Esta columneja se iba a titular “Dos ancianos de cuidado” y en ella me preguntaba cómo es posible que un país como Estados Unidos que cuenta con 333 millones 530 mil habitantes, tenga sólo a dos personas cercanas a la cuarta edad compitiendo por la presidencia de la nación más poderosa del mundo.
Y es que tanto Joe Biden de 81 años, como Donald Trump de 79, están más para el asilo que para gobernar una nación de esas dimensiones.
El cerebro de Biden ya dio lo que tenía que dar. Al pobre hombre se le van con harta frecuencia las cabras al monte y cuando no confunde a su esposa con otra mujer, le cambia el nombre a las personas o de plano lo olvida.
Le sucedió con Kamala Harris a la que llamó “vicepresidenta Trump” y le endilgó el mismo apellido al presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky. A quien le fue pésimo fue al secretario de Defensa Lloyd Austin, al que llamó “El tipo negro”.
La sensatez que lo llevó a la presidencia al vencer a Donald Trump, se trastocó en insensatez cuando anunció su deseo de reelegirse después de la tunda que le propinó su rival hace casi un mes un el debate presidencial, lo que provocó desconcierto y alarma entre los demócratas.
Hasta el sábado anterior circuló un video donde casi le suplican que “entregue la estafeta”. Pero no hubo respuesta.
Viejo, achacoso, con problemas auditivos, la memoria muy deteriorada y para colmo con Covid, Biden siguió montado en su macho y se aferró a su capricho. Hasta que ayer por la mañana anunció que se baja de la contienda y dio su apoyo a Kamala Harris, con lo que es casi un hecho que la vicepresidenta resulte candidata.
De ser así, Kamala Harris peleará la batalla de su vida y el futuro de los Estados Unidos contra un anciano del Partido Republicano mitómano y sociópata, que no tiene para cuando morirse.
El atentado que sufrió Donald Trump la semana anterior y del que se salvó por un verdadero milagro, lo convirtió de golpe y porrazo en un titán a los ojos de la mitad de los norteamericanos que quieren que regrese a la presidencia.
Tras el atentado, Trump llamó a la unidad y dijo que gobernará para todos. Pero puro cuento.
En la Convención Republicana que lo nominó candidato, volvió a las andadas al anunciar que una vez en la presidencia cerrará la frontera con México en su totalidad, pondrá aranceles a las exportaciones mexicanas y deportará (a México, naturalmente), a cientos de miles de indocumentados centroamericanos y connacionales a los que volvió a calificar de ladrones, violadores, drogadictos y narcotraficantes.
Es decir, está endureciendo el discurso que lo llevó a la presidencia en 2017… y está multiplicando sus adeptos.
Kamala Harris, que aún no ha sido nominada candidata, comenzó con el pie derecho su camino rumbo a la presidencia porque cuenta con el apoyo del 87 por ciento de los delegados demócratas.
El problema es que Donald Trump sigue punteando en las encuestas a nivel nacional y dice que Dios está con él.
Por el bien de México y si tantito me apuras lector, por el bien de la humanidad, ojalá que esa frasecita sea otra de sus mentiras.
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