media docena, empiezan a separase de sus madres- luego de que aprendieron a usar sus cinco dedos de las manos delanteras y a correr decididos debido a sus patas traseras similares a las de los osos. Son perversos los motivos por los cuales algunos mapaches, con todo y su malicia se atreven a convivir con los humanos, a tal grado que pueden poner en jaque a soldados, gobernantes y especialistas en diversas acciones que puedan ofrecer poder o dinero y sobre todo dominio sobre millones de ratas. Desaparecer del panorama y sobre todo demostrar que se han arrepentido de sus malas acciones es la única posibilidad que tienen algunos roedores de salvarse de los mapaches. Estos últimos recuerdan que debido a su descuido, en Madrid fueron ejecutados casi 500 ejemplares, solo en un parque a donde los arrepentidos humanos que los adoptaron como mascotas, los abandonaron.

Convertirse en una especie invasora –ocurre con los peces y las aves- es quizá más grave que la posibilidad de extinción, pues se usan armas y balas para limitar su crecimiento, con el consecuente riesgo de mirarse como un monstruo depredador. Luego de los cazados en un parque regional en Madrid, ¿los maches disminuyeron su población o simplemente aprendieron a moverse a otros territorios? ¿Permitir el crecimiento de la población de mapaches, es el mejor camino para terminar con las ratas sucias, que roban guardan el producto de su actividad ilegal en los sitios menos imaginable y asustan a las poblaciones de humanos? ¿Es factible en un sexenio acabar con las ratas que por siglos han sido escurridizas y hábiles para guardar sus porquerías en agujeros poco visibles y accesibles? El arrepentimiento y su filiación a los clubes de buscadores de la paz, ¿les garantiza su supervivencia?

Nadie puede asegurar que los mapaches no se conviertan en enemigos más peligrosos que las ratas y no se sabe para el futuro si será necesario armar grupos de búhos, linces y coyotes para controlarlos; lo cierto es que cuando se rompe el equilibrio natural aun sí la motivación sea “moral o ética”, los riesgos son tan espeluznantes, como las reacciones de un grupo de pájaros, vueltos locos por haber ingerido ácido domoico -presente en un alga que consumieron- como ocurrió en California cuando Hitchcock preparaba su famosa película.