Públicamente y en privado, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha advertido a sus más cercanos que no quiere que en 2024 se frene el avance de su movimiento de la Cuarta Transformación, y que tampoco desea entregarle la banda presidencial a un opositor.
Por eso, el mandatario está decidido a hacer todo lo que sea necesario para asegurar que el año entrante lo releve el más leal e incondicional de los aspirantes de Morena que buscan sucederlo. Y, por lo que se observa hasta ahora, la que estaría en primer lugar sería su discípula Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México que acaba de ser arropada por el Partido Verde, y, como segunda opción, su casi hermano y paisano Adán Augusto López, secretario de Gobernación, quien ayer recibió el apoyo del gobernador de Nayarit, Miguel Ángel Navarro.
Al canciller Marcelo Ebrard lo aprecia y lo respeta, pero no goza de su total confianza. El columnista de El Universal, Mario Maldonado, publicó recientemente que AMLO se había negado a recibirlo en privado para hablar de las reglas del proceso interno de Morena para designar al candidato presidencial. Muy en el fondo, aún parece guardarle cierto resentimiento desde que en diciembre de 2006, mientras él se autoproclamó “Presidente legítimo” de México en el zócalo capitalino, el flamante jefe de Gobierno de la CDMX debió reunirse con el “Presidente espurio” Felipe Calderón, al que el tabasqueño todavía no le perdona que le haya arrebatado fraudulentamente la Presidencia de la República en aquella polémica elección.
Sin embargo, Ebrard, como político pragmático, en vez de romper con el panista se vio obligado a tender puentes de comunicación institucional con el sucesor de Vicente Fox, pues, para empezar, una de las facultades constitucionales que tenía Calderón como jefe del Ejecutivo federal era la de nombrar al secretario de Seguridad Pública de la Ciudad de México.
La buena relación del ahora canciller obradorista con Calderón llegó a tal punto que según relata un exdiputado federal veracruzano que entonces militaba en el PAN y que colaboró muy cerca de Josefina Vázquez Mota desde la precampaña de la sucesión presidencial de 2012 –el cual se propone escribir un libro sobre aquella experiencia electoral–, que Manuel Camacho Solís, exregente capitalino y exsecretario de Relaciones Exteriores que fue el tutor político de Ebrard, le comentó en esa ocasión que acababa de reunirse con el mandatario panista y que le había comentado con preocupación que veía muy débil a la exsecretaria de Educación Pública, por lo que le dijo que estaba dispuesto a apoyar a Marcelo si éste rompía con López Obrador.
También reveló que a Camacho Solís le habría mostrado hasta un mapa de los 300 distritos electorales del país que serían repartidos entre el PAN y el PRD.
Al final, como quedó registrado en la historia, la candidatura de Ebrard no se concretó y dejó pasar al tabasqueño que fue vencido por el priista Enrique Peña Nieto en su segunda contienda presidencial.
Por supuesto que López Obrador se enteró. ¿Recompensará ahora entonces a su canciller con la candidatura presidencial de Morena por no haberse prestado al perverso juego de Calderón hace 12 años?
Quienes conocen muy bien al líder moral de la 4T pronostican que el destino de Ebrard, si no se alinea con Sheinbaum o con Adán, será el mismo de Porfirio Muñoz Ledo, a quien primero vetó para ser reelecto como diputado federal plurinominal y luego lo hicieron perder en la contienda por la dirigencia nacional de Morena ante Mario Delgado, antiguo aliado de Marcelo del que ahora se ha distanciado.
Y tampoco descartan que finalmente el secretario de Relaciones Exteriores terminará recibiendo también el mismo “encuestazo” con el que bajaron al senador Higinio Martínez de la candidatura a gobernador del Estado de México, y al exsubsecretario de Seguridad Pública y Protección Ciudadana, Ricardo Mejía Berdeja, también allegado a Ebrard, quien ante la imposición del senador Armando Guadiana rompió con Morena y se postuló por el Partido del Trabajo (PT) para la gubernatura de Coahuila, entidad donde el obradorismo fue arrasado por la alianza PRI-PAN-PRD que se llevó “carro completo”, incluidas todas las diputaciones locales de mayoría relativa.