(Año con año, desde que se instauró el domingo 3 de marzo de 1996, insistí en
reproducir un texto para el inicio y otro para el final de la aplicación del horario de
verano en México. Finalmente, la 4T -debo reconocerlo- puso en su lugar a los
ambiciosos que resultaban beneficiados con esta medida, que sostuvieron a capa y espada, porque defendían intereses personales. Ahora que se acabó el horario de verano, pongo por penúltima vez este texto que repetí 26 veces).
El próximo domingo 30 de octubre, una vez más -como ha sucedido año con año desde que el genialito Ernesto Zedillo tuvo otra de sus ocurrencias que nos
afectaron para siempre-, los ciudadanos de este país -los insomnes, los
madrugadores, los ensoñadores, y hasta los políticos, créalo o no- recuperaremos
una hora de sueño, de descanso, de vida. Seguramente, al igual que la mayoría en el país, usted se estuvo cayendo de sueño porque alguien le robó 60 minutos a
su tiempo de descanso, en virtud de que ciertos genios tecnócratas dicen que así
ahorra energía el país y hasta los ciudadanos terminamos pagando menos por el
servicio de la corriente eléctrica, que no ha de ser tan corriente porque nos sale a precio de oro, con o sin horario de verano.
Lo cierto es que después de 26 años de que se viene aplicando el cambio de
horas durante más de la mitad de la vuelta al Sol, en el bolsillo de ningún
ciudadano se percibe este “ahorro” y sí se han quejado cada día más habitantes
de este sufrido país de que sus cuerpos y sus mentes se rebelan contra la
modificación del tiempo de descanso y de trabajo.
De poco nos sirve en México ese adelanto, pues por nuestra posición dentro del trópico el cambio de horas de sol y penumbra es menos perceptible que en naciones norteñas como Estados Unidos y Canadá. Nuestro solsticio y nuestro equinoccio no son tan drásticos, y por eso en muchas partes de la República se
tienen que levantar con la noche encima.
Ah, hay unos mexicanos afortunados: los sonorenses y los quintanarroenses, que no sufren el horario de verano y se siguen tan campantes todo el año con su mismo tiempo, ése que tanto añoramos sobre todo en las mañanas y cuando
tenemos que comer.
Los demás estamos fregados, andamos como zombis por la falta de cama y nos dormimos en el trabajo, en las reuniones, en el cine, frente al volante, durante siete meses del año.
Alguien ha llegado a reflexionar que la imposición de este horario es una
medida para reducir la capacidad mental de la gente, de modo que no se ponga a
pensar en lo mal que nos han gobernado unos y otros gobiernos, en la corrupción
galopante, en la inseguridad, en los pendientes sociales.
Yo, entre sueños y meditaciones, como que sí lo creo, aunque tengo la
esperanza de que en unos días ya me estaré desquitando, porque atrasé una rayita a la manecilla de mi reloj, y la vida me volvió a sonreír… a sus horas... y ahora para siempre.
sglevet@gmail.com